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(CNN) – La manipulación intencionada de los inmigrantes por parte del presidente de Belarús, Alexander Lukashenko, que permite su fácil paso a través de su país hacia la frontera de la Unión Europea, es un clásico asalto a la democracia por parte de un autócrata que sabe que cualquier intento de contraatacar corre el riesgo de socavar los valores sagrados del bloque.

Lukashenko niega la condena hecha por el grupo G7, de las democracias más ricas del mundo, de que está orquestando esta “migración irregular” en una campaña “agresiva y explotadora”, al igual que rechaza la acusación de la Unión Europea de que su reelección como presidente, el año pasado –su sexto mandato consecutivo de cinco años–, fue una farsa.

No en vano, el veterano autócrata es conocido fuera de Belarús como el último dictador de Europa.

Durante gran parte de este mes, el mundo ha visto cómo inmigrantes cansados, algunos con niños pequeños y procedentes principalmente de Medio Oriente, eran incitados y obligados en condiciones gélidas a llegar a una frontera forestal con la UE. Su creciente rabia por no poder cruzar estalló en algunos momentos, lanzando piedras a los guardias fronterizos polacos, que acabaron disparando cañones de agua contra ellos.

En una reveladora entrevista concedida a CNN la semana pasada, el ministro de Asuntos Exteriores de Lukashenko, Vladimir Makei, expuso la psicología que hay detrás de la decisión de su jefe de lanzar un ataque frontal contra las fronteras europeas. “Belarús ha mostrado el lado oscuro de la democracia europea”, afirmó.

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El presidente de EE.UU., Joe Biden, convirtió en uno de los primeros temas de su mandato el hecho de que la democracia está siendo atacada. “Estamos en un punto de inflexión”, dijo a un público en Alemania, en febrero. “Debemos demostrar que la democracia puede seguir siendo útil para nuestros ciudadanos en este mundo cambiado. Esa es, en mi opinión, nuestra misión galvanizadora”.

Pero la forma de cumplir esa misión es algo que aún no se ha dominado. Biden prometió una “cumbre de democracias” “a principios” de su presidencia, que se celebrará el mes que viene, aunque los detalles son escasos.

La influencia de Biden está disminuyendo entre los aliados, debido a errores diplomáticos como la desordenada retirada de Afganistán y el pacto de seguridad AUKUS con Australia y el Reino Unido, que marginó a Francia. Mientras tanto, autócratas como Lukashenko y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, parecen aprovechar la oportunidad para dividir, desanimar y sembrar la disidencia en las democracias más cercanas a ellos, en Europa.

Cuando el ministro de Asuntos Exteriores bielorruso Makei declaró a CNN que “Polonia ha violado todas las leyes internacionales posibles y los valores democráticos”, dio la vuelta a la lógica al ignorar las prácticas autocráticas de Lukashenko, como lo que algunos Gobiernos condenaron como el “secuestro” ilegal de un avión comercial que fue desviado a Minsk, y la detención de un activista de la oposición bielorrusa que iba a bordo.

El cínico grito del lobo, mientras ignoran deliberadamente sus propias violaciones, es una conveniencia que las autocracias utilizan habitualmente para cubrir sus huellas.

A primera vista, ¿cómo puede la UE, que defiende los derechos humanos, dar la espalda a los inmigrantes, y menos aún lanzarles cañones de agua? Los grupos de derechos humanos han criticado a Polonia por impedir el acceso de los periodistas a la región fronteriza, y por empujar supuestamente a los inmigrantes que habían logrado cruzar la valla de alambre de púas de vuelta a Belarús.

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Es el lado bondadoso de la democracia, que valora los derechos humanos y la decencia, el que Biden y otros temen que las autocracias exploten. En un momento dado, la semana pasada, el Gobierno de Lukashenko propuso que Alemania acogiera a 2.000 inmigrantes y que Belarús se encargara del resto.

Según el ministro de Asuntos Exteriores de Lukashenko, tanto su jefe como Putin estaban presionando a Merkel para llegar a algún tipo de acuerdo. “Fue el presidente Putin quien intentó contribuir a la solución de esta crisis. Tuvo conversaciones con la canciller Merkel, tuvo conversaciones con el presidente Lukashenko y, como resultado de estas conversaciones, se organizaron las llamadas telefónicas entre Merkel y Lukashenko”.

Sean cuales sean los detalles de esas conversaciones, Merkel y sus socios de la UE se dieron cuenta de la treta y se negaron a jugar. El ministro del Interior alemán, Horst Seehofer, dijo después con firmeza: “No acogeremos a los refugiados. No cederemos a la presión y diremos: ‘Acogemos a los refugiados en los países europeos’, porque eso significaría aplicar la base misma de esta pérfida estrategia”.

Resulta que esto no es “el lado oscuro de la democracia europea”, como afirma Makei, sino la comprobación de la realidad de la UE sobre lo que considera mentiras de Lukashenko.

Pero ¿importará eso a Lukashenko y a Putin? Por supuesto que no. Ellos prosperan en un híbrido de arrogancia y confusión en el que la duda sustituye a la certeza, y mancillar el propósito moral de la democracia es una victoria en sí misma.

Aprovechándose de la democracia

Aunque la crisis fabricada no ha logrado, hasta ahora, dividir a la UE, poco de lo que ha ocurrido es un desperdicio para los dos autócratas, ya que ayuda a apuntalar su propio Gobierno ilegítimo.

Para su público, la confección de medias verdades sobre los supuestos malos tratos de los guardias fronterizos y sus cañones de agua es suficiente para hacer creer a algunos que el otro bando no es mejor que ellos.

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Lukashenko está explotando el valor fundamental de la democracia –la compasión– al convertir en arma el trauma de los inmigrantes para convertir la fuerza moral de la UE en vulnerabilidad. La verdadera debilidad de Europa, que él parece evaluar, no son sus fronteras físicas, sino sus principios.

Pero la verdadera herida perniciosa de las artimañas de Lukashenko se inflige en el corazón de la propia democracia. Para luchar contra su asalto a la democracia, la UE se ve obligada a adoptar una postura firme y rechazar a los 2.000 inmigrantes. Es lógico, pero solo roza la moral. Se rebaja al nivel de Lukashenko y trata a esas personas desesperadas como peones.

Es esta cuestión, a menudo complicada, la que Biden quiere que exploremos iluminando lo que la democracia tiene en juego en la lucha que se avecina.

Dentro de la Unión Europea, el principal efecto de las maquinaciones de Lukashenko será el riesgo de hacer crecer el espectro de los inmigrantes en la frontera, incluso más allá de la realidad irritante preexistente, una situación que ya ha alimentado el nacionalismo populista.

En su discurso de investidura, Biden utilizó la palabra democracia cinco veces en su introducción, y 11 veces durante todo su discurso. La palabra democracia estaba en su mente mientras hablaba en el lugar donde, apenas dos semanas antes, se había producido el primer intento de golpe de Estado en Estados Unidos.

Con la mirada puesta en la Explanada Nacional de Washington, cubierta de banderas, y con sus palabras transmitidas a millones de salones y despachos de autócratas de todo el mundo, Biden advirtió: “Hemos aprendido de nuevo que la democracia es preciosa. La democracia es frágil”.

Desde entonces, ha quedado aún más claro que las pruebas para la democracia están lejos de haber terminado, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo. Ahora, los líderes deben convertir sus bienintencionadas palabras en acciones.