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Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion

(CNN Español) – Emigrar implica saltar al vacío con lo imprescindible, comenzar una nueva vida ligera de equipaje, integrarte, alcanzar lo mejor de ti frente al escrutinio del espejo.

Las tradiciones, los recuerdos, los detalles afectivos más profundos se suplen con nuevos trofeos de guerra. ¿Dónde dejamos nuestras fotos de familia, los collares de la abuela, los broches y antiguos documentos que nos recuerdan quiénes somos?

Para suplir este dolor, buscamos nuevos escudos, símbolos que logren describirnos y protegernos en lo adelante.

En nuestro imaginario, cargamos con la maleta vacía de ese viaje eterno que solo termina con la aceptación e integración. Frente al espejo, intento parecerme a la Wendy de siempre, pero con un nuevo estilo que me permita fluir en mi nuevo contexto.

Cuando no se ha tenido nada necesitas poseerlo todo, y una vez conseguido, en qué tiempo podrás llevar tantas prendas, tantísimas versiones de ti.

Acumulamos y nada de lo que tenemos logra calmar el dolor de lo perdido.

Comprar compulsivamente crea un efecto dominó que empieza por afectarnos a nosotros, y termina horadando el entorno.

Leyendo sobre el impacto de la moda en el medio ambiente, encuentro datos alarmantes. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, el mundo de las confecciones utiliza 93.000 millones de metros cúbicos de agua por año. Con eso vivirían cinco millones de seres humanos afectados por la sequía. Anualmente, terminan flotando en el mar medio millón de toneladas de microfibra, lo que equivale a tres millones de barriles de petróleo. La industria de la moda produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos, y eso se percibe claramente en los síntomas del calentamiento global.

Miami está saturada de locales que se dedican a vender joyas vintage, algunas más caras que otras, piezas de diseñador de segunda mano o simplemente vestidos magníficos, bien cortados, utilizados o no, algunos hasta con sus etiquetas, zapatos que nadie ha caminado y corbatas y trajes sin estrenar. Red White & Blue, Goodwill, The Fashionista Consignment Boutique y todos los outlets que rematan ropa en la ciudad son mejores opciones.

Contemos las veces que repetimos vestidos y calzado, preguntémonos si este disfraz de hoy nos servirá para mañana. Amo la moda y cada día, desnuda ante el espejo, acosada por mis prendas, discuto conmigo misma sobre el verdadero precio de todo esto, busco el equilibrio, la medida exacta entre deseo, posesión y necesidad.

Y me pregunto: “¿Es acaso un acto de narcicismo y egoísmo comprarlo todo para usar casi nada?”.