CNNE 1227190 - mira esta propuesta de matrimonio en un avion del orgullo lgbtq
Asistente de vuelo propone matrimonio a su novia en el avión del orgullo LGBTQ mientras vuelan
01:54 - Fuente: CNN

Nota del editor: Yahir Zavaleta es licenciado en Administración, experto en derechos humanos y específicamente en temas relacionados con los derechos LGBTIQ+, la salud sexual y el VIH. Actualmente se desempeña como coordinador regional de Diversxs, un programa sobre la formación de jóvenes líderes en derechos LGBTIQ+ en la Oficina para las Américas de Amnistía Internacional. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas. Puedes encontrar más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.

(CNN Español) – Las celebraciones de la marcha del orgullo LGBTIQ+ regresan a las calles en diferentes países de América Latina, España y el Caribe este mes, después de dos años de confinamiento y celebraciones virtuales. Y en esta celebración del orgullo llena de fiesta, color y mucho drag, es necesario recordar y reflexionar sobre el papel y la importancia que tienen en el quehacer cotidiano por los derechos LGBTIQ+.

Las primeras marchas en América Latina y el Caribe de los grupos que hoy se conocen como LGBTIQ+ tuvieron lugar a lo largo de la década de los 70 y principios de los 80. En lugares como Santiago de Chile (1973), México (1978), o Colombia (1982) comenzaron a realizarse manifestaciones de personas LGBTIQ+, tal como sucedió en Estados Unidos, especialmente a raíz de la rebelión de Stonewall de 1969, que resultó en la primera marcha del orgullo y que otras ciudades en varios países occidentales las replicarían en los años siguientes.

En esos años las consignas eran otras, más políticas quizás, y orientadas a hacer visible la existencia de los movimientos organizados de gais, lesbianas y personas transgénero, así como a la necesidad de denunciar los abusos policiales contra la comunidad sexodiversa y la violencia generalizada que vivían en el contexto de sociedades machistas y conservadoras.

A más de cuatro décadas de esas primeras iniciativas, pareciera que mucho ha cambiado en el tono de las marchas del orgullo. Y si bien es cierto que gran parte de quienes participan de ellas las conciben como un espacio de fiesta y celebración, sigue siendo importante refrendar su valor como un medio para ejercer nuestro derecho a la protesta, para honorar el activismo histórico de todas las personas y organizaciones que han luchado para que hoy podamos gozar de estos espacios, así como para seguir exigiendo el pleno reconocimiento de nuestros derechos en igualdad de condiciones. Para entender la importancia de regresar a marchar este año, basta mirar que en 9 de los 33 países que conforman nuestra región aún hoy se mantienen marcos legales que criminalizan explícitamente los actos sexuales consensuales entre personas del mismo sexo.

Y aunque los casos conocidos de aplicación de la ley siguen siendo escasos, la existencia de estas leyes refuerza y legitima el rechazo, el estigma y la violencia hacia las personas LGBTIQ+ y limita el ejercicio del derecho a la libertad de expresión ante la posibilidad de ser detenido por marchar abiertamente como una persona LGBTIQ+. En países como Jamaica o Guyana, por ejemplo, se han celebrado algunas marchas del orgullo en los últimos siete años, pero acontecen siempre ante la posibilidad de ataques de algunos grupos conservadores y con poco o nulo respaldo de las autoridades.

Por otra parte, el incremento en los casos de violencia homofóbica y transfóbica en la región es alarmante. En América se registraron 316 de los 375 homicidios de personas trans y de género diverso en todo el mundo entre octubre de 2020 y septiembre de 2021. El 70% de ellos ocurrieron en América Central o del Sur, siendo Brasil el país con más asesinatos de mujeres transgénero registrados en todo el mundo.

No podemos ni debemos ser indiferentes ante las vidas de las mujeres trans que hemos perdido a causa de la violencia y ante la falta de respuesta de los Gobiernos para crear espacios seguros para las personas LGBTIQ+. Marchar es una forma de protestar ante la violencia que enfrentamos como colectivo, y al mismo tiempo de exigir a los Gobiernos de nuestra región que establezcan medidas para el registro, documentación y seguimiento de los casos de violencia y discriminación hacia personas LGBTIQ+.

Ser una persona LGBTIQ+ en América Latina o el Caribe no es fácil. Quienes nos autopercibimos o asumimos con una orientación sexual, identidad y/o expresión de género no normativa, nos enfrentamos desde la niñez a la violencia machista y heteropatriarcal que se legitima en el seno de nuestros hogares y en las aulas de las escuelas, y que a menudo se manifiesta en forma de rechazo, acoso, discriminación y violencia física y emocional. Según la Unesco, entre el 47% y el 81% de los jóvenes en países como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Uruguay han manifestado sentirse inseguros en la escuela, principalmente debido a su orientación sexual o identidad de género.

Así que salir a marchar es también un símbolo de resistencia ante todas las ocasiones que hemos sido atacados por quienes somos y enfrentado situaciones de violencia en nuestras casas y escuelas. Es una manera de manifestar nuestro orgullo cuando trataron de reprimirlo. Es celebrar nuestras vidas diversas que día a día continúan resistiendo la violencia social e institucional. La invitación es a que marchemos conscientes y mostremos solidaridad con quienes no pueden hacerlo porque en sus contextos y realidades es motivo de burla y señalamiento.

Marchemos por quienes no pueden “salir del clóset” por el temor al rechazo de sus familias. Marchemos porque aún hay países donde sigue siendo un crimen vivirse diverso y amar en libertad. Marchemos por las vidas de las amigas y compañeras trans que han sido víctimas de la transfobia. Marchemos para que estos espacios de protesta pacífica resuenen y se repliquen en cada vez más rincones fuera de las capitales y otras grandes ciudades.

Marchemos para exigir a las autoridades que garanticen nuestros derechos más allá del discurso y de la norma, para acabar con la violencia machista y heteropatriarcal, para seguir construyendo puentes en la diversidad. Marchemos incluyentes, marchemos feministas, marchemos indígenas, queer, afrodescendientes, migrantes, marchemos junto a quienes viven con VIH y por una mejor calidad de vida para quienes ejerzan el trabajo sexual. Marchemos libres, con orgullo y con amor.