Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) – Desde muy temprano supe que Europa era como mi casa. Todos los premios y condecoraciones que he recibido han sido otorgadas desde el viejo continente, mis libros vieron la luz en varias lenguas y editoriales en esta parte del mundo. Aunque la vida me llevó por otro lado, siempre pensé vivir en un lugar donde existan leyes que preserven al ser humano más allá de dogmas, modas políticas, castas sociales o frágiles esquemas económicos.
Desde muy joven llegaba a España y sentía en carne propia que esta sociedad estaba más cerca de la utopía social que nos prometieron en nuestro desigual y absurdo socialismo tropical. Pasada la pandemia regresé a mi amada Barcelona, La ciudad de los prodigios, donde nació el ‘boom’ latinoamericano y cada abril, en Sant Jordi, se regala a los amigos un libro y una rosa.
A Barna la he sentido distinta, la mayoría de las personas transcurren con un humor terrible, es difícil no sentirse mal en los taxis y restaurantes por las ríspidas, bruscas respuestas, la desesperanza se les ve dibujada en sus rostros. Tal vez se trate de las fracturaciones políticas, o del férreo encierro que en esta parte del mundo no ha dado tregua. Noto que entre ellos hablan poco o nada, siento que intentan el ejercicio del reencuentro. Tapabocas, temor, diferencias políticas, y ese miedo al contagio que impide compartir una simple sonrisa en la cola del periódico, donde hasta muy poco se debatía el diario acontecer en catalán o en castellano. Solo en Sant Cugat, en un encantador mercadillo de antigüedades, me sentí nuevamente en Cataluña, porque esa otra Barcelona airada no es la que me quiero llevar en la memoria.
Escapé a Madrid intentando encontrar sosiego, y allí me topé de frente con una nueva cepa del virus ómicron. Fui al hospital y saqué mi pasaporte francés para ser atendida como una europea más, pero la situación es esta: como no abones la seguridad social, poseas un seguro privado o pagues directamente en euros por las consultas, te atienden pero te vas a casa con una factura.
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Aunque los días están soleados, tengo frío, camino hasta la pequeña tienda del barrio a comprar una bufanda, pero está cerrada porque es la hora de comer.
Aunque Madrid se nota mucho más floreciente y próspera, la mayoría de los jóvenes son mileuristas, viven con sus padres o emigran para buscarse una vida mejor. Muchos egresados universitarios prefieren hacer oposiciones para un cargo público. Ser autónomo en esta sociedad te endeuda con el fisco desde el minuto cero.
Esto también es hoy España, pero la gente se confiesa e intenta arreglar el mundo en los bares y restaurantes. Muchos están descontentos con las alianzas para gobernar, y lo dicen claramente, no todos quieren una fórmula con Vox o Podemos, y pueden debatirlo acaloradamente. La televisión sigue pasando a Raffaela Carrá y a Rocío Jurado, el tiempo parece detenido en España.
La nocturnidad y la carcajada en las calles de Madrid o San Sebastián es el antídoto contra los problemas económicos y sociales. No es de buen ver hablar de trabajo o llamar para consultar asuntos laborales los fines de semana o los días festivos, pero hay muchísimos puentes y son largas las vacaciones de verano e invierno.
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España es una fiesta y tiene dos caras, la de aquellos que celebran sea cual sea la realidad, pues su economía nunca se verá afectada y la de quienes celebran, aunque no les alcance para terminar el mes. De puente en puente, de bar en bar, porque, en definitiva, en esta tierra, festejar es un modo de estar vivo.
Al final así este país funciona y en muchos casos, como el transporte público, por ejemplo, como un reloj. Entonces yo me pregunto: ¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar?