Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) – El Miami que yo habito se define ante mis ojos como una ciudad espejo, paraíso flotante conformado por pequeñas islas conectadas por puentes y spressway.
Durante la pandemia todo parecía dormido, los pavos reales campeaban libres por los jardines y los mangos se descolgaban maduros de los árboles, ofreciéndose, regalándose a quienes se atrevían a salir de casa a dar una caminata en un espacio público, que antes, pocos concebían como peatonal.
A mi barrio, Coconut Grove, comenzaron a llegar nuevos vecinos. Se mudaban tres y cuatro familias a la semana. Silenciosamente fueron ocupando espacios disponibles para la venta y el alquiler. Vestidos de negro, abrigados en pleno agosto, llegaban de Nueva York, Colorado o Washington tratando de evadir el encierro. Venían buscando luz natural y un espacio amplio para trabajar desde casa. Necesitaban balcones, portales, patios, jardines, una habitación, una cocina, un comedor con vistas a los canales, la bahía o las playas de Key Biscayne.
Poco a poco la ciudad se fue poblando de jóvenes empresarios, de niños criados en apartamentos, de recién casados llenos de proyectos, de solteras y solteros exitosos que plantaron huertos, poblaron de orquídeas los fértiles jardines de la Florida. En solo seis meses sacudieron el mercado inmobiliario y, con ello, remataron la leyenda -que ya venía desvaneciéndose- de Miami como balneario habitado por viejitos jubilados que vienen a esperar la muerte bajo las sombrillas multicolores.
El panorama social cambió de golpe, y poco antes de Navidad, en noviembre de 2021, el precio promedio de una casa fue de US$ 502.750, 11,7% mayor al promedio de 2020. Las propiedades con vistas al mar, con más de tres habitaciones y un pequeño terreno superan el US$ 1 millón.
Al navegar por cualquier portal especializado en rentas advertirás que los alquileres en Miami alcanzaron un precio de locos: en diciembre de 2021 el precio promedio de un alquiler en Miami fue de US$ 2.850. Eso es un aumento del 49,8% respecto a 2020.
La Florida no posee leyes que regulen los precios de dichos contratos, los tratos se suceden bajo el criterio de cada dueño y la plena aceptación del inquilino. Encontrar lugares razonables en cuanto a espacio interior y locación, es hoy una verdadera hazaña. Las renovaciones en los contratos de alquiler también han sufrido incrementos y muchos inquilinos han decidido mudarse. A eso se le suma el drama de quienes acaban de llegar de otro país y no poseen historial de ingresos ni de crédito y se les hace imposible mostrar credibilidad ante el cada vez más exigente mercado.
La búsqueda se hace infinita y quienes desean comprar o alquilar redoblan sus apuestas para habitar los pocos lugares disponibles en una ciudad donde, evidentemente, muchos desean vivir y hay más demanda que oferta. A los artistas, investigadores, científicos self employed, con entradas frecuentes pero irregulares, les resulta muy difícil pasar el filtro de los cada vez más exigentes agentes inmobiliarios, quienes, parapetados ante la portería, no dejan pasar ningún inquilino que no sea constante en su economía, o deje por delante varios miles de dólares.
Latinoamérica arrecia sus crisis. Miami sigue siendo ese refugio seguro para miles de personas que dejan sus países de origen dispuestos a invertir en efectivo. Las grandes empresas se posesionan a la orilla del mar, bajo las faldas de uno de los grandes aeropuertos del mundo, mientras gran parte de sus habitantes orgánicos apenas pueden pagar una renta con su salario básico.
¿Cuál será la magia y cuáles nuestras maniobras económicas, o tal vez nuevas medidas inmobiliarias necesarias, para que, en lo adelante, Miami siga siendo nuestro dulce hogar y no una ciudad de paso?