Nota del editor: Jacque Smith es productora ejecutiva de CNN Digital Video.
(CNN) – Eliminé Instagram y TikTok. Cerré mi sesión de Facebook y Twitter. Recordé vagamente que todavía tenía una cuenta de Snapchat y la eliminé de mi biblioteca de aplicaciones antes de dejar el teléfono.
Luego respiré profundamente.
Era el 1 de enero de 2022 y mi “micro propósito” de Año Nuevo era dejar las redes sociales durante un mes. Lo llamé mi enero “seco”. (Seamos sinceros: con la variante ómicron haciendo estragos el mes pasado, renunciar al alcohol estaba fuera de discusión).
Sabía que seguiría necesitando entrar en mis cuentas sociales para ver videos para el trabajo. Pero quería, y tal vez necesitaba, que cesara el desplazamiento incesante y distraído por redes sociales.
Treinta días después, esto es lo que he aprendido.
Hacer “scroll” es adictivo
Era una compulsión. Durante la primera semana de enero, tomé mi teléfono al menos una vez por hora sin otra razón que la de desplazarme por mis redes sociales. Al no poder abrir las aplicaciones, dudaba con el pulgar sobre la pantalla de inicio, sin saber qué hacer.
Simplemente dejar el teléfono parecía admitir la derrota. Seguro que había algo más para lo que utilizaba este dispositivo cada tres minutos. Podía mirar el rollo de la cámara para ver lo que había hecho en los últimos días. O leer la aplicación de CNN. Por lo general, hacía scroll por los correos electrónicos del trabajo ya leídos para asegurarme de que no me había perdido de nada importante.
¿Suena triste? A mí me parecía triste.
Los científicos llevan años diciéndonos que las redes sociales pueden proporcionar al cerebro un flujo constante de dopamina, una sustancia química cerebral que influye en el estado de ánimo. La dopamina nos recompensa por un comportamiento placentero y nos anima a repetirlo. No es sorprendente que la dopamina sea también el principal neurotransmisor implicado en la adicción.
La adicción al teléfono todavía no es un diagnóstico médico. Pero no me gustaba la sensación de no poder controlar el impulso. Y aunque al cabo de unas semanas levantaba menos el teléfono, siempre quedaba la sensación fantasma de algo que solía hacer.
Puedes hacer mucho en pocos minutos
Una vez leí un libro titulado “168 Hours: You Have More Time Than You Think”, de Laura Vanderkam. Resulta que es cierto, sobre todo si dejas las redes sociales.
A lo largo del mes, aproveché los ratos que solía pasar haciendo scroll para tachar mi lista de tareas. Los momentos de espera del tren los pasé terminando el último capítulo de mi libro del club de lectura. Si tenía cinco minutos antes de ver a unos amigos, cargaba el lavavajillas.
En la fila del supermercado, programé una cita con un técnico para que arreglara la cerradura de nuestro departamento. Era increíble lo que podía hacer en cortos periodos cuando no tenía nada más que me distrajera.
Las verdaderas amistades requieren tiempo
Mi marido estuvo de viaje de trabajo durante un mes en las festividades, y cuando volvió a casa, quise gritarlo a los cuatro vientos. Lástima que no tenía mis medios habituales. Uno a uno, envié mensajes de texto a su madre y a mi madre y a mis compañeros de trabajo y a nuestros amigos comunes. Varios dedos acalambrados más tarde, había terminado.
No me estoy quejando. Estoy increíblemente agradecida por tener una red de apoyo de familiares y amigos. Pero cultivar esas relaciones fuera del falso mundo de las redes sociales requiere tiempo y energía. Llamé y pregunté cómo les iba, en lugar de limitarme a pasar por sus historias. Organicé citas para cenar en lugar de sentarme en el sofá a mirar su cena desde lejos. Con el tiempo, aprendí a qué amistades dedicaría esa energía, quiénes me la devolverían, y qué amigos eran principalmente conocidos en línea.
Para que quede claro, necesito ambos tipos de amigos. Necesito a los que me envían memes a la 1 de la madrugada (¡cómo extrañaba los memes!) y necesito a los que puedo llamar a la 1 de la madrugada cuando extraño terriblemente a mi marido. Un mes sin redes sociales me recordó lo importante que es dar prioridad a pasar tiempo con mis personas favoritas en la vida real.
Soñar despierta es un pasatiempo decente
Las redes sociales no son del todo malas. Sí, sigo a gente que hace acrobacias estúpidas y a desconocidos que despotrican sobre sus opiniones políticas. Pero también me encanta seguir a fotógrafos de viajes, defensores de las casas pequeñas y aficionados al bricolaje que son más creativos de lo que yo nunca seré. Sigo en Instagram a un levantador de pesas de 75 años que podría patearme el trasero (aparentemente 35 es demasiado pronto para rendirse y hacerse amigo del sofá *insertar emoji de encogimiento de hombros*).
Estas personas me inspiran. Me ayudan a imaginar un mundo en el que vivo en 20 metros cuadrados sin querer asesinar a mi marido a los pies de una cordillera en Italia, junto a un lago turquesa en el que hago paddleboard a diario para mantener mis esculpidas abdominales, mientras espero que la pintura se seque en mi último proyecto.
Sin las redes sociales, perdí algunas de esas fantasías. Eso también fue triste.
Ahora que estamos en febrero, voy a recuperar algunas de las aplicaciones. Me vendría bien la dopamina extra… y la distracción ocasional del mundo real.
Me voy a desconectar de las que a menudo me arrastran a oscuros agujeros discursivos. Y trataré de terminar mi lista de tareas antes de desplazarme por ellas (oye, encontré el tiempo para escribir este artículo).
También voy a ser intencional en hacer planes para ver a la gente que me importa en persona, con frecuencia. Por mucho que me gusten los memes, ese tipo de conexión en la vida real es inigualable.