Nota del editor: Mari Rodríguez Ichaso ha sido colaboradora de la revista Vanidades durante varias décadas. Es especialista en moda, viajes, gastronomía, arte, arquitectura y entretenimiento, productora de cine y columnista de estilo de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivamente suyas. Lee más artículos de opinión en cnne.com/opinion
(CNN Español) – Cuando murió la princesa Diana, el 31 de agosto de 1997 –hace 25 años– Tony Blair, el primer ministro del Reino Unido, la llamó Princesa del Pueblo (the People’s Princess), ¡y tenía toda la razón!
Aunque los periódicos insistentemente reportaban sobre su continua e inmensa labor humanitaria –que comenzó tan pronto se casó con el príncipe Carlos, el 29 de julio de 1981–, la Diana que más curiosidad inspiraba era la mujer joven con gran estilo al vestir, la Diana bonita, la muchacha joven, siempre sonriente y madre de dos niños que adoraba, igual que la Diana glamorosa viviendo, como todos creímos entonces, su vida de princesa de cuento de hadas.
Sin embargo, sabíamos mucho menos y había menos curiosidad sobre la Diana humanitaria, que inspiró a millones y dejó una profunda huella de empatía y compasión en el carácter de sus hijos William y Harry. Dos chicos, todavía pequeños, a quienes quiso mostrar cómo era realmente la vida y cómo vivían aquellos seres humanos que no tenían los privilegios con los que ellos estaban creciendo. Y esa Diana es la que más me gusta y más admiro, y en su honor escribo hoy este artículo.
Viniendo de una familia muy aristocrática, como son los Spencer, y criada como toda una “niña bien” inglesa –y con cercanas conexiones a la familia real (su abuela materna Ruth, la baronesa Fermoy era la mano derecha y principal dama de honor de la reina madre Isabel, y el príncipe Carlos había estado saliendo con su hermana Sarah años antes de comprometerse con Diana)–, nadie esperaba que esta jovencita desarrollara ese profundo deseo de ayudar al prójimo. Pero quizás el sufrimiento que pasó en su niñez –tenía solo 7 años–, cuando su madre abandonó a sus 4 hijos y a su esposo por un nuevo amor, marcó la vida futura de Diana Spencer y la hizo verla desde otro prisma mucho más humano y realista.
Por lo que, tan pronto Diana se convirtió en su alteza real la princesa de Gales, en 1981, la joven de solo 20 años comenzó su entusiasta labor humanitaria. Y lo más curioso es que cuando visitaba hospitales de niños y de personas críticamente enfermas, todos notaban su genuina empatía. Y comprendían que aquella joven no estaba cumpliendo tan solo con un acto oficial, representando la Casa Real, sino que estaba poniendo su corazón en ello. Y así fue que Diana –año tras año, durante y después de su matrimonio– comenzó a hacer visitas privadas, por su cuenta, a hospitales, orfanatos, centros de personas sin hogar, asilos de ancianos y a familias de veteranos y soldados ingleses enfermos, para mostrar un gran afecto y ternura hacia todos.
Diana de Gales quitó el estigma del sida, abrazando y agarrando las manos de pacientes que sufrían el rechazo social por su enfermedad. Y se sentaba en sus camas en el hospital y en centros de vivienda para enfermos de sida, y conversaba con ellos con naturalidad y verdadero interés por sus vidas. Todavía se recuerda su primer viaje a Nueva York, en 1989, cuando en el Harlem Hospital, Diana cargó y besó a un niño de 7 años enfermo de sida. Años más tarde, la princesa combatió también el estigma de que la lepra se transmitía tocando a un enfermo, y visitó hospitales para leprosos en Nepal, donde abrazó a muchos enfermos.
Ella luchó contra el abandono que existía en el mundo sobre el tratamiento de las enfermedades mentales. Apoyó a las madres solteras y la promovió la protección de los huérfanos. Visitó África infinidad de veces (de ello heredó Harry su amor al continente africano) y colaboró con la Cruz Roja Internacional y en caridades con la madre Teresa y el propio Nelson Mandela, que quedó emocionado ante la humanidad y empatía de Diana. ¡Y en muchas visitas a hospitales en Londres llevaba secretamente a sus hijos!
En 1997, la vi en Nueva York como parte de un reducido número de periodistas mientras visitaba el convento de monjas en el Bronx, donde se encontró con la Madre Teresa de Calcuta, ¡y fue una experiencia inolvidable! Y leyendo su biografía, la larga lista de organizaciones sociales y culturales de las que era patrocinadora es más que impresionante. Y yo misma, que pensaba sabía todo sobre Diana, me he sorprendido de todo lo positivo que hizo durante sus cortos 36 años de vida.
En ese último año de vida llamó la atención su lucha para exponer al mundo la crueldad de los campos de minas que todavía existían en zonas de guerra en África, y caminó sobre uno de ellos durante su visita a Angola, en enero de 1997, 8 meses antes de su muerte, el 31 de agosto siguiente. Y solo 3 semanas antes de morir, el 9 de agosto de 1997 –poco antes de irse a reunirse con su enamorado Dodi Fayed, en la Riviera Francesa– Diana visitó por 3 dias varios abandonados campos de minas en Bosnia, continuando hasta el final de su vida con su cruzada humanitaria.
Por todo esto es que es muy importante recordar que, aparte de escándalos, amores, desamores, vestidos y zapatos, existió una mujer joven con muy buen corazón, deseosa de ayudar y contribuir a un mundo mejor. ¡Y por eso el nombre de Princesa del Pueblo es el perfecto para ella!