Nueva York (CNN Business) – Después de 24 horas de locura para Facebook, en las que una denunciante presentó acusaciones condenatorias contra el sitio, sus acciones cayeron un 5% y la empresa sufrió una interrupción de más de cinco horas en sus aplicaciones más populares, el centro de atención se ha desplazado al Congreso y a lo que los legisladores están dispuestos a hacer para frenar al gigante de las redes sociales.
El resultado de las declaraciones de la denunciante: Facebook no solo sabe que su plataforma fomenta los contenidos de enojo, odio, y manifiestamente falsos, sino que les está dando prioridad a esos contenidos para mantener el compromiso de sus lectores. La empresa está eligiendo “el beneficio por encima de la seguridad”, según Frances Haugen, antigua responsable de productos de Facebook que trabajó en cuestiones de integridad cívica.
Ahora, Haugen llevó su caso a Washington, rogando a los legisladores que no cierren Facebook ni la obliguen a disolverse, sino que simplemente se tomen en serio su regulación. La realidad es que, en casi dos décadas, el Congreso ha demostrado que apenas es capaz de señalarle a Facebook dónde se encuentra el baño.
“La gravedad de esta crisis exige que salgamos de los marcos regulatorios anteriores”, dijo en su declaración inicial de este martes.
Los dirigentes de Facebook, dice, son los únicos que saben cómo hacer más seguras sus plataformas, pero han “antepuesto sus astronómicos beneficios a las personas”. No harán lo correcto hasta que se les obligue.
Es difícil exagerar el valor de conmoción del testimonio de Haugen y de las resmas de documentos internos que filtró al diario The Wall Street Journal. Una cosa es que investigadores externos digan que tu empresa está causando daños, pero otra muy distinta es que tus propios informes internos digan que tus productos están perjudicando activamente a los adolescentes y propagando mentiras sobre la vacuna contra el covid-19 que podrían matar a la gente.
Sus revelaciones son importantes porque obligan al mundo a cuestionar cómo Facebook, y otros gigantes de la tecnología, rinden cuentas de sus acciones.
Por su parte, Facebook se ha opuesto a la información del diario The Wall Street Journal, calificando muchas de las afirmaciones de “engañosas” y argumentando que sus aplicaciones hacen más bien que mal.
Por qué Facebook se ha librado hasta ahora
La presión pública por sí sola no conseguirá que Facebook cambie. Si la vergüenza fuera suficiente, Facebook hubiera cambiado tras las elecciones de 2016. O el escándalo de Cambridge Analytica. O las elecciones de 2020.
Incluso cuando decenas de grandes marcas retiraron su publicidad por la laxitud de Facebook en la regulación de la incitación al odio, la compañía apenas sintió el golpe. Sus acciones han subido un 54% desde entonces (mientras que el Nasdaq, de gran peso tecnológico, ha subido algo más del 48% en el mismo periodo).
Así que le toca a Washington arreglar Facebook. Y eso no es tarea fácil, incluso si el Congreso no estuviera atascado por sus propias disputas internas y la amenaza inminente del primer impago de la deuda de Estados Unidos.
Parte del problema de la regulación de Facebook es que los legisladores y los reguladores están buscando en la oscuridad una solución a un problema al que la sociedad nunca se ha enfrentado. Tomando prestada la metáfora de Haugen, es como si el Departamento de Transporte escribiera las reglas de la carretera sin saber siquiera que los cinturones de seguridad son una opción.
Y la estructura de Facebook es singularmente turbia, incluso entre las empresas tecnológicas, según Haugen.
“En otras grandes empresas tecnológicas como Google, cualquier investigador independiente puede descargar de Internet los resultados de las búsquedas de la empresa y escribir artículos sobre lo que encuentra”, dijo. “Pero Facebook se esconde detrás de muros que impiden a los investigadores y a los reguladores comprender la verdadera dinámica de su sistema”.
Por qué esto podría ser un punto de inflexión
Pero pongámonos los lentes de color de rosa por un momento.
Las afirmaciones de Haugen son diferentes a las revelaciones anteriores sobre Facebook, en parte porque presentó una denuncia ante la Comisión de Valores y Bolsa, acusando a la empresa de engañar a los inversores. Un documento interno citado por The Wall Street Journal lo explicaba de forma tan directa que hay que preguntarse quién tuvo la audacia de ponerlo por escrito: “No hacemos realmente lo que decimos que hacemos públicamente”.
Esto es, sin duda, un gran error para una empresa que cotiza en bolsa.
La magnitud de los documentos que Haugen proporcionó a los periodistas y a los miembros del Congreso, miles de páginas, algunas de ellas privilegiadas, según The Wall Street Journal, también hacen que su caso sea único.
Esos documentos ofrecen algunas de las pruebas más contundentes de que Facebook es responsable de daños reales y tangibles, como el empeoramiento de los problemas de imagen corporal entre los adolescentes en Instagram, permitiendo que florezca la desinformación y permitiendo que las celebridades u otras figuras públicas se burlen de las regulaciones de contenido de Facebook, según el diario.
Es algo así como un momento a la Erin Brockovich: la gran empresa sabe que está envenenando el agua, pero se hace de la vista gorda. La pregunta ahora es: ¿Hará el Congreso algo al respecto?