(CNN) – Puede que lo peor de la pandemia haya pasado, pero un “huracán” económico que se aproxima, agravado por la guerra de Rusia contra Ucrania, hace que la vuelta a la normalidad no esté a la vista en el mediano plazo.
“El huracán está ahí fuera, viniendo hacia nosotros”, dijo el miércoles el consejero delegado de JPMorgan Chase, Jamie Dimon, añadiendo una advertencia a su terrible pronóstico económico. “Solo que no sabemos si es uno menor o la supertormenta Sandy. Será mejor que se preparen”.
Para el mundo desarrollado, la perspectiva de una grave recesión es profundamente preocupante. En los países más pobres, el temor creciente –y el peligro ya presente– es a lo que el Programa Mundial de Alimentos llama una “catástrofe del hambre” que se avecina.
Cuando las economías se contraen y los índices de pobreza aumentan, los sistemas políticos se tambalean. Y ya lo estamos viendo en algunos países.
A medida que salimos de las garras de la pandemia, empezamos a ver cómo el coronavirus reconfiguró el mundo. Ese panorama ya era bastante preocupante antes de que Rusia diera un golpe que hiciera retroceder al mundo.
La pandemia ha afectado a las cadenas de suministro, ya que las empresas redujeron o detuvieron la producción. El transporte y la logística quedaron golpeados, lo que hizo que los precios subieran aún más. El cambio de ideas sobre el trabajo hizo que millones de personas abandonaran sus puestos de trabajo, muchos de los cuales se negaron a aceptar puestos que podrían haber ocupado antes de la crisis, y perturbaron gravemente los mercados laborales. Los gobiernos inyectaron dinero en efectivo para mantener a la gente a flote, alimentando una inflación que ahora obliga a los bancos centrales a subir las tasas de interés y a tomar otras medidas dolorosas.
Dimon hablaba de la economía estadounidense, refiriéndose al impacto de los esfuerzos de la Reserva Federal para sofocar la creciente inflación. Pero las repercusiones económicas de las dos crisis –la pandemia y la guerra de Ucrania≠ están enviando ondas de choque a todo el planeta.
Aunque algunos en Estados Unidos se apresuran a culpar a la actual administración de los males del país, el hecho es que casi todos los síntomas que afligen a la economía estadounidense también afectan a gran parte del mundo. Los precios de la gasolina se están disparando en todo el mundo, al igual que los precios de los alimentos. La escasez de personal se ha convertido en la pesadilla de los empresarios. En Amsterdam, Brujas y otras muchas ciudades se han colocado carteles de “Se necesita ayuda”, y algunos negocios han recortado sus horarios por falta de trabajadores. La falta de personal también está provocando colas interminables en los aeropuertos de toda Europa, al igual que está contribuyendo a la cancelación de vuelos en Estados Unidos.
Los precios de la gasolina ya estaban subiendo antes de que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, lanzara la invasión de Ucrania. Esto se debe a que durante la pandemia, cuando la gasolina cayó por debajo de los US$ 2 el galón en Estados Unidos, los productores y refinadores redujeron la producción en casi un 40%. Algunas refinerías incluso cerraron definitivamente. Cuando la economía empezó a recuperarse, tardaron en volver a los niveles anteriores.
Entonces Rusia, uno de los principales productores de petróleo, invadió Ucrania, y los precios del crudo se dispararon aún más. La producción en Estados Unidos ha aumentado, pero no lo suficiente.
Los precios de los alimentos y el hambre ya se encontraban en niveles de crisis en todo el mundo antes de la guerra de Ucrania, y la actual escasez de fertilizantes –también agravada por la guerra de Rusia– agrava los problemas de producción. Un estudio realizado por Oxfam en julio de 2021 reveló que el número de personas que vive en condiciones de hambruna se ha multiplicado por seis en comparación con el año 2020, y que hay más personas que mueren por desnutrición que por covid-19. La situación se ha deteriorado desde que las fuerzas rusas convirtieron parte de las tierras agrícolas de Ucrania en zonas de guerra, y luego bloquearon puertos ucranianos clave como el de Odesa y robaron el grano ucraniano, privando a los mercados mundiales de una importante fuente de alimentos básicos.
El impacto político ya es sorprendente. En Colombia, donde la pandemia diezmó la clase media y sumió a millones de personas en la pobreza, la primera ronda de las elecciones presidenciales de la semana pasada arrojó un resultado impactante. Después de décadas de elegir presidentes de centro o centro-derecha, los votantes colombianos eligieron para una segunda vuelta –el 19 de junio– a un exguerrillero de izquierda, el senador Gustavo Petro, que promete un cambio profundo, y Rodolfo Hernández, un empresario y exalcalde, de 77 años, en gran parte desconocido, que algunos describen como una versión colombiana del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, con opiniones misóginas y una inclinación por la controversia.
Con la mayoría de los colombianos en situación de inseguridad alimentaria y el 40% viviendo en la pobreza, los votantes eligieron a dos figuras antisistema, lo que podría ser la reacción de una población traumatizada por los vientos en contra de la economía y el empeoramiento de la desigualdad.
Cuando la gente experimenta un dolor económico extremo, suele exigir un cambio. Y parece que el cambio está llegando. Los colombianos están en vilo.
En todo el mundo se están produciendo dramas similares. Cada país es diferente, y cada situación incluye múltiples factores. Pero lo que es innegable es que el impacto de la pandemia de coronavirus está perdurando en formas mucho más significativas que nuestros agotados debates sobre si llevar o no mascarillas o reunirse en casa con los amigos.
En Sri Lanka, por ejemplo, las malas decisiones tomadas antes de la pandemia dejaron al país profundamente endeudado. Luego, la pandemia cortó la cuerda de salvamento representada por el turismo. El golpe de gracia llegó con la guerra de Rusia, que hizo subir aún más los precios. El país se quedó sin dinero, dejó de pagar sus deudas y ahora no puede permitirse comprar alimentos o medicinas. Es una crisis como ninguna otra que haya vivido el país. En medio de protestas masivas, el primer ministro renunció, su casa ha sido incendiada y se sigue pidiendo la dimisión del presidente.
La agitación económica generalizada suele ser un factor de inestabilidad política. Veamos la llamada Primavera Árabe, que sacudió el Medio Oriente hace una década, derrocando regímenes y dando inicio a guerras civiles. El aumento de los precios de los alimentos y el desempleo fueron algunos de los principales desencadenantes. El aumento de los precios podría volver a fomentar la inestabilidad política en Medio Oriente.
La pandemia ha supuesto un enorme golpe para el mundo, más allá de los millones de vidas que ya se ha cobrado. Y entonces, justo cuando el mundo estaba tratando de aliviar los cuellos de botella de la cadena de suministro, estabilizar los mercados laborales y restaurar la producción de petróleo a los niveles anteriores a la pandemia, la guerra de Putin revirtió gran parte de los avances.
De todas las emergencias, la más urgente es la “crisis sísmica del hambre” que, según el PMA, ya está “envolviendo al mundo” y podría llevar a 48,9 millones de personas al borde de la hambruna. Esta cifra es mucho mayor que los casi 6,3 millones de personas que se ha confirmado que han muerto de covid-19 hasta ahora.
Para evitar tal catástrofe, las potencias mundiales deberían estudiar la forma de romper el bloqueo ruso de los puertos ucranianos. Putin está intentando convertir el hambre en un arma, sugiriendo cínicamente que ayudaría a aliviar el hambre mundial si Occidente levanta las sanciones contra Rusia. Vale la pena recordar que las sanciones fueron provocadas por la agresión rusa.
Europa también debería trabajar para impulsar las exportaciones ucranianas por ferrocarril, aunque eso no compense las rutas marítimas.
Mientras tanto, los países de menor renta necesitan ayuda urgente. Desde la guerra, los precios de los cereales se han disparado, y el apoyo financiero a las compras es una respuesta obvia. Los esfuerzos del Programa Mundial de Alimentos para suministrar comida a los pobres exigen un mayor respaldo internacional.
Como hemos aprendido en los últimos años, los problemas de un país no se quedan dentro de sus fronteras. Las razones humanitarias justifican por sí solas la ayuda para evitar la hambruna, pero también entran en juego los intereses propios.
La pobreza y el hambre impulsan grandes migraciones y producen inestabilidad política. Y eso, ante la proximidad de un huracán económico, podría hacer aún más peligrosa una situación ya difícil.