Nota del editor: Peter Bergen es analista de seguridad nacional de CNN, vicepresidente de New America y profesor en la Universidad Estatal de Arizona. Las opiniones expresadas aquí le pertenecen exclusivamente al autor. Ver más opiniones aquí.
(CNN) – Los rusos no están ganando la guerra en Ucrania e incluso pueden estar perdiendo.
Ninguna de las dos opciones es buena para el líder ruso, Vladimir Putin, quien seguramente lo sabe bien, tanto como veterano de la Guerra Fría como estudiante de la historia rusa.
La última vez que los rusos perdieron una guerra fue en Afganistán durante la década de 1980. Tras una rápida victoria cuando invadieron la nación en 1979, los soviéticos se enfrentaron a una insurgencia en todo el país que no fue especialmente eficaz al principio porque los rusos controlaban completamente el espacio aéreo.
En un eco de algunos de los dilemas a los que se enfrenta hoy el presidente Joe Biden, la administración Reagan temía una posible confrontación nuclear con los soviéticos y se mostró inicialmente reacia a armar a los rebeldes afganos con armas antiaéreas.
En 1986, las reticencias de los funcionarios del presidente Reagan a armar a la resistencia afgana con armas que pudieran ayudarles a ganar la guerra se habían disipado. La CIA armó a los afganos con misiles antiaéreos Stinger que acabaron con la superioridad aérea de los soviéticos y aumentaron enormemente la capacidad de los afganos para infligir pérdidas significativas a las tropas soviéticas en el campo de batalla.
Al darse cuenta de que estaban perdiendo la guerra, los soviéticos se retiraron de Afganistán en febrero de 1989 e instalaron un Gobierno comunista afgano títere que se derrumbó tres años después, una vez que la propia Unión Soviética había expirado.
La cifra oficial de muertos soviéticos durante la guerra de Afganistán, que duró más de nueve años, fue de unos 15.000 soldados. Por lo tanto, es bastante revelador que los rusos puedan haber perdido ya unos 15.000 soldados en solo un mes en Ucrania, según las estimaciones dadas a CNN por altos funcionarios de la OTAN.
Cuando el Ejército soviético abandonó Afganistán en 1989, los países y poblaciones de Europa del Este –entonces bajo diversos grados de dominio soviético– tomaron nota. Si el temido Ejército soviético no podía ganar una guerra en sus propias fronteras contra las fuerzas guerrilleras afganas, ¿qué decía de su capacidad para controlar los destinos de Alemania Oriental, Hungría y Polonia?
El fracaso de la guerra soviética en Afganistán supuso un enorme clavo en el ataúd del Imperio soviético. No es una casualidad que el Muro de Berlín cayera pocos meses después, abriendo la Alemania del Este a Occidente.
Este fue posiblemente el acontecimiento bisagra en la vida adulta de Putin. Entonces era un agente de la KGB destinado en Alemania Oriental. Cuando Putin pidió instrucciones sobre lo que debía hacer a una unidad militar soviética, le dijeron: “Moscú está callado”. Desde entonces, Putin ha intentado revertir el silencio de Moscú con el objetivo de restaurar tantos elementos de la antigua gloria de Rusia como pueda.
Al igual que los soviéticos se deshicieron luego de su derrota en la guerra de Afganistán, también la monarquía Romanov se deshizo por sus derrotas militares, a principios del siglo XX, que pusieron fin al reinado de tres siglos de los Romanov sobre Rusia.
Bajo el liderazgo insensible del zar Nicolás II, la desastrosa actuación de Rusia en la guerra ruso-japonesa de 1905 fue la primera vez en la era moderna que una potencia asiática derrotaba a una europea. A la pérdida de la guerra ruso-japonesa se sumaron pronto las derrotas de Rusia durante la Primera Guerra Mundial. Esas pérdidas, junto con otros factores, condujeron al derrocamiento de Nicolás II, en 1917, y al posterior ascenso de los soviéticos.
Por el contrario, Iósif Stalin salió victorioso de la Segunda Guerra Mundial, aunque con un tremendo coste de más de 25 millones de muertos rusos. Conocida en Rusia como “la Gran Guerra Patriótica”, esta victoria permitió a Stalin seguir siendo, bueno, Stalin: un dictador asesino.
Una edición de The Economist, de principios de este mes, declaraba “La estalinización de Rusia”, que seguramente es el objetivo de Putin. Pero es difícil ser neo-estalinista si eres un perdedor, y perder Ucrania no está fuera de la cuestión para Putin.
Esto, por supuesto, plantea la posibilidad que los funcionarios estadounidenses siguen advirtiendo, que es que, acorralado, Putin podría utilizar armas químicas o biológicas.
El uso de armas nucleares por parte de Rusia tampoco fue descartado por el portavoz jefe de Putin, Dimitry Peskov, cuando habló con Christiane Amanpour, de CNN, el martes.
La guerra elegida por Putin en Ucrania podría llevarle a utilizar armas de destrucción masiva. E incluso entonces, podría perder la guerra.
Seguramente no era así como Putin soñaba con restaurar la gloria de Rusia, un sueño que se está convirtiendo rápidamente en cenizas, al igual que Putin ha reducido a cenizas la ciudad ucraniana de Mariúpol.