Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) – Con cada imagen de un civil abatido que yace en la acera de una ciudad ucraniana devastada por las fuerzas de ocupación rusas, con cada entrevista a una mujer afligida que llora a sus familiares muertos junto a una tumba, el nivel de frustración aumenta en todo el mundo.
¿Cómo puede el presidente de Rusia, Vladimir Putin, salirse con la suya al asaltar descaradamente un país vecino, atacando a los no combatientes y matando a miles de inocentes, mientras afirma repetidamente que sus tropas no cometen atrocidades ni atacan a los civiles? ¿No lo pueden detener?
Occidente, liderado por Estados Unidos y otros miembros de la OTAN, ha estado armando a los defensores de Ucrania e imponiendo duras sanciones económicas a Rusia. Pero la nueva arma del mundo, metafóricamente hablando, pretende aislar a Rusia en las organizaciones internacionales.
Por eso, el jueves, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó a favor de suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (CDHNU), el organismo encargado de la “promoción y protección de los derechos humanos en todo el mundo”. La votación fue de 93 a favor, 24 en contra y 58 abstenciones. (Rusia dijo después que se “retiraba” por decisión propia, pero que seguiría cumpliendo sus obligaciones internacionales en materia de derechos humanos).
El hecho de que Rusia tuviera un prestigioso puesto en el Consejo en un momento en el que está masacrando a civiles y cometiendo lo que muchos líderes mundiales han considerado crímenes de guerra demuestra lo roto que está el sistema de la ONU. El hecho de que la Asamblea General de las Naciones Unidas haya sido capaz de emitir una acusación condenatoria al expulsar a Rusia del CDHNU demuestra que, por muy defectuosa que sea, la ONU sigue ofreciendo un lugar para expresar la indignación del mundo.
Pero excluir a la Rusia de Putin del Consejo de Derechos Humanos es un acto puramente simbólico. No salvará ni una sola vida. A menos que se convierta en el primer paso en un esfuerzo por reparar la arquitectura de las instituciones diplomáticas internacionales.
El fracaso de la ONU nunca ha sido más evidente que en esta guerra. Rusia, autora de continuas atrocidades que sacuden nuestra conciencia, posee la herramienta más poderosa de la diplomacia internacional: el poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. No se puede aprobar ninguna acción de envergadura contra el agresor porque Rusia puede detenerla sin más.
La exasperación ante la impotencia de la ONU fue palpable cuando el presidente de Ucrania Volodymyr Zelensky se dirigió al organismo el martes, al día siguiente de visitar Bucha, el suburbio de Kyiv cuyo nombre es ahora sinónimo de fosas comunes y de la muerte de ucranianos inocentes.
Zelensky describió lo que vio tras la retirada de Rusia: “Cortaron miembros, degollaron… Las mujeres fueron violadas y asesinadas delante de sus hijos”. (El portavoz de Rusia niega estas afirmaciones, calificándolas de “infundadas” y “un montaje”, a pesar de que los horrores en Bucha solo se descubrieron una vez que terminó la ocupación rusa del suburbio y justo cuando Human Rights Watch anunció que había documentado denuncias de crímenes de guerra allí).
“¿Dónde está la seguridad que debe garantizar el Consejo de Seguridad?” exigió Zelensky a sus miembros, haciendo la demanda esencialmente imposible de que Rusia fuera expulsada del órgano más importante de la ONU. “¿Cuál es el propósito de nuestra organización?”, preguntó a un público avergonzado por el silencio.
Como señaló Zelensky, el artículo 1 del capítulo 1 de la Carta de las Naciones Unidas declara que el propósito de la ONU es la preservación de la paz y la seguridad. De hecho, toda la Carta parece un plan para imputar a Rusia. El artículo 2, por ejemplo, obliga a los miembros a abstenerse de amenazar con el uso de la fuerza contra la integridad territorial de sus vecinos.
¿Le importa a Putin la expulsión del Consejo de Derechos Humanos o que los miembros pidan la expulsión de Rusia del G20? No es gran cosa, dijo su portavoz tergiversador. Pero la historia ha demostrado que Putin está obsesionado con el prestigio de Rusia como potencia mundial, y pertenecer a estas organizaciones es una insignia de honor.
Después de que Rusia se apoderara ilegalmente de la península ucraniana de Crimea en 2014, el G8 expulsó a Rusia (convirtiendo al grupo en el G7). Una vez que Donald Trump llegó a la presidencia, intentó repetidamente que el G7 readmitiera a Putin, lo que provocó serias fricciones con los demás países, que rechazaron enérgicamente la idea. Si Putin no estuviera interesado en volver al grupo, es difícil imaginar que Trump hubiera abogado por él, lo que suscita más dudas sobre su relación con Putin.
Antes de la votación del jueves para suspender a Rusia del Consejo, el embajador de China advirtió que la medida sentaría un precedente peligroso. Solo podemos esperar que tenga razón, y que el precedente sea peligroso para los numerosos tiranos cuyos representantes han paralizado la misión del organismo, en detrimento de quienes padecen las violaciones de los derechos humanos en todo el mundo.
Los que votan en contra de la expulsión de Rusia parecen una relación de violadores de los derechos humanos. La lista de países que se han sentado en el Consejo también incluye una espantosa muestra de violadores, lo que explica por qué el trabajo de la organización parece una sátira de su misión.
Entre los elegidos en los últimos años para defender los derechos humanos no solo está Rusia, sino también China, Cuba, Arabia Saudita y Venezuela, entre otros. La parodia se extiende a otras organizaciones. Corea del Norte fue elegida para presidir un foro de desarme de la ONU; Irán para la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU.
Al igual que la presencia de Rusia en el Consejo de Seguridad ayuda a protegerla de la ONU, los infractores pueden protegerse a sí mismos y entre sí en el Consejo de DD.HH. Desde su fundación, solo ha creado una comisión de investigación sobre Corea del Norte y un puñado de otros países. En particular, no ha habido ninguna sobre China, Irán o los muchos otros países acusados de abusos crónicos de los derechos humanos. Ni siquiera una sobre el Iraq de Saddam Hussein.
Hace unas semanas estableció una sobre Ucrania, ocho años después de que Rusia invadiera Crimea y avivara una guerra separatista en el este de Ucrania, y décadas después de las acciones de Putin en Chechenia y contra sus opositores en su país. Mientras tanto, se han llevado a cabo nueve indagaciones o investigaciones por mandato del Consejo sobre Israel, un país que dista mucho de ser perfecto, pero que cuenta con un gobierno elegido democráticamente, que difícilmente merece este nivel de atención crítica en relación con el resto del mundo.
Podría decirse que la mayoría de los países, incluido Estados Unidos, han cometido transgresiones morales. Pocos, por no decir ninguno, están libres de mancha. Eso hace que les resulte más difícil de afirmar una instancia moral suprema, con lo cual queda el camino libre para los peores infractores.
Pero no es la primera vez que la comunidad internacional pone fin a la estancia de Moscú en el CDHNU. En 2016, en medio de los brutales bombardeos rusos sobre Alepo, en Siria, Rusia intentó conseguir la reelección en el CDHNU. En un golpe impactante, fue bloqueada. Pero no pasó mucho tiempo antes de que el mismo régimen de Moscú, un violador crónico de los derechos humanos, fuera elegido de nuevo; y ahora suspendido.
Entonces, ¿cambiará algo ahora?
Es difícil ser optimista. Pero hay una sensación generalizada de que la invasión de Ucrania por parte de Putin está reconfigurando el orden mundial. Si alguna vez hubo un momento para repensar la estructura de las instituciones internacionales, y desarrollar un medio para que el respeto de las normas básicas sea una condición para la legitimidad y la influencia dentro de esas instituciones, ese momento es ahora.
Después de todo, las fosas comunes en Ucrania, los nuevos huérfanos y viudas, y los horrores que probablemente descubriremos pronto son la prueba de que el sistema actual fracasó en su misión principal.