Nota del editor: Elizabeth Pérez es presentadora de Deportes CNN y Triunfadores del Deporte. Nació en Cuba y se crió en Venezuela, Pérez tiene una licenciatura en Ingeniería de Sistemas de la Universidad Bicentenaria de Aragua y una Maestría en Periodismo en Florida International University. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.
(CNN Español) – Esta es parte de mi familia en Cuba. Mis abuelos que ya fallecieron, mis padres que emigraron a Venezuela –ahora viven en Miami– y mi hermano, que aún está en la isla.
Mis padres vivieron en carne propia la revolución cubana y eso los hizo tomar la difícil decisión de emigrar en 1980, con una maleta de cartón y un boleto de ida a un país del que poco conocían, con el sueño de tener una vida digna y en libertad. Pudieron salir por un convenio entre gobiernos que permitió sacar a decenas de miles de presos políticos de Cuba a Venezuela, un país maravilloso por esos años y que recibía inmigrantes de todas partes del mundo.
Yo era pequeña y no tengo más recuerdos que las pocas fotos de los escasos años que viví en Cuba. Venezuela se convirtió en mi hogar, mi país, mi patria. Allí crecí, estudié y viví hasta que me mudé hace poco más de dos décadas a Estados Unidos. Sin embargo, crecí escuchando en casa las historias de hambre, miseria y represión que me contaban mis padres en Cuba y de cómo nosotros éramos considerados desertores de la patria por habernos ido.
Mi papá fue uno de los presos políticos “afortunados” que no conoció el paredón de fusilamiento. No obstante, pasó varios años en la cárcel por oponerse al comunismo y defender ideales democráticos. Allí hizo amigos entrañables con los que luego se reencontró en Miami.
Mi mamá trabajó desde los 15 años en almacenes de abastecimiento en Cuba y con mucha discreción intentó mantenerse al margen de los actos revolucionarios que exigen la participación del pueblo en manifestaciones políticas, mítines propagandísticos e ideológicos y actos de repudio contra disidentes, por estar en contra de sus principios.
Los primeros años en Venezuela, con mucho sacrificio, mis padres enviaban cajas de medicinas a la familia en Cuba – una de las pocas cosas que régimen permitía que entrara del extranjero. Mandaban desde hilo de sutura hasta anestesia dental porque en Cuba no había para los cubanos.
Cuando mis dos abuelas murieron a mediados de la década de los 80, mis padres no pudieron viajar a la isla a darles el último adiós porque el gobierno cubano no lo permitió.
Pude “conocer” y compartir con mi hermano siendo yo una adolescente cuando él pudo viajar a Venezuela con una invitación hecha por nosotros y aprobada finalmente por el régimen. Visitó muchas veces Maracay, pero nunca se quedó porque su madre era mucho mayor y él la cuidaba en Cuba. Además, estaba casado y tenía a su familia esperándolo.
Recuerdo en los años 90 haber visto por televisión y con el corazón roto el segundo éxodo masivo de cubanos después del Mariel. Hombres, mujeres y niños arriesgando sus vidas en el mar con el sueño de llegar a Estados Unidos. Muchos murieron en el intento, otros fueron interceptados en el mar y llevados a Guantánamo.
A los que finalmente llegaron a las costas de la Florida les quedó un testimonio de vida desgarrador que pone en evidencia las ganas de vivir y de ser libres que tienen los seres oprimidos. Un primo, un colega y uno de mis mejores amigos viven en EE.UU. tras haber completado la peligrosa travesía de 90 millas en una balsa improvisada con madera y llantas de autos.
Si bien es cierto que la vida en el exilio es dura, valió la pena.
Aún así, cada cubano lleva una historia de sufrimiento en su espalda. Y la peor parte la llevan los que siguen allá. Desde 1959 cuando comenzó la revolución de Fidel Castro -e incluso antes con Fulgencio Batista- Cuba padece las consecuencias de una tiranía tras otra.
Ojalá los gritos de libertad del pueblo cubano sean escuchados y sirvan de catalizador para la liberación de otras naciones oprimidas en el mundo, como mi Venezuela querida.