Surigao, Filipinas (CNN) – Normalmente, Jay Lacia se despierta a medianoche el día de Navidad para comenzar las festividades, pero este año lo único que deseaba era tener suficiente comida.
“Siempre celebramos la Navidad, pero por ahora, es demasiado duro”, dijo este padre de 27 años de edad, mientras estaba sentado entre los escombros en la ciudad de Surigao, afectada por el tifón, en el extremo noreste de Mindanao en Filipinas.
Madera rota, restos de metal y residuos de plástico se alinean en la orilla, donde duerme un perro callejero exhausto. El hedor de los residuos y de los peces muertos invade el aire.
Más de una semana después de que el supertifón Rai, conocido localmente como Odette, azotara Filipinas, Lacia se ha dado por vencido y ha renunciado a intentar salvar lo que queda de su hogar. En su pueblo, situado en la cercana isla de Dinagat, ya no queda ni una sola casa en pie.
“Todo ha desaparecido, incluida mi casa”, dice Lacia. “El tejado y la madera con la que construimos ya no están”.
Nadie esperaba la furia que desataría Rai cuando golpeó el archipiélago el 16 de diciembre. Fue el tifón más fuerte que ha azotado Filipinas este año, matando a casi 400 personas y desplazando a cientos de miles más.
Filipinas experimenta varios tifones al año, pero la crisis climática ha provocado que las tormentas sean más impredecibles y extremas, dejando a los más pobres de la nación en situación de mayor vulnerabilidad.
Familias como la de Lacia lo han perdido todo. Y ahora, se enfrentan a la tarea casi imposible de reconstruir sus hogares sin tener suficiente comida o agua para beber.
“Pensamos que estábamos a salvo porque atamos nuestra casa. Pensamos que eso era suficiente para evitar que se derrumbara”, dijo.
“Pusimos un peso en nuestro tejado para evitar que se lo llevara el viento. Por desgracia, no fue suficiente”.
Sin techo en Navidad
Casi 4 millones de personas en más de 400 ciudades se vieron afectadas por el tifón Rai, según el Consejo Nacional de Gestión y Reducción de Riesgos de Desastres de Filipinas (NDRRMC, por sus siglas en inglés).
Más de medio millón siguieron en condición de desplazados durante la Navidad, una de las fiestas más importantes en esta nación de mayoría católica.
“Las familias no tienen nada”, dijo Jerome Balinton, responsable humanitario de Save the Children. “Las luces brillantes y la música navideña fueron sustituidos por centros de evacuación sucios y húmedos. Su único deseo esta Navidad es sobrevivir”.
Jovelyn Paloma Sayson, de 35 años, de la ciudad de Surigao, fue evacuada a la iglesia parroquial de su comunidad antes de la llegada del Rai.
Su frágil choza, hecha de madera, plástico y metal, no resistió las poderosas ráfagas de viento de la tormenta.
“Los tejados de todas las casas volaban por todas partes”, dijo la madre de siete mientras estaba sentada entre las ruinas de su casa.
“Nuestra casa fue la primera en derrumbarse. Primero voló el techo. Luego se derrumbaron los cimientos. Después de que mi casa fuera destruida, la de mi madre se derrumbó”.
Toda la comida de la familia quedó destruida por las inundaciones. Sus reservas de arroz, un alimento básico para el país del sudeste asiático, estaban flotando en aguas fangosas junto a trozos de madera rotos. La ropa de los niños de Sayson está arruinada por la lluvia, y de sus muebles solo quedan fragmentos.
Los electrodomésticos de la cocina de Sayson fueron robados tras el desastre. No puede costear reconstruir desde cero, dice.
“Necesitamos dinero para reconstruir nuestra casa”, dijo. “No soñamos con tener una mansión. Todo lo que queremos es tener nuestra propia casa para vivir y que nuestros hijos estén seguros”.
A pesar del trauma, su familia se reunió para celebrar las festividades.
“No teníamos nada que comer”, dijo Sayson. “Alguien nos dio pan de molde y productos enlatados. Aunque seamos pobres, hacemos una fiesta todas las Navidades”.
Desplazamiento y sufrimiento prolongados
Según la NDRRMC, se han habilitado más de 1.000 refugios temporales para albergar a las personas cuyos hogares se han derrumbado.
Para muchas de las familias desplazadas, el trauma y el sufrimiento son insoportables.
Alvin Dumduma, director de proyectos en Filipinas del grupo de ayuda Humanity and Inclusion, dijo que es “agotador” para las familias tratar de reconstruir sus hogares “mientras se mueren de hambre y sed”.
Hacinados en centros de evacuación insalubres y sin agua corriente, le preocupa la posible propagación de enfermedades, como el covid-19.
“Las condiciones en los centros de evacuación están lejos de ser ideales. Son antihigiénicas. Miles de personas duermen bajo un mismo techo sin agua potable”, añadió. “Los niños no van a la escuela. Tampoco hay electricidad. Estarán así durante mucho tiempo”.
Dumduma dijo que el desastre también ha devastado los medios de vida de estas familias.
“Muchos son de comunidades pesqueras o agrícolas cuyos barcos y tierras han sido destruidos”, dijo. “Van a luchar mucho para reconstruir sus negocios”.
El presidente de Filipinas Rodrigo Duterte dijo que el gobierno recaudará dinero para la rehabilitación y recuperación de las zonas devastadas por el tifón. Las Naciones Unidas también han prometido más de US$ 100 millones en ayuda.
Pero Dumduma dijo que es necesario cambiar mucho más a nivel gubernamental para evitar tal devastación de futuras tormentas.
“El caos se produjo porque el gobierno no estaba preparado. Deben reforzar su programa de desastres y respuesta”, dijo. “Necesitamos más formación, más preparación y una respuesta temprana”.
CNN contactó con el NDRRMC para pedirle comentarios, pero no recibió respuesta antes de la publicación de este reportaje.
Los automovilistas pasan a toda velocidad por delante de los cocoteros caídos en el punto máximo del supertifón Rai a lo largo de una carretera en la ciudad de Del Carmen, en la isla de Siargao, el 20 de diciembre de 2021.
Efectos de la crisis climática
Situada en el cinturón de tifones del océano Pacífico occidental, Filipinas experimenta regularmente grandes tormentas, pero la crisis climática ha hecho que estos fenómenos sean más extremos e imprevisibles.
A medida que la crisis climática se agrava, los ciclones se vuelven más intensos y destructivos. Rai pasó rápidamente de ser el equivalente a una tormenta de categoría 1 a una de categoría 5 en apenas 24 horas, con vientos de hasta 260 kilómetros por hora.
Y el país no estaba preparado para una catástrofe de esta magnitud.
Kairos Dela Cruz, director adjunto del Instituto para el Clima y las Ciudades Sostenibles, afirmó que los países en desarrollo están llegando al límite de su capacidad para hacer frente a las catástrofes naturales por sí solos y que los que viven en zonas costeras bajas pronto perderán sus hogares por el incremento del nivel del mar.
Un estudio publicado en noviembre por investigadores del Instituto de Innovación Meteorológica de Shenzhen y de la Universidad China de Hong Kong reveló que los tifones en Asia podrían duplicar su poder destructivo a finales de siglo. Ya duran entre dos y nueve horas más y viajan una media de 100 kilómetros más hacia el interior que hace cuatro décadas.
La crisis climática también pone de manifiesto los problemas sistémicos de Filipinas, dijo Dela Cruz.
“Necesitamos más recursos para ayudarnos y (deberíamos) desempeñar un papel más fuerte a nivel internacional para impulsar una mayor financiación climática”, dijo.
Según Dela Cruz, una tormenta de la envergadura de Rai en diciembre es inusual para Filipinas, que suele experimentar tifones de junio a septiembre.
Para Alita Sapid, de 64 años, los efectos de la crisis climática son claramente visibles.
“Ya hemos tenido tifones antes, pero este fue extremadamente fuerte”, dijo sobre el Rai. Sapid se quedó en su casa de Surigao con su marido, su hija y sus cuatro nietos cuando llegó el tifón, pero cuando el agua se filtró, decidieron que era hora de evacuar.
“Le dije a mi marido que saliéramos de aquí porque podríamos morir”, dijo. “Mis nietos tuvieron que arrastrarse por las carreteras porque el viento era muy fuerte”.
El techo de la casa de Sapid está completamente destruido. Sin ningún lugar al que ir y sin dinero por ahora, la familia no tiene más remedio que dormir en su casa expuesta… lo que queda de ella.
“Además de pensar en lo que vamos a priorizar en la reparación, también estamos pensando en cómo podemos conseguir comida”, dijo.
“Todavía no hemos recibido ninguna ayuda. Estamos esperando que alguien nos ayude”.
Un largo camino hacia la recuperación
Lacia, de la isla de Dinagat, se trasladará con su mujer y su hijo a Surigao. Allí es más seguro, dijo.
“Mis vecinos ya no están (en Dinagat). La mayoría de ellos se han ido porque no queda nada en nuestro barrio”, dijo.
Lo único que le queda a su nombre son algunas cerillas, una caja de arroz, pescado seco y productos enlatados.
“En mi familia, realmente necesitamos ayuda para poder levantarnos de nuevo y volver a ganarnos la vida”, dijo Lacia.
“Odette fue realmente un supertifón”, dijo. “Perdimos nuestra casa, dañada por la fuerza del viento que trajo la tormenta. Hicimos de todo, pero aun así no fue suficiente”.