Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista de The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora.
(CNN) – En el momento en que la ceremonia de clausura marcó el final de los Juegos Olímpicos de Invierno 2014 de Rusia en Sochi, los manifestantes a favor de Rusia en la península ucraniana de Crimea ya estaban en las calles.
A los pocos días, los “hombrecitos verdes” no identificados, soldados enmascarados con insignias ocultas, comenzaron lo que se convirtió en la violación más descarada del derecho internacional por parte del presidente de Rusia, Vladimir Putin: la captura y anexión del territorio de otro país.
Putin esperó a que terminaran los juegos de Sochi para lanzar el ataque a Crimea, probablemente para no desviar la atención de lo que esperaba que fuera un escaparate de los logros de Rusia. Hubo otras teorías sobre el momento, incluyendo un esfuerzo por distraer de las crecientes acusaciones de corrupción masiva en torno a los gastos de la organización de los Juegos, pero la necesidad de mantener la atención en Sochi fue probablemente un factor motivador.
Ocho años después, mientras Putin se prepara para asistir a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing la próxima semana, las tropas de Rusia se han acumulado a lo largo de las fronteras de Ucrania, a la espera de la decisión del presidente sobre si invadir o no.
Esta vez, es probable que Putin lo piense dos veces antes de ensombrecer los Juegos Olímpicos (o al menos la primera parte de ellos) y estropear el momento en que el líder de China Xi Jinping brille en la escena mundial. Y es que Putin y Xi se han convertido en los hermanos autocráticos del mundo.
Los dos líderes han utilizado tácticas inquietantemente similares para lograr los resultados a los que ambos aspiran. Ambos han orquestado un cambio de reglas para poder permanecer en el poder durante décadas, más allá de los límites de sus mandatos. Para mantenerse en el poder, también están aplastando cada vez más la disidencia en casa, encarcelando a los críticos, y lo que es peor, intimidando a sus vecinos y tratando de ampliar la esfera de influencia de su país.
Han demostrado estar dispuestos a hacer lo que sea necesario para silenciar los llamamientos a la democracia y los derechos humanos en su país. Han reprimido y acusado a sus propios ciudadanos de actuar como marionetas de potencias extranjeras, como si fuera imposible vivir en China o Rusia en, por ejemplo, San Petersburgo o Hong Kong, y desear realmente la democracia.
China se empeña en decir a sus ciudadanos y al mundo que la democracia de estilo occidental es un sistema inferior, caótico e ineficaz. También Rusia presenta a Estados Unidos como una superpotencia en declive, pero amenazante. Sostienen que la democracia y los derechos humanos, más que un anhelo universal, son una invención de occidente. Y, por si fuera poco, silencian a cualquiera que parezca estar acumulando demasiado poder, incluyendo a magnates de los negocios, a menos que estén suficientemente a su servicio.
Más que una motivación ideológica importante, el objetivo principal de estas tácticas represivas es proteger su dominio.
Putin habla de la OTAN y de la amenaza que supone para las fronteras de Rusia. Pero es el giro de Ucrania hacia un occidente más libre y democrático lo que más le preocupa. El anhelo de libertad es contagioso y él lo sabe. También lo sabe Xi.
Putin sabe que una Ucrania democrática en la frontera de Rusia puede inspirar a los que desean el cambio en su país, al igual que las libertades de Alemania Occidental durante la Guerra Fría impulsaron al bloque soviético a construir un muro alrededor de Berlín Oriental.
En la década de 1980, Putin estaba en Dresde como agente extranjero de la KGB cuando los alemanes orientales derribaron el muro, un acontecimiento que sentó el terreno para el colapso de la Unión Soviética.
Para afianzar su control sobre el poder, a los autócratas les encanta organizar megaeventos, y ninguno mejor que los Juegos Olímpicos. Representan una oportunidad para proclamar su éxito a su pueblo y al mundo; para hacer valer el argumento tácito de que, sea cual sea el precio que hayan extraído de la represión, el fin ha justificado los medios. Sin embargo, para lograr el máximo impacto, necesitan cautivar la atención del mundo.
Esta semana, los funcionarios de China negaron que Xi pidiera a Putin que pospusiera una invasión de Ucrania hasta después de los Juegos de Beijing, pero no ocultaron su desprecio por quienes afirman que Ucrania tiene derecho a elegir su propio camino. Después de que Xi y Putin hablaran el mes pasado, la televisión estatal citó al líder de China diciendo: “En la actualidad, ciertas fuerzas internacionales están interfiriendo arbitrariamente en los asuntos internos de China y Rusia bajo el disfraz de la democracia y los derechos humanos”. Xi y Putin, ¡hermanos de armas!
Y armas no les faltan. La fuerza militar es una herramienta clave en su estrategia para ampliar las esferas de influencia más allá de sus fronteras. El ejército de China construye islas artificiales y bases militares en aguas en disputa; volando rutinariamente aviones militares alrededor del espacio aéreo de Taiwán e intimidando de otras maneras a sus vecinos. Rusia ha desplegado su ejército en Georgia, Ucrania y Kazajstán. Y el mes que viene está previsto que sus fuerzas realicen maniobras en Belarús, añadiendo otra amenaza a Ucrania desde el norte.
China y Rusia tienen una historia de rivalidad y todavía hay zonas de fricción. (¿A qué esfera de influencia debe pertenecer, por ejemplo, Asia Central, incluida Kazajstán? Ambos la quieren). Pero por ahora, Xi y Putin están uniendo sus armas contra su principal enemigo, Estados Unidos, y sus aliados en Europa. Tanto China como Rusia se enfrentan a sanciones occidentales. Los dos hombres ven en el otro un espíritu afín y autocrático.
Una semana antes de la llegada de la antorcha olímpica a Beijing, con China enfrentándose a un “boicot diplomático” a los Juegos por parte de varios países democráticos, y con Rusia en medio de tensas negociaciones sobre Ucrania, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Zhao Lijian, hablo con grandilocuencia al declarar: “No hay un límite para la confianza mutua entre China y Rusia, no hay zona prohibida en nuestra cooperación estratégica y no hay límite en lo que puede llegar nuestra larga amistad”.
Después de una declaración tan apasionada, es difícil imaginar que Putin desviará a sabiendas la atención del momento olímpico de China. Por supuesto, la última vez que China organizó los Juegos, en 2008, Putin envió sus tropas a Georgia. Sin embargo, eso fue mucho antes de que Xi llegara al poder.
En esta ocasión, China hizo que las Naciones Unidas adoptaran una resolución de “tregua olímpica”, un compromiso móvil de abstenerse de las hostilidades desde una semana antes del comienzo de los Juegos hasta una semana después del final de los Juegos Paralímpicos. Si Putin decide que quiere invadir Ucrania, ese plazo, hasta el 20 de marzo, es demasiado largo.
Para entonces, el suelo helado de Ucrania se habrá derretido hasta convertirse en barro apenas transitable para los tanques rusos.
Mientras tanto, Estados Unidos y Ucrania no parecen estar de acuerdo con el nivel de amenaza de un ataque ruso. Un alto funcionario de Ucrania dijo a CNN este jueves que una llamada entre Biden y su homólogo Volodymyr Zelensky “no fue bien”, descripción que la Casa Blanca disputa.
En cuanto al próximo movimiento de Rusia, solo un presidente sabe realmente la respuesta. Cuando Putin se siente en las gradas del estadio Nido de Pájaro de Beijing el 4 de febrero, para ver la ceremonia de apertura, es probable que haga esperar a sus tropas unos días, aunque haya decidido lanzar lo que sería una invasión catastrófica. Lo hará por el bien de Xi. Después de todo, es lo menos que puede hacer un hermano.
A menos, por supuesto, que decida invadir antes de que comiencen los Juegos. En cuyo caso, el reloj está corriendo.