Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.
(CNN Español) – Las minorías, sumadas, contribuyen a crear mayorías. Leo que Joe Biden, presidente de EE.UU., ha postulado en cuatro meses la misma cantidad de juezas pertenecientes a las minorías que las confirmadas en los cuatro años del mandato de Donald Trump. Magnífico. Esto es perfectamente coherente con sus convicciones actuales. Once de los 19 candidatos son mujeres de minorías, incluida Ketanji Brown Jackson, de raza negra, graduada de Harvard y criada en Miami. Posee unas espléndidas credenciales académicas que algún día, espero la eleven a la Corte Suprema. Por lo pronto, fue confirmada para la Corte de Apelaciones de Federal para el Distrito de Columbia, algo considerado un honor para cualquier juez.
Simultáneamente, Biden ha propuesto para secretario de la Marina estadounidense a una persona nacida en Cuba. Carlos del Toro, formado en la Academia Naval Annapolis, donde se graduó de ingeniero eléctrico. Fue el primer comandante del destructor USS Bulkeley y siguió estudios de estrategia militar en la Universidad George Washington. Se une a Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional, también cubano de origen, abogado, graduado de la Escuela de Derecho Loyola, quien se pone a cargo de casi un cuarto de millón de empleados en ese departamento. En su caso, se unen dos minorías: la de cubano y la de judío, dado que su madre –rumana de origen–llegó a Cuba huyendo del Holocausto y arribó a Estados Unidos muchos años después, escapando del comunismo.
Para Biden resulta muy claro que no basta pertenecer a una minoría. Hay que tener unas credenciales impecables para realizar un buen trabajo. Lamentablemente, en Estados Unidos se ha incrementado la falta de colaboración entre los dos grandes partidos, y muchos de los mejores funcionarios que debieron ser autorizados por el Congreso para trabajar en el sector público no recibieron el aval de republicanos o demócratas, pese a la calidad de sus hojas de vida.
Tal vez esa tendencia esté desapareciendo durante el Gobierno de Biden como consecuencia, precisamente, del rechazo que ha desatado Donald Trump en múltiples dirigentes republicanos , entre los que destacan George W. y Jeb Bush, Mitt Romney y John Kasich, exgobernador de Ohio. A ellos se suman varias decenas de estrategas y miembros de la comunidad de inteligencia que firmaron una carta pública de repudio a Trump y de respaldo a Hillary Clinton, poco antes de las elecciones de 2016.
En todo caso, parece que Joe Biden está muy comprometido con la diversidad que observa en Estados Unidos desde que fue elegido senador por Delaware en el Congreso del país, cuando apenas tenía 29 años (tiene 78 y lleva 49 en la vida pública). En su larga experiencia ha visto como el Partido Demócrata se ha ido transformando y ha sumado a sus filas a votantes negros, y grandes cantidades de los descendientes de los grupos diversos que existen en el país: los judíos, los indios, los paquistaníes, los japoneses, los chinos, y, por supuesto, los llamados “hispanos”, los cuales –grosso modo–, de mayor a menor porcentaje, son mexicanos, puertorriqueños, cubanos, salvadoreños, dominicanos, entre otros.
Pero la diversidad no se agota con la etnia, el idioma y la religión. El hecho de vivir en medio de las aglomeraciones, como sucede en las grandes ciudades, versus la cuasi soledad que proporcionan los medios rurales, imprime carácter. No es lo mismo, ni se vota igual, en Londres, capital de Inglaterra, que en los suburbios o en los pueblos alejados del bullicio. Lo extraordinario de la democracia es que puede armonizar las voluntades detrás de una regla aritmética que no garantiza que gobiernen los más talentosos, o los que tienen razón, dado que se trata de categorías confusas, sino los que tienen más votos. Una cuestión inapelable.
También es importante la diversidad sexual. Hay partidos mucho más tolerantes y el Demócrata ha devenido uno de ellos. Hoy, está a años luz de aquel siglo XIX y aún del XX, porque el debate se ha desplazado a la definición del sexo y del género. Muy lejos están las burlas de Andrew Jackson, fundador del Partido Demócrata, al presidente James Buchanan (lo llamaba Miss Nancy), o las habladurías sobre las relaciones de Abraham Lincoln, fundador del Partido Republicano, con Joshua Speed (compartieron la cama durante unos cuantos años). Algunos historiadores señalan que era común y aceptado que los hombres heterosexuales compartieran camas en el siglo XIX, por el precio de los colchones. Para mí, hablar de eso es de mal gusto.