Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España, y fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo, de Perú; Vicente Fox, de México, y Álvaro Colom, de Guatemala. El autor también es colaborador de CNN en Español. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.
(CNN Español) – Salió la última encuesta sobre la popularidad de Joe Biden (53%, en abril, y 54%, en mayo) y los profetas del desastre lo celebran, lo mismo que los demócratas celebraban el récord histórico bajo que mantenía siempre Donald Trump de presidente (menos del 50%). Lo que debemos entender es que, con una situación de profunda polarización política, se produce también la consolidación del voto, y esto tiende a no moverse mucho en el tiempo. Esto produce una suerte de estabilización de los números porque sus bases electorales son difíciles de minar.
Antes de la última elección presidencial, los republicanos anunciaban que las diferencias entre los demócratas moderados y los de izquierda (Bernie Sanders y compañía) los iban a dividir, no lograrían la unidad y perderían la elección. No sucedió por la misma razón: cuando hay polarización, los votos se consolidan. No se dividen, porque el enemigo en común los une.
Cuando el enemigo político está dividido (Venezuela y, en menor parte, ahora el Perú), las divisiones internas priman. En mi opinión, mientras el partido de Pedro Castillo (Perú) no tenga una fuerte oposición, sus peleas internas (Vladimir Cerrón versus los moderados y los sectores formales de la economía que se les suman) serán las que priman. A veces, como yo lo veo, es como que los políticos tienen una tendencia natural a pelear, sea en el frente interno o contra sus enemigos de turno. Al fin y al cabo, en gran parte, la política es la lucha por el poder.
El que las cifras de las encuestas estén estables, a pesar de que demuestren una profunda división/polarización, puede ser positivo porque todo se vuelve más predecible. La incertidumbre suele matar las posibilidades de hacer una inversión de bajo riesgo y, por lo tanto, con más posibilidades de éxito, creación de empleo y precios competitivos.
Cuando conversaba con un grupo empresarial de nuestra región que, como muchos de ellos simpatizaban con Donald Trump porque les gustaba su política de bajos impuestos (y no consideraban con la misma importancia las amenazas a la democracia que le llevaron a dos juicios políticos y la sublevación en el Capitolio del 6 enero), uno de ellos me comentó que Joe Biden era aburrido. Mi respuesta fue inmediata, muchas veces el ser algo aburrido es bueno para la política, porque para crecer es mejor que la política no se mueva mucho. Aceptó el argumento, pero siguió aspirando a que Donald Trump gane la reelección.
No veo en Joe Biden un líder disruptivo. Muchos de los líderes, y mucho más en estos tiempos de la irrupción de las redes sociales, lo que buscan es el escándalo para llamar la atención (sobre todo los que son desconocidos y no tienen mucha esperanza de llegar a ser conocidos como resultado de su trabajo) o como Donald Trump que lo hace para dividir. Joe Biden, por el contrario, es un líder político que es producto de la formalidad política (lo que muchos llaman el establishment). En muchos aspectos, este será un gobierno donde reinan las instituciones (o como dirían otros: la burocracia).
Siempre pensé que Donald Trump no era estratégico sino temperamental. Su apuesta política desde el primer día era la división y la polarización. Recordemos que lo más relevante desde el inicio de su campaña presidencial fue atacar a los inmigrantes mexicanos pretendiendo denigrarlos. Como los políticos del socialismo del siglo XXI, la división entre ricos y pobres, el pasado neoliberal contra la patria de todos, promovían la división con esa suerte de nacionalismo con visos racistas, y lograron muchos éxitos en las urnas, sobre todo al inicio. Luego que conquistaron el poder, les era más fácil ganar en las urnas porque habían perseguido a sus enemigos al punto de conseguir que se fueran de sus países, o estén en la cárcel (el caso de Nicaragua es el más descarado) o que se dividan entre ellos (Venezuela) porque las salidas democráticas son cada vez más confusas y lejanas. Cuando la gente no encuentra salida, trata de irse por cualquier lado de manera descoordinada, cada uno buscando por cualquier lado.
Contra casi todo pronóstico Trump ganó la presidencia. Todo pronóstico excepto aquellos que le apostaron al último, como si cuando el electorado estaba dividido 50-50, no tendrían igual probabilidad de acertar con Trump o con Hillary Clinton. A Trump le sirvió muy bien esa estrategia de la división para ganar la presidencia, hace cuatro años. Pero, la pregunta ahora es si esa base del 30% o 40% de base electoral le permitirá volver al ganar de vuelta. La respuesta depende del tipo de elección. En elecciones intermedias donde vota menos gente, tiene mejores posibilidades de ganar que una elección general.
A este análisis hay que sumarle la elección interna de los partidos. Donald Trump tomó el control del Partido Republicano y de su proceso para cobrar venganzas más que para promover los mejores candidatos de su partido (entendiendo los mejores como solo aquellos que tienen más posibilidades de ganar la elección contra los demócratas) y que tengan más probabilidades de ganar en la elección general. Esto, para mí, es una fórmula de desastre para Trump.
Asumiendo que la economía sigue creciendo y la vacunación avanzando, me atrevo a decir que las posibilidades de éxito de los demócratas el próximo año son altas, a pesar de que las cifras de Joe Biden sean aparentemente bajas y que a su gobierno le falte el colorido mediático de Donald Trump. Luego de la tormenta, viene la calma. Disfrutemos la calma.