(CNN) – Durante siglos, los castillos medievales, imponentes y aislados triunfos de la construcción, han ocupado un lugar especial en la imaginación occidental, evocando a la vez un sentido de la historia, la fantasía, la guerra y el romance. Son el eterno telón de fondo de obras de teatro de época y de libros infantiles, de folletos de viajes y de anuncios de moda.
Pero en su último libro, “Stone Age: Ancient Castles of Europe”, el escritor y fotógrafo Frédéric Chaubin se propuso romper con los estereotipos familiares, utilizando la prosa y la fotografía para vincular lo medieval con el modernismo.
“En lugar de considerarlos solo como vestigios históricos, me interesaba mucho más establecer un vínculo entre esta arquitectura tan primitiva y los fundamentos y principios del Modernismo, que se establecieron más o menos a principios del siglo XX a través de las obras teóricas de Adolf Loos o Le Corbusier”, explicó en una entrevista telefónica, refiriéndose a los influyentes teóricos y arquitectos que abogaban contra la ornamentación y veneraban las formas limpias.
Cuando los castillos surgieron en el siglo X como alternativa a las estructuras de madera, se concibieron como viviendas fortificadas para la clase dirigente. La protección era más importante que la decoración: las torres se construían a gran altura para salvaguardar a los habitantes de las amenazas exteriores, los fosos eran defensas más que elementos de agua y los diseños se adaptaban a las reglas cambiantes de la guerra o a las necesidades domésticas de los residentes del castillo.
“Stone Age” es el segundo libro de Chaubin, luego de “CCCP: Cosmic Communist Constructions Photographed”, un elegante tomo que presentaba siete años de fotografía e investigación sobre la arquitectura de la Unión Soviética. Para su nuevo libro, sin embargo, se armó con una cámara tradicional de gran formato y viajó al Reino Unido, Francia, España, Alemania, el Báltico y más allá, fotografiando más de 200 castillos construidos entre los siglos X y XV.
A la hora de hacer su selección final, Chaubin dio prioridad al carácter impresionante de la ubicación de un castillo y a su sencillez arquitectónica, en consonancia con su tema general, más que a su importancia histórica. “Se trata del (contexto) mucho más que de los edificios en sí”, dijo. “Los más interesantes son los que están realmente aislados; tienes la sensación de haberlos descubierto”.
Un papel en evolución
Normalmente, Chaubin fotografiaba los castillos al acercarse a ellos, captando su majestuosidad cuando salían a la vista por primera vez: el castillo de Grimburg, en Alemania, aparece como una silueta oscurecida contra un terreno cubierto de escarcha, mientras que un plácido lago separa al fotógrafo del castillo Stalker de Escocia. Chaubin esperaba transmitir “los momentos específicos en los que se ve el edificio por primera vez”.
“Suelo presentar el castillo a distancia porque normalmente se descubren los edificios a distancia”, explicó. “Invito a la gente a viajar conmigo”.
El fotógrafo se sintió especialmente atraído por el castillo en ruinas de Quéribus, en el sur de Francia, o el de Manqueospese, en Ávila, España, construido con granito local, castillos que transmiten una conexión natural con su entorno y “parecen salir de la tierra”, como dice Chaubin.
El libro se divide en capítulos temáticos que abordan los orígenes y la evolución de los castillos, el contexto geopolítico de su desarrollo y, posteriormente, su abandono. Aunque las estructuras que Chaubin destaca comparten similitudes en cuanto a materiales y formas básicas, le resultó difícil organizarlas cronológicamente.
“Es muy difícil relacionarlos con un periodo concreto porque, en el caso de los castillos medievales europeos que fotografié, (la construcción comenzó) en torno al siglo X, pero luego sufrieron transformaciones durante siglos y siglos”, explica.
Los castillos del siglo XIII que fotografió en Gales, por ejemplo, se modificaron con el tiempo en función de la evolución del armamento y las estrategias bélicas; los castillos árabes de la Península Ibérica fueron rediseñados radicalmente por los católicos que luego los tomaron. A medida que se acercaba el Renacimiento, y desaparecía la amenaza casi constante de invasión, se introdujeron a menudo elementos decorativos y grandes ventanas para facilitar la transición de un castillo de fortaleza a palacio.
“A partir del siglo XV, no tenían razón de ser (una estructura defensiva), por lo que los castillos se convirtieron en mansiones o palacios, o se dejaron deteriorar”, explicó Chaubin.
Dividir los castillos por lugares parece igualmente inútil, dado que las fronteras de Europa estaban en constante cambio durante los siglos que abarca el libro. La abundancia de invasiones (lo que explica el rastro de castillos normandos de la época de las Cruzadas entre la actual Inglaterra y Medio Oriente) y los matrimonios mixtos entre monarquías también significaron que los estilos arquitectónicos se exportaron ampliamente y se adaptaron para incorporar las tendencias arquitectónicas locales.
Pero, en última instancia, esta falta de coherencia visual fue una fuente de fascinación más que de frustración para Chaubin.
“Me impresionó mucho más la variedad de diferencias (que las similitudes)”, dijo. “La amplísima tipología de esos castillos hizo que el tema fuera más difícil de tratar, pero al mismo tiempo, más interesante”.
“Stone Age: Ancient Castles of Europe”, publicado por Taschen, ya está disponible para la venta.