Nota del editor: Jorge G. Castañeda es colaborador de CNN. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Actualmente es profesor de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente, “America Through Foreign Eyes”, fue publicado por Oxford UniversityPress en 2020. Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente del autor. Puedes encontrar más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.
(CNN Español) – A poco más de una semana de la ronda final de la elección presidencial en Chile, me parece que existen más hipótesis interpretativas del voto de la primera vuelta, y de la naturaleza de la segunda, que datos duros que nos permitan discernir tendencias y sacar conclusiones.
Una de las hipótesis consiste en afirmar que el electorado chileno se polariza entre dos extremos, y que la votación programada para el 19 de diciembre será entre esos dos extremos: la extrema derecha, en la persona de José Antonio Kast, y la extrema izquierda, representada por Gabriel Boric. Esta interpretación se ha convertido ya en leyenda urbana, y existen razones para suscribirla. Pero, para mí, hay motivos para contemplar otra explicación, y es que la quisiera comentar aquí.
Se puede argumentar que, en realidad, la elección se juega entre un extremista de derecha que no necesita buscar desesperadamente votos de centro, y un candidato de izquierda que sí los necesita, pero que además viene de lo que ya es una tradición de centro-izquierda en Chile. Kast podría, y yo creo que con cierta facilidad, conseguir los votos de gran parte del resto de la derecha –que puede ser casi tan radical como él– y del candidato de rechazo a todos, Franco Parisi, que llegó en tercer lugar con 13% del voto, y que vive fuera de Chile, sin verse obligado a moderarse en exceso.
En cambio, en mi opinión, Boric podría saber que sus electores radicales –sobre todo los del Partido Comunista– lo pueden ver a él como la mejor opción para votar por él, aunque no tiene camino a la victoria si no consigue todos los votos del centro y del resto de la izquierda y de algunos votantes que se abstuvieron en la primera vuelta. Como lo ha señalado el politólogo de la New York University, Patricio Navia, por primera vez en la era democrática moderna en Chile, los dos candidatos punteros en la primera vuelta apenas superaron la mitad de los votos. En otras palabras, según mi analisis, la mitad de los sufragios emitidos, más una parte de los abstencionistas, se encontrarán el 19 de diciembre sin preferencia primaria. Hay una contienda por el centro, pero, como yo lo veo, es mucho más apremiante para Boric que para Kast.
En segundo lugar, Boric es en el fondo, como lo ha dicho el Partido por la Democracia, un hijo (o nieto, agregaría yo) de la Concertación. Como se sabe, esta es la alianza que gobernó a Chile desde 1990 hasta 2010, y con modificaciones, de nuevo entre 2014 y 2018. Se trata de una coalición que, entre sus distintas versiones y liderazgos, puso en práctica un programa de centro-izquierda o de izquierda moderada, sin caer en ninguno de los excesos de aquellos atribuidos a Boric ahora.
Ni fue autoritaria, ni fue estatista, ni cerró la economía, ni se alineó con Cuba o Venezuela. Muchos le reclaman a la Concertación haber conducido al país al impasse económico, político y social que desembocó en las protestas masivas de octubre de 2019. Tal vez, pienso yo, pero también es cierto que durante un cuarto de siglo en el poder, sus dirigentes –socialistas de centro o de izquierda, demócrata-cristianos– comprobaron en los hechos cuán limitado es el espacio en Chile para recurrir a políticas públicas alejadas de los sentimientos centristas de la sociedad.
Aunque su carrera política comenzó con las protestas estudiantiles de 2011, y buena parte de los antiguos dirigentes o partidarios de la Concertación no lo respaldaron en la primera vuelta, Boric viene de allí. Con la excepción del ala más dura del Partido Comunista, gran parte de la izquierda chilena sabe, de una manera u otra, que los límites del cambio en Chile son reales, rígidos y viejos: se remontan por lo menos a 1970-73 y la trágica experiencia de Salvador Allende. Boric se ha deslindado en varios momentos del PC, y se ha empezado a rodear a personalidades más afines a la ex-Concertación. A su vez, líderes de la misma, como el expresidente Ricardo Lagos e indirectamente la expresidenta Michelle Bachelet, no tardaron en apoyar a Boric en la segunda vuelta.
La competencia en Chile se centra de manera creciente en la cuestión social. De acuerdo con la encuesta seria más reciente –de Cadem– los derechos sociales es el tema que más le importa a la gente, superando con mucho a asuntos como la delincuencia y orden público. Los chilenos se identifican más con Kast a propósito de estos últimos temas, pero mucho más con Boric en los primeros. De allí que el candidato de izquierda le saque una ventaja de seis puntos en las preferencias electorales al de extrema derecha, según esta encuestadora. Falta tiempo y un debate, pero las tendencias comienzan a favorecer a Boric.
Esta interpretación de la elección chilena contradice el análisis de varios observadores del país o extranjeros. También contrasta con la visión de una nueva marea rosa en la región, impulsada por movimientos sociales y reacciones ante la desigualdad. Más bien corroboraría, de confirmarse, la visión de dos izquierdas en América Latina: una moderada, que gobierna bien, dentro del “sistema”, y otra radical, que se va a los extremos y destruye países, por una razón u otra. Chile puede mandar, nuevamente, una señal del camino a seguir.