CNNE 1040581 - ¿para que quiere cambiar la constitucion pedro castillo?

Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente, “America Through Foreign Eyes”, fue publicado por Oxford University Press, en 2020.

(CNN Español) – El retorno de la pandemia en varios países de América Latina, las protestas en Cuba y la consiguiente represión, el asesinato del presidente de Haití y nuevas manifestaciones en Colombia y en Brasil lógicamente han dominado los titulares de los medios y los cables de las cancillerías en las últimas semanas. Sin embargo, no debieran nublarnos la vista ante una tendencia que comienza a surgir con miras a consolidarse en los próximos meses en la región. Se trata de una nueva versión de la llamada “marea rosa” de principios de siglo, o de un nuevo “giro a la izquierda”, como la denominé en 2006.

El caso más destacado, por sus dimensiones e impacto regional, es obviamente el de Brasil. Un pésimo manejo de la pandemia, un desempeño mediocre de la economía, una serie de investigaciones de corrupción y el simple hartazgo con la estridencia y el exceso han derrumbado los índices popularidad del presidente Jair Bolsonaro. Existen más de cien peticiones de impeachment y, en múltiples encuestas, el expresidente Lula derrota al mandatario actual por más de diez puntos en segunda vuelta.

Las elecciones, previstas para octubre de 2022, ya han sido tildadas de fraudulentas por Bolsonaro; sostiene, sin pruebas, que el voto electrónico en Brasil –sin comprobante impreso– es ilegal y susceptible de ser manipulado. Parte de la derecha comienza a entusiasmarse con la idea de la destitución, no es el caso de la izquierda porque considera que otro candidato de centro-derecha sería más susceptible de vencer a Lula que Bolsonaro. Por ahora, las apuestas favorecen a Lula, quien de ganar, y aunque se desplace hacia al centro durante la campaña, se espera que sea nuevamente un presidente de izquierda, ciertamente moderada.

Mientras, Pedro Castillo ya tomó posesión en Perú. El presidente de izquierda y exmaestro rural se ha envuelto en una nube de misterio en cuanto a sus intenciones de gobierno, pero sus declaraciones de campaña fueron francamente de izquierda: nacionalista, con tendencias chavistas y autoritarias. El partido que lo postuló, Perú Libre, es presidido por un político de izquierda formado en Cuba, Vladimir Cerrón. Ambos buscan convocar a una Asamblea Constituyente para contar con una carta magna más progresista. Es cierto que Castillo no sería el primer presidente peruano en dar un viraje radical entre la candidatura y la magistratura; además no cuenta con una mayoría en el Congreso. Puede sorprender. Pero de no hacerlo, Perú pasará por primera vez a la columna de izquierda en el tablero regional.

Chile, por su parte, ya tiene una asamblea constituyente en marcha, con todas los riesgos y promesas que entraña. Algo bueno casi seguramente saldrá de esta nueva “vía chilena”, que busca canalizar a un proceso fundacional las protestas sociales masivas de octubre y noviembre de 2019. De ser el caso, lo que ocurra en Chile sería nuevamente un presagio para el resto de América Latina. Simultáneamente, sin embargo, el país ha entrado de lleno a la campaña presidencial, donde ya figuran dos candidatos escogidos a través de primarias Sebastián Sichel, de centro-derecha y Gabriel Boric, de centro-izquierda.

Es probable que surjan varios candidatos adicionales: uno de extrema derecha, otras dos de centro-izquierda, Yasna Provoste o Paula Narváez. Aunque el candidato de centro-derecha es joven y atractivo, es muy posible que la combinación de la energía de la constituyente y la pluralidad unida de la izquierda lleven a un nuevo giro en la política chilena, por segunda vez en diez años: después de Piñera (I), Bachelet; después de Piñera (II), Boric u otra mujer de izquierda.

Por último, Colombia. Al calmarse las protestas de hace algunos meses contra la reforma fiscal propuesta por el presidente Iván Duque, se han promovido una serie de reuniones, foros y debates para poner en la mesa de discusión y negociación un conjunto de temas más amplio. Al proponer Duque una nueva iniciativa fiscal, emergieron nuevas protestas, desgastando aún más a un gobierno al cual le quedan solo diez meses antes de las próximas elecciones presidenciales. El debilitamiento se debe a una perspectiva, cada vez más probable: el triunfo en las elecciones presidenciales de mayo de 2022 de Gustavo Petro, candidato de una vieja izquierda marginal convertida en la segunda fuerza del país en los comicios de 2018, y que las encuestas dan como ganadora para el año entrante. Sería la primera vez que un país tradicionalmente conservador se inclinará por un mandatario de izquierda, y en particular de una izquierda que con algunas notables excepciones, como Antonio Navarro Wolff, del antiguo M-19, no ha sabido renovarse.

De manera que para finales del año entrante, no es para nada descartable que exista un arco de izquierdas modernas o trasnochadas, que se extienda desde México hasta Tierra del Fuego, recorriendo un camino que pasa por Nicaragua, Venezuela, Colombia, Brasil, Perú, Chile y Argentina. Si bien los matices entre cada caso serían significativos –entre Nicolás Maduro y los chilenos, por ejemplo– en algunos temas –política exterior, por ejemplo– habrá un relativo consenso. Asimismo, se podrá hablar de un origen común: el fracaso de todos los Gobiernos de la región frente a la pandemia; la brutal contracción económica de 2020; y la necesidad de construir, casi de cero, un verdadero estado de bienestar en América Latina.

Para que esta tendencia se confirme como algo provechoso e inédito para América Latina, creo que es preciso que se eviten los errores de la primera “marea rosa”. Entre ellos destacan tres. Ante todo, evitar, con medidas proactivas, la corrupción que carcomió a casi todos los gobiernos de esa época, desde los más anacrónicos hasta los mas modernos. Segundo, resistir cualquier tentación autoritaria, dejar claramente sentada la vocación democrática propia, y deslindarse de manera contundente de los autoritarismos tropicales sobrevivientes: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Y por último, ver al Gobierno de Joe Biden en Estados Unidos como un aliado –no como un adversario– en tareas como el combate al cambio climático, a las pandemias y en la creación de redes sociales de protección universales, eficaces y costeables. A muchos, esto les costará trabajo. Ni modo.