Nota del editor: David Bittan ObadÍa es abogado, escritor, analista de temas políticos e internacionales, columnista del diario El Universal de Venezuela, y colaborador en otros medios de comunicación. Como conferencista, participó en el Congreso Judío Mundial y fue presidente de la comunidad judía de Venezuela. Su cuenta de Twitter es @davidbittano. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor. Puedes leer más artículos como este en cnne.com/opinión.
(CNN Español) – El asesinato del presidente de Haití Jovenel Moïse produce una reacción mundial de condena. Haití es un convulsionado país que ha tenido más de 20 gobiernos en 35 años.
El mandatario asesinado ganó las elecciones en 2016, pero asumió el poder en 2017, cuando pudo finalmente tomar posesión de su cargo; su mandato fue traumático, lleno de protestas sociales y muy cuestionado por denuncias de corrupción.
La oposición haitiana argumenta, desde hace un tiempo, que el mandato de cinco años de Moïse terminó el 7 de febrero de 2021, tras las elecciones de 2016, pero Moïse sostenía que su mandato terminaría un año después, toda vez que asumió la presidencia el 7 de febrero de 2017; esta posición fue apoyada por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y por otros mandatarios. Desde mi punto de vista, este era un tema que debió haber sido llevado en su momento a consulta entre los haitianos y no resuelto, desde afuera, por la comunidad internacional.
El dirigente opositor Nenel Cassy dijo en aquel momento: “Jovenel Moïse destruyó todas las instituciones, desde el Parlamento hasta el Gobierno local. (…) Desafortunadamente tenemos una comunidad internacional que no apoya la lucha contra este dictador corrupto”.
Haití es un país pobre e inestable que vive permanentemente impresionando al mundo por sus desgracias; tan solo el terremoto de 2010 dejó entre 220.000 y 300.000 muertos (las estimaciones varían), y seis años después, no recuperados aún de esa tragedia, con miles de personas todavía desplazadas y sin hogar, los visita el huracán Matthew. Ni hablar de epidemias como el cólera, que ha dejado a su paso miles de muertos y que solo en 2010 mató a unas 10.000 personas.
Según cifras de la Organización de las Naciones Unidas, en el año 2020, casi 4 millones de haitianos necesitaron ayuda y, de ellos, un millón estaba pasando hambre.
En la foto actual de Haití hoy solo sale retratada la pobreza, los desastres naturales, la inestabilidad política, la inseguridad (personal y jurídica) y también la pandemia desatada por el covid-19 sin control.
Definitivamente, Haití debe ser un tema global; el mundo debe posar su mirada sobre esa nación por ser el país más pobre de América Latina. No basta con las condolencias y el envío de dinero y comida; hay que buscar los mecanismos, para garantizar la estabilidad democrática de ese país y generar condiciones de vida dignas para que los haitianos puedan surgir y que no se vean convertidos en los parias del Caribe; en República Dominicana hay denuncias de que son explotados y de que realizan las labores físicas más exigentes, siendo marginados también socialmente.
De pronto, como yo lo veo, habría que crear un modelo internacional de “intervención consensuada”, donde se fomente un Gobierno bajo control internacional, que capacite y eduque a la sociedad civil haitiana hasta que esta pueda tomar las riendas de su propio destino. Haití cuenta con recursos naturales y con una preciosa geografía que puede ser transformada en atractivos proyectos turísticos, pero, sobre todo, Haití cuenta con gente buena, a la que hay que tratar de salvar.
La criminalización de las protestas y la idea de realizar cambios en la Constitución fueron muy malas decisiones del fallecido presidente. Esa es la fórmula utilizada por aquellos gobiernos que pretenden atornillarse en el poder y esta situación, entre otras, seguramente sumaron para desencadenar el injustificable y repudiable asesinato de un mandatario.
Haití se merece más oportunidades. Hoy todos deberíamos ser Haití.