Nota del editor: Daniel Treisman es profesor de ciencia política en la UCLA, miembro del Centro de Investigación Avanzada de Ciencias del Comportamiento de Stanford, y coautor de “Spin Dictators: The Changing Face of Tyranny in the 21st Century”. Las opiniones expresadas en el presente reportaje le pertenecen únicamente a su autor.
(CNN) – El tiempo de las mesas largas parece haber terminado. El lunes, Vladimir Putin pasó de la diplomacia a la acción directa.
En un día rebosante de adrenalina, el presidente de Rusia puso en juego la seguridad de Europa y su propio futuro político con una apuesta mayor que cualquier otra que haya arriesgado en sus 22 años en el poder.
Con dos movimientos de bolígrafo, reconoció la independencia de las “repúblicas populares” secesionistas de Donetsk y Lugansk, situadas en el este de Ucrania, y ordenó la entrada de tropas rusas de “mantenimiento de la paz” en las regiones, donde antes había afirmado sin pruebas que se estaba produciendo un “genocidio”.
La televisión estatal también transmitió a Putin “consultando” en el Consejo de Seguridad con sus principales subordinados, todos los cuales lo instaron a reconocer las repúblicas. La sesión tuvo la espontaneidad cuidadosamente elaborada de un juicio espectáculo de los años treinta.
Quizás el elemento más siniestro de la extravagancia del Kremlin fue un discurso televisado de 58 minutos de Putin al pueblo ruso, que osciló entre una tendenciosa lección de historia, un manifiesto contra la OTAN y una denuncia de la “rusofobia agresiva y el neonazismo” de Kyiv.
A primera hora del martes, las tropas rusas habían entrado en la región de Donbás, según Josep Borrell, responsable de la política exterior de la Unión Europea. Nadie sabía dónde pensaban detenerse.
Muchos quieren creer que el Donbás será el final del camino. Tal vez el objetivo de Putin era reconocer las regiones escindidas y casi con toda seguridad anexionarlas como Crimea, con las tropas rusas detenidas en la línea de contacto de facto que separa las repúblicas autodeclaradas del resto de Ucrania.
De ser así, los aproximadamente 190.000 soldados rusos en las fronteras de Ucrania, los planes interceptados para atacar Kyiv, y la escalofriante lista de disidentes y periodistas a asesinar o encarcelar (que el Kremlin niega que exista), resultarían ser una distracción deliberada diseñada para hacer que el curso real de Rusia parezca menos radical. Al amenazar con algo mucho peor, el Kremlin podría aprovechar el alivio de occidente cuando no suceda.
Si Putin se detuviera tras la anexión de las dos repúblicas, esto podría verse como una victoria significativa para él. Habría ampliado las fronteras de Rusia por segunda vez, aprovechando el triunfo de Crimea. Esto le garantizaría un lugar en la historia.
Al no ir más allá, también pondría en tensión la unidad occidental forjada cuando todos esperaban una invasión masiva. ¿Cancelaría Alemania, de una vez por todas, el proyecto de gasoducto Nord Stream 2 ante un rediseño casi incruento de las fronteras internacionales? Aunque Alemania detuvo el martes el proceso de aprobación del gasoducto, su destino a largo plazo sigue sin estar claro. Lo más probable es que Europa se divida sobre el alcance de las sanciones y que vuelvan a surgir tensiones en la OTAN.
Al mismo tiempo, Putin ya puede presumir de haber consolidado el control sobre Belarús, donde el presidente Lukashenko ha aceptado que las tropas rusas permanezcan indefinidamente. En un hábil juego de manos, ha colocado fuerzas en un Estado europeo mientras los ojos del mundo estaban puestos en otro.
Del mismo modo, al obligar a occidente a centrarse en sus jugarretas geopolíticas, Putin ha limitado la atención que se presta a sus crecientes abusos de los derechos humanos en su país. El líder de la oposición Alexei Navalny, que sobrevivió al envenenamiento con un arma química prohibida, languidece en la cárcel.
Aunque Estados Unidos ha impuesto sanciones a muchos de los considerados responsables, las sanciones de la Unión Europea han sido más limitadas hasta ahora.
Aun así, Putin no parece dispuesto a llegar a un acuerdo. Aunque apoderarse de estas dos regiones sea el objetivo a corto plazo, no resuelve su disputa más profunda con occidente, que está adquiriendo dimensiones cada vez mayores.
El airado discurso del presidente ruso del lunes contenía una amplia visión del pasado de Rusia, contada desde una perspectiva extrañamente decimonónica.
Algunos acusan a Putin de querer reconstruir la Unión Soviética. Sin embargo, el ataque a Lenin y a sus colegas en el discurso del lunes puso fin a esa ilusión. Los bolcheviques, en la opinión de Putin, crearon la república artificial de Ucrania. Lo que él sueña con reconstruir no es la URSS, sino el Imperio ruso anterior a 1917.
Volviendo al presente, Putin acusó a Kyiv de querer desarrollar armas nucleares e integrar su mando militar con el de la OTAN.
La secesión de las dos repúblicas difícilmente mitigará estos temores. Tampoco satisfará las persistentes demandas de Putin a los líderes occidentales durante los últimos meses para que se comprometan por escrito a poner fin a la expansión de la OTAN y a la retirada de todas las fuerzas a su despliegue a partir de 1997.
Incluso si no se produce una invasión a gran escala de forma inmediata, es poco probable que Putin renuncie a sus esfuerzos por socavar la categoría de Estado de Ucrania y hacer retroceder a la OTAN. Y es posible que los tanques rusos no se detengan en la línea de contacto.
En su lugar, pueden tratar de tomar la totalidad de las regiones administrativas de Donetsk y Lugansk. O tal vez continúen hasta Kyiv, con el objetivo de destruir las bases militares, purgar a la élite ucraniana e imponer un gobierno títere.
El reto para occidente no puede ser más claro. Si Putin consigue socavar Ucrania, es poco probable que se detenga ahí. Su desconfianza hacia occidente y su visión expansiva del destino de Rusia están ya muy arraigadas. Nuestra política debe elevar el costo de la erosión del orden internacional.
En una recepción en 2015, tuve la oportunidad de preguntar a Putin sobre su planificación de la ocupación de Crimea. “¡Incluso me sorprendió lo bien que salió!”, me dijo con una sonrisa. Occidente debe asegurarse de que esta vez no le sea tan fácil.