(CNN) – Douglas McTaggart cruzó miradas por primera vez con Brien Convery en un club abarrotado.
Era el viernes 10 de abril de 1998 y el canadiense McTaggart, que entonces tenía 32 años y vivía en San Francisco, estaba de visita en Nueva York durante un fin de semana largo.
McTaggart y su amiga Nadine habían pasado todo el día explorando y terminaron con una copa en el bar Bemelmans del hotel Carlyle antes de acostarse.
Unas horas más tarde, McTaggart se despertó por los ronquidos de Nadine. Miró su reloj. La noche aún era joven. Estaba en una ciudad que tenía fama de no dormir nunca, así que ¿por qué quedarse en la cama?
Se vistió, dejando a su amiga profundamente dormida, y se dirigió a un Manhattan todavía despierto. En la calle, llamó a un taxi para ir a Splash, un bar gay en la calle 17 oeste de Chelsea.
McTaggart no buscaba conocer a nadie, pero sí quería empaparse del ambiente. El Splash, ahora cerrado, era un local de dos pisos con varias barras y pistas de baile.
McTaggart pidió una copa en una de las barras, disfrutando de la música.
Fue entonces cuando se fijó en un hombre vestido con una camiseta blanca y pantalones de camuflaje que estaba parado con sus amigos en la pista de baile.
La camiseta blanca del hombre captaba la luz ultravioleta de la discoteca, iluminándolo entre la multitud.
“Destacaba en la pista de baile”, cuenta hoy McTaggart a CNN Travel. “Pensé: ‘Oh, es bastante guapo’”.
El DJ pasó un par de temas más. Cuando McTaggart volvió a levantar la vista, el hombre de la camisa blanca estaba solo.
“Me acerqué a él y le pregunté si podía invitarle a una copa”, dice McTaggart. “Y así fue como nos conocimos”.
“Desayuno en Tiffany’s”
Brien Convery vivía en Nueva York, pero nunca estaba allí. Su trabajo como asesor lo llevaba a Savannah, Georgia, de lunes a viernes.
Todos los años de su vida, hasta los 31, había pasado el fin de semana de Pascua con su familia en el valle del río Hudson. Pero ese año, agotado por sus viajes de negocios semanales, llamó a su madre y se escabulló. Quería pasar el fin de semana largo poniéndose al día con los amigos y disfrutando de la ciudad en la que normalmente no pasaba más de 48 horas.
Al igual que McTaggart, Convery dice que no buscaba una relación, ya que sus viajes de trabajo lo hacían casi imposible.
Pero Convery recuerda haber visto a McTaggart por primera vez, y lo que sintió cuando éste se le acercó desde el otro lado del bar.
Hubo un “interés instantáneo”, dice Convery.
Los dos hombres pasaron el resto de la noche juntos, bailando, bebiendo y hablando.
“Estuvimos allí hasta casi la hora del cierre, no tuvieron que echarnos, más o menos sabíamos que teníamos que irnos”, dice McTaggart. “Sus amigos se habían ido. Y fue entonces cuando le pregunté: ‘¿Quieres compartir un taxi?”.
A McTaggart le encantaba “Breakfast at Tiffany’s” de Truman Capote. En el viaje en taxi, le contó a Convery una historia sobre la supuesta inspiración de Capote para su famosa novela, una historia de dos hombres que se cruzan durante la Segunda Guerra Mundial, uno de ellos estaba de licencia de la Marina. Sin ningún sitio al que ir ya que los bares de la ciudad estaban cerrados, los dos fueron a Tiffany & Co. a mirar por las ventanas al amanecer.
“En ese momento encajaba”, dice McTaggart y le pidió a su taxista que los llevara hacia la Quinta Avenida.
En poco tiempo, McTaggart y Convery estaban frente a la famosa tienda, viviendo su propio momento al estilo “Breakfast at Tiffany’s”.
“Fue una experiencia en sí misma”, dice Convery. “Y a partir de ese momento, en el resto del fin de semana, todo fue una experiencia”.
Un fin de semana vertiginoso
Tras su parada en la Quinta Avenida, Convery y McTaggart se dirigieron a la casa de Convery en Chelsea.
Se despidieron al amanecer y quedaron en reunirse esa misma mañana en el Galaxy Diner, una cafetería de temática espacial y retro que ya ha cerrado.
De vuelta a su hotel, McTaggart le contó a Nadine lo que había pasado mientras dormía. Ella se rió y la convenció de que se uniera al desayuno.
Mientras tanto, Convery llamó a su amigo Jesús y le pidió que lo acompañara. Convery y Jesús idearon un plan de “salida”, por si acaso.
“Este tipo parece agradable, divertido e interesante”, recuerda Convery que dijo. “Pero si por alguna razón no conecta durante el desayuno, voy a decir: ‘no olvides que tenemos planes en Jim’s, en Brooklyn’, como salida”.
Un par de horas más tarde, Convery, McTaggart, Nadine y Jesús estaban sentados en una cabina de color azul, bebiendo Coca-Cola Light y comiendo hamburguesas de pavo.
No hubo mención de Jim en Brooklyn.
“Sentí mucha confianza en Brien, desde el primer momento”, dice McTaggart. “Y creo que sus amigos reforzaron eso, pude ver cómo interactuaba con ellos. Y se sentía ligero y libre”.
Después del brunch, el grupo recorrió Manhattan. Subieron al Empire State Building, visitaron el Rockefeller Center y disfrutaron paseando y hablando.
“En realidad, sabía de muchas cosas de Nueva York que Brien no conocía”, recuerda McTaggart, a quien le encantan los museos y descubrir lugares de rodaje. Recuerda que le contaba a Convery historias sobre edificios famosos de Nueva York.
“Brien, en cambio, complementaba muy bien las cosas porque conocía todos los sitios para ir a bailar, algunos de los lugares divertidos para ir a cenar”, añade McTaggart.
Para pasar la tarde, el grupo se encontró paseando por Greenwich Village.
McTaggart y Convery se fijaron en un vendedor ambulante de anillos de plata. Después de examinar la mercancía, decidieron comprar anillos a juego.
“Fue algo espontáneo. Pero fue una especie de recuerdo del momento y del fin de semana, y fue un recuerdo de una amistad”, dice McTaggart. “Y a medida que la relación crecía, el significado que le dábamos a los anillos también lo hizo”.
El domingo por la mañana, McTaggart reservó un brunch de Pascua en el gran hotel Four Seasons de Nueva York e invitó a Convery..
“Cuando llegó al brunch, llevaba un traje y parecía muy, muy nervioso”, recuerda McTaggart.
El traje, añade McTaggart, era “un cambio total respecto a la ropa de noche del club de baile de la noche anterior”.
El brunch parecía más formal que cualquiera de sus actividades anteriores: manteles de lino blanco, un entorno ostentoso. Pero McTaggart,
Convery y Nadine pasaron un muy buen rato comiendo huevos y bebiendo champán.
“Creo que, hasta cierto punto, todo fue bastante ligero, porque creo que los dos estábamos en esa mentalidad de no buscar una relación, de pasar el rato, de seguir la corriente, de ser felices y afortunados”, dice Convery. “Pero creo que hubo una clara conexión”.
McTaggart y Nadine tenían entradas para una función de “Titanic”, un espectáculo de Broadway sobre el transatlántico hundido, ese mismo día. McTaggart le preguntó a Convery si quería acompañarlos.
Después, el grupo se tomó unas cervezas en los muelles de Chelsea. Mientras Nadine y Convery charlaban, McTaggart se excusó y fue al bar a utilizar un teléfono público. Llamó a la aerolínea y pidió retrasar su vuelo un día, hasta el martes por la mañana.
El lunes por la mañana, Nadine voló a casa. McTaggart, Convery y Jesus alquilaron unos patines y fueron a patinar desde Chelsea hasta Brooklyn Battery Park. Convery y Jesus se divirtieron, McTaggart no tanto.
“Yo tenía buen equilibrio y, diré, era bueno en el patinaje”, dice Convery. “Doug, no tanto”.
McTaggart y Convery pasaron el resto del día relajándose al sol en el parque, riéndose de los intentos de McTaggart por patinar.
A la mañana siguiente, McTaggart volaba de vuelta a San Francisco, mientras que Convery regresaba al trabajo en Savannah. Los dos viajaron juntos al aeropuerto JFK.
“Nos tomamos de la mano en la parte trasera del taxi”, dice McTaggart.
Su despedida en el aeropuerto fue “solemne”, dice Convery.
“No recuerdo exactamente lo que dijimos. Pero solo recuerdo que sentí como me estoy despidiendo, pero quiero volver a verlo’”, dice McTaggart.
Y en cuanto llegó de regreso a Georgia, Convery llamó a McTaggart.
Iba a ir a Filadelfia el fin de semana siguiente, le explicó, y quería saber si le gustaría acompañarlo.
“Reservé un vuelo enseguida”, dice McTaggart.
Reunidos en el aeropuerto
Cuando el vuelo de McTaggart llegó a Filadelfia el fin de semana siguiente, esperó a ser la última persona en bajar.
“Por la homofobia”, explica. “No quería darle un gran abrazo y un beso en la mejilla, necesariamente, frente a un grupo de gente”.
Pero Convery, que esperaba solo en la puerta de llegadas, temía que McTaggart no hubiera abordado el vuelo después de todo: ninguno de los dos tenía teléfono celularl, así que no podían comunicarse. A Convery solo le quedaba esperar y confiar.
Finalmente, McTaggart atravesó la puerta y ambos se abrazaron. Cuando subieron al auto de Convery en el estacionamiento de la terminal, éste encendió su reproductor de casetes.
Convery había conseguido la canción que sonaba en el Splash la noche en que se conocieron: una versión dance del éxito de Grease “Hopelessly Devoted to You”.
“Cuando subí al auto, la reconocí al instante”, dice McTaggart. “Y esa se convirtió en nuestra canción”.
Durante los siguientes fines de semana, McTaggart y Convery se turnaron para visitarse. No mantuvieron ninguna conversación en la que confirmaran que mantenían una relación a distancia; dicen que la certeza que sentían no necesitaba ser expresada.
“Nunca me planteé salir con nadie más mientras salía con Brien. Y él tampoco”, dice McTaggart.
A los pocos meses, Convery le propuso mudarse a San Francisco. Su trabajo le permitía estar en cualquier lugar.
McTaggart se cuestionó: ¿era demasiado pronto?
“¿Cuándo es correcto que una persona te dé la llave de su casa, o que se mude a ella?”, recuerda haber pensado.
Pero llegó a la conclusión de que “no hay un momento correcto; lo que se siente correcto, lo es”.
“Simplemente me pareció bien”, coincide Convery.
“Y sigue siendo así, estamos en nuestro 25º año”, dice McTaggart.
“Un momento a la Julia Roberts”
McTaggart y Convery se trasladaron a Canadá, país natal de McTaggart, a principios de siglo. Se casaron en Toronto en la Nochevieja de 2004, poco después de que se legalizara el matrimonio entre personas del mismo sexo en Ontario.
Ambos vistieron esmoquin negro y corbata dorada. Solo hubo un contratiempo: la mañana de la boda, Convery se dio cuenta de que su esmoquin aún tenía la etiqueta de seguridad de la tienda. Corrió a la ciudad para intentar arreglarlo, pero la tienda había cerrado temprano por las celebraciones de Año Nuevo. Afortunadamente, una tienda de trajes al otro lado de la calle seguía abierta.
“Entré y dije: ‘Necesito la ayuda de alguien. Me voy a casar dentro de dos horas, literalmente’”, recuerda Convery.
“Todo el mundo en la tienda se puso manos a la obra. Todo el mundo se apresuró a encontrar la llave para abrir la etiqueta de la espalda de mi traje, que no compré allí, y finalmente alguien la encontró en una caja. Pudieron abrirla”.
Mientras Convery salía corriendo de la tienda, las personas que trabajaban en ella lo felicitaban a gritos.
“Dije que era mi momento Julia Roberts, porque parecía mucho a algo que le podría haber sucedido en alguna película”, dice Convery, riendo.
Para sus alianzas, Convery y McTaggart utilizaron los anillos de plata que habían comprado ese primer fin de semana en Nueva York.
“Los usamos desde entonces y por eso tenía mucho sentido usarlos como nuestros anillos de boda muchos años después”, dice McTaggart.
Una vida bien vivida
Convery y McTaggart disfrutan de viajes ocasionales a Nueva York y San Francisco para volver sobre sus antiguos pasos.
En un viaje de vuelta, se tomaron fotos fuera del departamento en el que Convery vivía cuando se conocieron.
Es divertido, dicen, pensar en esa época de su vida y en las coincidencias que llevaron a su encuentro.
“Hay tantas pequeñas cosas que nos unieron”, dice McTaggart, bromeando que los ronquidos de Nadine fueron “el momento crucial”.
Celebran su aniversario el 10 de abril, pero siempre reflexionan sobre los inicios de su relación cuando llega la Semana Santa.
“Para nosotros, creo que es especial, por la primavera, los nuevos comienzos”, dice Convery.
Sin embargo, Convery y McTaggart también dicen que intentan no pensar en el pasado ni preocuparse por el futuro. En cambio, se centran en aprovechar al máximo el presente.
“Disfrutamos cada día. A veces te alegras de las cosas pequeñas. A veces te alegras de las cosas grandes, pero la felicidad está con nosotros”, dice McTaggart.
“Hay un respeto en nuestra relación, una comprensión, una curiosidad”, dice Convery. “Es muy perspicaz y sensible, y también me desafía de forma que me ha ayudado a ser mejor persona”.
Para McTaggart, el objetivo es vivir una vida juntos que signifique que “cuando la vida llegue a su fin, no haya duda de que fue la mejor vida posible para ambos”.
“Creo que, a estas alturas de la vida, entiendo bien lo que es el amor”, dice. “Creo que siempre he amado a Brien y siempre, siempre amaré a Brien. Y creo que parte del amor es ver lo preciosa que es la vida, y realmente cómo puedo ayudar a Brien a vivir la mejor y más hermosa vida posible”.