Nota del editor: Eliza Reid es una autora canadiense-islandesa y es la primera dama de Islandia desde 2016. Es cofundadora de Iceland Writers Retreat y autora de “Secrets of the Sprakkar: Iceland’s Extraordinary Women and how they are Changing the World”. Las opiniones expresadas en este artículo le pertenecen exclusivamente a su autora.
(CNN) – Uno de los recuerdos más vívidos de mis primeros años en Islandia es de un lugar inusualmente mundano: una reunión de la junta directiva de la empresa de software dominada por hombres en la que trabajaba en Reikiavik en 2003.
Nada parecía fuera de lo normal para los asistentes (en su mayoría hombres). Pero a mí, una veinteañera inmigrante de Canadá, que la presidenta de la junta dirigiera la reunión mientras amamantaba a su hijo no fue lo que me llamó la atención, sino la banalidad de todo ello: nadie se inmutó.
Otros momentos, a lo largo de las casi dos décadas transcurridas desde entonces, me han revelado gradualmente una sociedad en la que las mujeres son tratadas al mismo nivel que los hombres o, al menos, existe la intención de hacerlo.
Muchos de ellos son destellos de mi propia vida: mi marido se tomó varios meses de permiso de paternidad en su trabajo como historiador (antes de ser elegido presidente de Islandia) tras el nacimiento de cada uno de nuestros cuatro hijos.
Nuestra hija lleva mi apellido y no el de su padre. Mi amiga de 40 años acaba de tener su primer hijo con la ayuda de un donante de esperma anónimo y no se enfrentará a ningún estigma por criar a su hijo sola.
Mi amiga trans Ugla puede ir a la piscina conmigo y no se ve obligada a utilizar el vestidor que no representa su verdadero género. Y mientras ocupo el inmensamente gratificante y no oficial puesto de primera dama, sigo trabajando, incluso dirijo un retiro anual de escritores que cofundé.
Estos son algunos de los aspectos más comunes de un país que ha encabezado el Índice Global de Brecha de Género del Foro Económico Mundial durante los últimos doce años. Probablemente tampoco sea una coincidencia que Islandia sea también el país más pacífico del mundo, uno de los más felices, y que su población tenga una de las esperanzas de vida más largas del mundo.
A veces la prensa internacional nos describe como un “paraíso del género”, aunque los que vivimos aquí nos apresuramos a añadir la palabra “pero” a esa afirmación. Islandia no es un paraíso del género. Solo una empresa que cotiza en la Bolsa islandesa está dirigida por una mujer.
Las mujeres de origen extranjero se enfrentan a prejuicios, discriminación y aislamiento adicionales. Y todo el país está siendo llevado ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos por un grupo de mujeres que creen que sus derechos fueron violados por el trato que recibieron después de presentar acusaciones de violencia de género a la policía.
A menudo me preguntan si existe un modelo que otros países puedan seguir para alcanzar el nivel de igualdad que tenemos en Islandia. No es tan sencillo. Hemos tenido fuertes modelos femeninos, incluida la primera jefa de Estado elegida democráticamente en el mundo, y la primera jefa de gobierno abiertamente gay del mundo. También somos un país pequeño, con una población inferior a la de muchas ciudades, así que tenemos que asegurarnos de que todo el mundo aporte su granito de arena.
La lucha por la igualdad de género en Islandia lleva décadas. La diferencia que pueden marcar los individuos se puso especialmente de manifiesto durante el legendario “Día Sin Mujeres”, en octubre de 1975, durante el cual el 90% de las mujeres islandesas se tomaron el día libre, no acudiendo a sus trabajos remunerados y negándose a participar en las tareas no remuneradas del hogar.
Como era de esperar, el país se paralizó y el día impulsó a la nación a tomar medidas. Todavía se celebran periódicamente actos del “Día Sin Mujeres” para protestar por la desigualdad salarial entre ambos sexos.
Hay políticas y leyes que contribuyen a facilitar esta marcha hacia la paridad: permisos parentales pagados por el gobierno para ambos padres; guarderías fuertemente subvencionadas; cuotas de género en las juntas directivas de las empresas que cotizan en bolsa; una ley que establece que las empresas deben demostrar que pagan igual salario por igual trabajo. Todo ello demuestra que hemos superado el punto de inflexión en el que se discutía si intentar alcanzar la igualdad de género es un objetivo digno y ahora se debate cómo conseguirlo.
Sin embargo, las políticas solo pueden llevarnos hasta cierto punto. Como individuos, todos tenemos un papel que desempeñar. La igualdad de género no es una “cuestión de mujeres” que los funcionarios electos tengan que conseguir. No enfrenta a un género con otro. La igualdad de género es una cuestión de derechos humanos y trabajar para mejorarla beneficia a todos.
Como individuos, podemos hacer mucho, desde buscar los trabajos que queremos aunque nuestro género esté infrarrepresentado en ellos, hasta consumir los medios de comunicación, literatura, música, arte y deporte con una lente de diversidad e inclusión.
Debemos permanecer atentos. El cambio no solo proviene del ritmo demasiado pasmoso de los ajustes legislativos y de los cambios en la opinión pública, sino que se produce al encadenar muchos momentos infinitesimales de progreso. Las pequeñas cosas importan: en la pequeña Islandia conocemos bien esta lección.
Todos podemos ser modelos de conducta, ya sea en nuestras familias, comunidades, lugares de trabajo, instituciones educativas o lugares de culto. Depende de nosotros utilizar nuestras voces y ayudar a amplificar las voces de otros que necesitan ser escuchados.
La antigua palabra islandesa “sprakkar” significa mujer excepcional o extraordinaria. Sin embargo, la palabra no es exclusiva de las personas que entienden esa lengua. Hay “sprakkar” por todas partes. En este Día Internacional de la Mujer, los animo a reconocerlas, a elevarlas, a amplificar sus voces y a recordar la influencia que todos podemos tener en la creación de un mundo más equitativo para todos.