Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.
(CNN Español) – La pregunta de Mario Vargas Llosa, por boca de Zavalita, un personaje de su extraordinaria novela Conversación en La Catedral, era ligeramente diferente e incluía una expresión más coloquial todavía. Se refería, claro, a la ominosa era de Manuel Odría. Lo importante no es el cuándo sino el por qué. Veámoslo.
Cuando escribo este artículo, a las 5 de la tarde del 9 de junio de 2021, Pedro Castillo aventajaba a Keiko Fujimori por solo 70.000 votos o, lo que es lo mismo, un 0,2 % de los sufragios. Pero Keiko Sofía todavía puede ganar, si le alcanzan los votos del exterior para su triunfo. En todo caso, hay que esperar al resultado final del recuento.
Lo ideal es que los dos contendientes se avengan a aceptar el triunfo del adversario sin intentar recurrir a la fuerza. En democracia se pierde o gana incluso por solo un voto y hay que cumplir con todas formalidades. El sistema no garantiza que gobiernen los mejores, sino los que sacan una mayor votación. Es solo una fórmula para transmitir la autoridad adecuadamente. De lo contrario, hay que aceptar la existencia de soberanos dinásticos, de dictaduras personales, tipo Trujillo, o de dictaduras de partido.
Las elecciones del año 2000 en Estados Unidos fueron muy dramáticas, precisamente por la cercanía electoral de los contendientes. El republicano George W. Bush ganó por escasos 537 sufragios en el estado de Florida, pese a que el demócrata Al Gore le había ganado en el voto popular, pero no fue así por los votos del Colegio Electoral que, impulsado por el estado de Florida, favoreció a George W. Bush, 271 a 266.
Afortunadamente, dos solventes investigadores, Ian Vásquez, del Cato Institute, director del Centro para la Prosperidad Global, junto a Iván Alonso, doctor en Economía por la Universidad de los Ángeles, han escrito un irrefutable alegato que se explica muy bien desde el título: La prosperidad sin precedentes del Perú en 38 gráficos, a lo que agregan “una variedad de indicadores sobre Perú que muestran el progreso que ha tenido lugar en el país en los últimos años y décadas”.
El análisis de esta investigación, basado en estadísticas absolutamente fiables, desmiente que la aparición de Pedro Castillo en el entorno político peruano sea producto del “agotamiento del neoliberalismo”, como suelen decir los enemigos del mercado, de la “desigualdad creciente”, o del “número de pobres”, como alegan los ignorantes. No es eso: en ningún periodo de la historia del país la economía del Perú ha crecido tanto, la desigualdad ha sido menor, o la pobreza abyecta ha disminuido más intensamente.
¿Por qué pareciera que la mitad del país quiere marchar a contramano del camino que ha traído la “prosperidad sin precedentes” a Perú? Además de la prédica constante contra las medidas liberales, que ha creado lo que ahora se llama una “matriz de opinión”, a mi juicio, eso se debe a la nada clara comprensión de lo que es una república, una delicada entidad que requiere la aquiescencia de la ciudadanía y la voluntad de colocarse todos, o casi todos, bajo el imperio de la ley.
Por supuesto que los marxistas, y otras personas que, como yo veo, parecen indiferentes a la realidad, tienen una gran opinión del Estado y un pésimo criterio del mercado, pero eso también sucede en Estados Unidos. Lo que allí no ocurre son los golpes militares para imponer un criterio. Catorce veces han interrumpido los militares en la vida cívica de los peruanos, desde el “Motín de Balconcillo”, propinado por el aristocrático José de la Riva-Agüero, en 1823, hasta Alberto Fujimori, el padre de Keiko, en un autogolpe dado en 1992. Y eso sí es una diferencia.