Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) – Con la acumulación de tropas rusas en las fronteras de Ucrania, Estados Unidos y sus aliados se esfuerzan por encontrar la fórmula adecuada para comunicar al presidente de Rusia Vladimir Putin su determinación de evitar la guerra, y disuadirlo de lanzar una invasión.
Pero, ¿cuál es el mejor lenguaje que se puede utilizar con los autócratas?
Putin ofreció un vistazo incómodo al léxico del hombre fuerte durante una conferencia de prensa con su homólogo francés en Moscú esta semana. En su intervención junto al presidente Emmanuel Macron, Putin fue preguntado por los acuerdos de Minsk, los acuerdos de 2015 que pretendían lograr un alto al fuego entre los separatistas respaldados por Rusia en el este de Ucrania y el gobierno.
Al gobierno de Ucrania, señaló Putin, no le gusta el acuerdo. “Te guste o no”, dijo Putin, “es tu deber, mi belleza”. El dicho, como le dijeron los periodistas rusos al portavoz de Putin al día siguiente, tiene connotaciones sexuales bien conocidas.
El portavoz de Putin, Dmitry Peskov, negó, como era de esperar, la implicación, y el presidente de Ucrania, Volodomyr Zelensky, trató de mezclar el humor con la conmoción cuando los periodistas le preguntaron por el comentario ofensivo. Dijo: “Ucrania es una belleza”, pero el “mi” es una “exageración”, lo que significa que no pertenece a Rusia ni a Putin.
El lenguaje saleroso e intimidante de Putin no es nada nuevo. Su lenguaje duro, la carta de presentación del autócrata, es también un emblema de su buena fe populista. Este es el líder que una vez prometió atrapar a los terroristas chechenos en el retrete y “eliminarlos ahí mismo”.
Sin embargo, las palabras de Putin son apenas una parte de su manual de estrategias. Entre los líderes autocráticos, la exhibición de poder y la intimidación es una táctica clave. Lo hemos visto muchas veces, en muchas formas.
El lunes, esa mesa ridículamente larga que separaba a Putin de Macron durante las conversaciones en el Kremlin puede haber parecido una protección contra la pandemia, pero la distancia física no era necesaria; es muy probable que Macron se hiciera la prueba del covid-19 antes de reunirse con el presidente de Rusia.
De hecho, Putin parecía no tener reparos en ponerse al lado de Xi Jinping, de China, la semana pasada en Beijing. La distancia es un símbolo de, bueno, distancia. “Emmanuel, no eres mi amigo”, decía; a diferencia de Xi.
Como sin duda sabe Macron, cuando se trata de un país gobernado por un autócrata, lo único que importa es la relación con el líder. Macron ya intentó persuadir antes al expresidente de Estados Unidos Donald Trump, primero con sutilezas y luego con una muestra de su fortaleza. ¿Quién puede olvidar aquel extraño apretón de manos Macron-Trump de 2017; los dos machos tratando de impresionarse mutuamente?
La visita de Macron a Moscú esta semana produjo una humillación… al menos hasta ahora. Tras las conversaciones, Francia anunció que Putin había aceptado abstenerse de realizar nuevas maniobras militares cerca de Ucrania, por el momento. Más tarde, Peskov, del Kremlin, dijo que no tenía ni idea de qué estaban hablando los franceses; una bofetada en la cara de Macron.
Las demostraciones de fuerza de Putin con los líderes europeos han sido ocasionalmente más burdas, aunque a veces menos consecuentes. En una reunión de 2007 con la entonces canciller alemana Angela Merkel en su casa de verano de Sochi, soltó su gran labrador negro. Se dice que Merkel tiene miedo a los perros. Una fotografía capta a Putin sonriendo mientras Merkel trata de mantener su terror, y quizás su ira, bajo control.
El fondo de las relaciones, por supuesto, importa. Pero en una autocracia, la política se vuelve hiperpersonalizada. En su libro “There’s Nothing for You Here” (No hay nada para ti aquí), Fiona Hill, la máxima responsable de la política sobre Rusia de Trump en el Consejo de Seguridad Nacional, escribió que Putin inventó esencialmente el estilo moderno de liderazgo “personalizado y valiente”, que otros líderes con tendencias autocráticas, incluido Trump, trataron de emular.
Dado que negociar con éxito con EE.UU. requería ganarse la buena voluntad de Trump, recuerda Hill, los funcionarios extranjeros trataron de agasajar a Trump con elogios exagerados. Dice que su oficina “siguió de cerca” los esfuerzos por halagar al presidente, por sus implicaciones en política exterior.
El primer viaje de Trump al extranjero, a Arabia Saudita en 2017, tuvo una recepción surrealista, con una imagen de la cara de Trump de cuatro pisos de altura proyectada en el costado del hotel Ritz-Carlton de Riad. La adulación pareció rendir frutos en la política. Justo después de que Trump abandonara el reino, Arabia Saudita lideró un boicot a Qatar, país que alberga una importante base militar estadounidense. Trump se puso del lado de los saudíes.
Los autócratas populistas pueden impresionar a sus homólogos autocráticos. Trump expresó con frecuencia su admiración por Putin e incluso su envidia por otros autócratas todopoderosos. Pero, por mucha admiración que inspirara entre ciertas personas, el estilo de liderazgo autocrático es perjudicial para sus países. Como señala Hill “El liderazgo a medida inclina el campo de juego lejos del buen gobierno… hacia la corrupción y el nepotismo”.
Rusia muestra claramente ese y otros males de la autocracia.
Aun así, el mundo debe ajustar sus métodos para tratar con Putin. Su estilo de negociación ha sido analizado infinitamente. Putin no parece especialmente vulnerable a los elogios. Sin embargo, al igual que otros hombres fuertes, respeta la fuerza, pero un apretón de manos de Macron de unos minutos no será suficiente.
El actual enfrentamiento sobre la OTAN, y sobre la capacidad de los vecinos de Rusia para determinar su propio futuro, requerirá determinación, unidad y una memoria clara sobre las lecciones del pasado. La energía machista no es un requisito, como demostró Merkel en su papel de negociadora principal de Europa.
Sobre todo, este momento exige comprender que el mundo se enfrenta a un líder autoritario acostumbrado a amedrentar y a intimidar. Al final, no es tanto que Rusia se enfrente a Ucrania o a occidente, sino que es su presidente autoritario. Occidente está buscando el lenguaje adecuado porque esto, como saben los vecinos de Rusia y el resto del mundo, es el espectáculo de Putin.