Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.
(CNN Español) – Dice Ray Dalio, el multimillonario fundador del fondo de cobertura más grande del mundo, que en Estados Unidos vamos camino a una suerte de guerra civil. Lo dijo en LinkedIn. No lo creo, pero cuando Dalio habla hay que prestarle atención. No le hicieron caso en 2007 y 2008, y el mercado se hizo añicos. Previó que íbamos al despeñadero y así ocurrió.
Fue la crisis de las hipotecas de alto riesgo o subprime. Comenzó con el hundimiento de una entidad financiera poco conocida y se hizo más que evidente tras la desaparición de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversiones en Estados Unidos, creado nada menos que en 1847. Además de los actuales conflictos económicos, Dalio ve en la polarización de la sociedad, en la intransigencia y en la falta de racionalidad, sumados al populismo y al extremismo, el germen de la guerra civil.
Me había cruzado con el nombre de Ray Dalio y sabía que era CEO de una las mayores firmas de cuantas invierten en la Bolsa, pero Joaquín Blaya me recomendó la lectura de su último libro, y hasta me lo envió generosamente. Blaya es un chileno, muy respetable, que estuvo al frente de Univision y de Telemundo. Se dice, y dicen bien, que “inventó” la gran televisión en español en EE.UU. Hoy está jubilado.
Mi impresión es que Dalio cree inconscientemente, como casi todos los mortales, que sus rasgos personales son compartidos por la generalidad de sus compatriotas, y no es verdad. Afortunadamente, adquirí su libro Principios antes de que me sorprendiera con su vaticinio de una suerte de guerra civil en el horizonte.
Ahí está muy claro que su método para “hacer las cosas bien” radica, primero, en aprender humildemente de los errores, y enseguida en aplicar la racionalidad para colocarse todos tras ella y, desde ella, hacer nuevos planes que tengan en cuenta las lecciones aprendidas. No creo que abunden los “Dalio”. A mi juicio, aprender de los propios errores es poco frecuente, y aún menos tomar las decisiones desde la racionalidad.
La tendencia general es repetir los errores y tropezar dos veces –o hasta 20 veces– con la misma piedra. Una vez que algo se aprende, el cerebro tiende a repetirlo. De lo contrario, no se entendería que la gente, tras un fracaso, insista en buscar compañías similares a las que le causaron un daño extremo. Hay algo de sadomasoquismo en esas repeticiones. De ahí que resulte creíble la película “El portero de noche”.
En el polémico film, dirigido por la italiana Liliana Cavani hace la friolera de casi medio siglo, y protagonizado por Dirk Bogarde y Charlotte Rampling, se plantea el caso extremo de repetición de una conducta perjudicial. Una muchacha judía, que ha sido sometida a todo tipo de vejámenes y maltratos por un oficial nazi en un campo de exterminio, lo reencuentra en Viena, en 1957, como portero nocturno de un hotel, abandona a su marido, un exitoso director de orquesta, y revive las experiencias de su cautiverio.
No creo que estemos cerca de “una suerte de guerra civil” porque hay numerosas personas que tendrían que intervenir en el conflicto y todas están sujetas por normas. Naturalmente, estuvimos muy próximos a desencadenar una tragedia cuando salió electo Joe Biden, y el presidente Donald Trump no quería reconocer que perdió porque repetía la mentira, con mucha seguridad, de que le habían hecho trampas en los swing states o estados de tendencia electoral incierta.
¿Quería hacer trampa él mismo? Francamente, no lo sé. Sin embargo, en uno de esos estados bisagra, Florida, con 29 votos electorales, el mayor de ellos, había ganado Donald Trump. Obama había ganado en Florida dos veces y a casi nadie le hubiera extrañado extrañaría que los demócratas repitieran ese triunfo; sin embargo, ¿“permitieron” que Trump ganara?. La premisa es absurda: no hubo nada que pudiera calificarse de trampa.
Ganar y perder en las elecciones de 2020
Trump dice que Mike Pence, su vicepresidente, habría podido anular las elecciones de 2020. Pence dice, por su parte, que Trump está equivocado, que no tenía ese derecho, que es “antiestadounidense” pensar que una persona podría haber decidido el resultado. Pence ha defendido su papel en certificar los resultados de la elección de 2020. Pence actuó defendiendo la Constitución que juró defender (por cierto, sobre la Biblia de Ronald Reagan). Si hubiera accedido a actuar en contra de ella, quizás habría habido un gran riesgo de que se desatara la guerra civil que teme el señor Dalio. Creo que ningún partido que gana por más de siete millones de votos y que obtiene más de 270 votos electorales (Biden obtuvo más de 300) está dispuesto a que le roben los comicios impunemente.
El propio Trump llegó a la Casa Blanca por un tecnicismo. Se escribía la Constitución en el ardiente verano boreal de 1787. En Filadelfia no se ponían de acuerdo sobre la forma en que se elegía al presidente. Si era por votación directa o por designación de los estados. El escollo se salvó con una fórmula híbrida, muy rara, en la que se conciliaron las dos posiciones. Esto le sirvió a Trump para alcanzar la presidencia, con los votos del Colegio Electoral, pese a que Hillary Clinton había sacado casi tres millones de votos más que el candidato republicano, la mayoría del voto popular, pero se quedó corta en los votos de los estados. Le ocurrió lo que ya le había sucedido a Al Gore.
A principios de febrero de este año, el Comité Nacional Republicano declaró que el asalto al Capitolio fue “un discurso político legítimo”. Ello, pese a que hubo 5 muertos, grandes daños al inmueble y 140 policías resultaron heridos. El objetivo era condenar a Liz Cheney y Adam Kinzinger, dos prominentes legisladores republicanos, por participar en las investigaciones del ataque al Capitolio.
El tiro le salió por la culata al Comité Nacional Republicano.En ese Comité muchos, para no poner en riesgo sus puestos, intentaban alinearse con el expresidente Donald Trump, una figura que comienza a dividir a los republicanos. Mitch McConnell, el líder de la minoría republicana en el Senado, llamó las cosas por su nombre: la entrada violenta de miles de personas en el Capitolio fue una insurrección con todas sus letras. Pero aún más impacto tuvo la del congresista Kevin McCarthy, líder de la minoría republicana en la Cámara de Representantes, (supuestamente más trumpista). McCarthy primero responsabilizó a Trump de aquellos actos vandálicos, pero luego cambió su discurso.
Probablemente, la fiscal estatal de Nueva York, Letitia James –Tish para sus amigos–, saque del juego a Donald Trump. ¿Cómo? Acusándolo por presunto fraude bancario o divulgando sus actos delictivos al extremo de que nadie o muy pocas personas quieran asociarse a él. James es una abogada de la Universidad Howard, de 63 años, con una maestría en Administración Pública por la Universidad de Columbia.
Según sus investigaciones, Trump habría “inflado” los precios de algunos de sus inmuebles para obtener jugosas hipotecas bancarias, especialmente de un banco alemán, pero los “desinfló” para pagar menos impuestos. Los abogados de Trump dicen que el expresidente no ha cometido fraude. Ya ha llevado a declarar a tres de los hijos de Trump, incluida Ivanka, quien está más cerca del corazón del expresidente.
Me imagino que el señor Dalio puede abandonar su intranquilidad. No existen las “guerras civiles”. Generalmente son libradas entre militares. La Guerra Civil estadounidense acabó siendo reñida por Ulysses S. Grant y Robert E. Lee, ambos egresados de West Point, y costó más de 600.000 muertos. Tal vez tantos muertos como los causados por los demás conflictos, incluidos la Primera, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea. No creo que se repita esa “hazaña”.