Nota del editor: Holly Thomas es una escritora y editora residente en Londres. Es editora matutina en Katie Couric Media. Tuitea en @HolstaT. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora.
(CNN) – La primera vez que vi a Olivia Newton-John fuera de su personaje me decepcioné bastante. Un comienzo poco propicio para un elogio, tal vez, pero permítanme explicar: era 1998 y yo tenía 10 años. El reparto de “Grease” se había reunido para un homenaje especial 20 años después del estreno original de la película, y yo había visto a Newton-John, que falleció esta semana a los 73 años, en la televisión en su gira publicitaria. Para mi horror, ya no era una adolescente que usaba una falda en A (tampoco tenía idea de que tenía 28 años cuando se filmó la película), y no había ninguna diadema Alice en su cabello.
Por suerte para todos, estuvo tan encantadora en su entrevista que le perdoné inmediatamente el haber envejecido en las décadas transcurridas desde su papel protagónico de Sandy Olsson. Su sonrisa seguía siendo deslumbrante, su química con su compañero de reparto John Travolta seguía siendo envidiablemente eléctrica y, a juzgar por su despreocupación, su vida real parecía tan mágica como la de su personaje más famoso.
Como descubrí cuando mi afición evolucionó más allá de mi obsesión inicial por “Grease”, no fue así. Los momentos cumbre de la vida de Newton-John fueron más maravillosos que los de la mayoría, pero se vieron acompañados por momentos de gran dificultad. Tras su diagnóstico inicial de cáncer de mama en 1992, convivió con la enfermedad durante el resto de su vida, llegando a ser tan querida por sus labores de promoción de la enfermedad, por su papel más memorable. Se convirtió en un tesoro nacional en Australia, donde su trabajo fue fundamental para apoyar la investigación y el tratamiento en el centro oncológico de Melbourne que lleva su nombre.
Newton-John causó tal impacto como artista y defensora de la causa que gran parte del resto de su extraordinaria y a veces extraña historia queda comparativamente al margen. Incluso un repaso selectivo revela a una mujer dotada de una capacidad camaleónica para reinventarse, y subraya la inutilidad de cualquier intento de encasillar la experiencia de una persona en función de sus triunfos o desgracias más visibles.
Para empezar, el estreno de “Grease” no fue ni mucho menos el único acontecimiento memorable en el mundo de Newton-John en 1978. El año en que su fama se hizo estratosférica, un momento que se espera que cualquiera aproveche al máximo, también canceló una gira de conciertos por Japón en protesta por la matanza de delfines por parte de los pescadores del país. Su ternura por las criaturas llegó incluso a su música: su canción de 1981 “The Promise (the Dolphin Song)” se inspiró en los delfines que conoció en Hawái. “Fue extraño”, dijo a People en 1982. “A la mañana siguiente de estar en las piscinas, me desperté y la letra y la melodía estaban en mi cabeza. Creo que fue un regalo de ellos”.
En muchos aspectos, su carrera musical fue más ecléctica y más ilustre de lo que un fan de “Grease” estándar podría apreciar. Todos conocemos su gran éxito de 1981, “Physical” (por cierto, el tema del video, “vamos a poner en forma a estas mujeres con obesidad como cortina de humo para nuestra canción sexi”, da la sensación de no haber envejecido bien cuando lo vuelves a ver), pero ¿sabías que ganó un Grammy a la mejor interpretación vocal femenina de country en 1974 por “Let Me Be There”? Su éxito inicial en la escena del country se encontró con una gran oposición por parte de los tradicionalistas, deseosos de proteger el género de cualquier supuesta contaminación por parte de los artistas pop.
Sin embargo, su voz se hizo tan respetada que le ganó a Dolly Parton el título de vocalista femenina del año en los premios de la Asociación de Música Country de 1974, un galardón que aún no ha ganado ningún otro no estadounidense. Como si estuviera decidida a despejar horizontes en todas las direcciones imaginables, también compitió en el concurso de la canción de Eurovisión de 1974 con su canción “Love Live Love” donde terminó en el cuarto lugar, detrás de ABBA con “Waterloo”.
Los temas románticos de los grandes éxitos musicales de Newton-John, “Hopelessly Devoted To You” de Grease es probablemente la canción que más se asocia con ella, contradicen la realidad, a veces despiadada, de su vida amorosa. Su prometido Bruce Welch intentó suicidarse tras su ruptura en 1972, que se produjo en medio de rumores de que ella estaba saliendo con otra persona. Se divorció de su primer marido, el actor Matt Lattanzi, en 1995, después de 11 años de matrimonio, y su siguiente pareja importante, su novio intermitente Patrick McDermott, un camarógrafo, desapareció misteriosamente en 2005. La última vez que se le vio fue a bordo de un barco de pesca frente a la costa de California, y su repentina desaparición es un misterio sin resolver. Newton-John estaba comprensiblemente “frenéticamente preocupada” en ese momento, y las investigaciones no arrojaron ningún rastro de McDermott ni pruebas de algún delito.
Newton-John se casó con John Easterling, el fundador de la compañía de hierbas Amazon, en 2008, y la pareja permaneció junta el resto de su vida. Su capacidad para reponerse parecía aplicarse a cualquier desastre o vergüenza, desde su intento frustrado de crear una empresa de ropa deportiva en la década de 1980 hasta su musical “Xanadú” de 1980, un fracaso que Variety declaró “estupendamente malo”. El ejemplo más encantador probablemente sea el de sus últimos cameos en “Glee”, uno de los cuales incluía una absurda (y sorprendentemente menos ofensiva) reimaginación del video de “Physical”.
No es de extrañar, dado su enfoque abierto de la vida en general, que Newton-John rechazara de todo corazón la gastada narrativa de la “batalla” que tan a menudo se utiliza para describir el cáncer. En una entrevista realizada en 2020, tres años después de que se le comunicara que su enfermedad había regresado, hecho metástasis y se había extendido a los huesos, seguía insistiendo en que se sentía “afortunada”. “Elijo no verlo tampoco como una lucha porque no me gusta la guerra. No me gusta luchar, sea donde sea, ya sea en el exterior o en una guerra real dentro de mi cuerpo”, explicó.
En última instancia, abordó su enfermedad como todo lo demás: como un proceso de evolución. Encasillar su enfermedad, o su carrera, o sus romances, o cualquier otra cosa, en una narrativa ordenada de ganar o perder solo atenuaría los matices que distinguen la vida real de un musical de película para adolescentes. A pesar de la ligereza que emanaba de Newton-John, el camino que recorrió fue mucho más complicado de lo que podrían sugerir muchos de los homenajes que se le rinden. Al recordarla, deberíamos recordar las cosas incómodas e imprevistas, así como las nobles e inspiradoras. A menudo, revelan el verdadero valor de una persona.