Nota del editor: Mari Rodríguez Ichaso ha sido colaboradora de la revista Vanidades durante varias décadas. Es especialista en moda, viajes, gastronomía, arte, arquitectura y entretenimiento, productora de cine y columnista de estilo de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivamente suyas. Lee más artículos de opinión en cnne.com/opinion
(CNN Español) – Han sido muchas las emociones, y las extraordinarias imágenes, en esta semana histórica desde el fallecimiento de la reina Isabel II.
Personalmente, he estado pegada a la televisión, como millones de personas en todo el mundo. Y aunque Isabel II ya tenía 96 años —hace solo 3 meses celebró alegremente su Jubileo de Platino y la vimos en aparente buena salud en el balcón del Palacio de Buckingham y algunas de las maravillosas celebraciones—y como ha estado en nuestras vidas aparentemente desde siempre, esta larga despedida ha ocurrido cuando nadie se la esperaba. De ahí que sea un shock.
Y la reacción a esta partida ha sido una impresionante explosión de afecto y cariño en todo el mundo. Un momento único. Y más que emocionantes muestras del amor de su pueblo a la soberana que han tenido durante 70 años y 214 días. Y como han dicho muchos en la TV, son gestos de un genuino cariño a su muy querida grannie —abuelita— de los británicos.
Una de las imágenes más emocionantes que hemos visto fueron precisamente las últimas fotos de la soberana en el Castillo de Balmoral, en Escocia —frágil, delgada, vestida con la falda escocesa típica de la zona, pero muy sonriente,— recibiendo oficialmente a la nueva primera ministra, Liz Truss. Esas fotos han aparecido una y otra vez desde su muerte y me producen una gran ternura, porque solo horas antes de su último adiós Isabel II hizo lo que marcó sus 70 años en el trono del Reino Unido: cumplir con su deber y ser una buena soberana para su pueblo.
Un gesto que quizás le haya sido físicamente muy difícil, en las fotos se le veían grandes moretones en una mano. Un día y medio después, sus médicos anunciaron su preocupación por su salud y la familia real corrió a estar a su lado. Falleció horas más tarde. De ahí en adelante lo que está ocurriendo y ocurrirá el día de funeral de Estado, el 19 de septiembre, nos hará testigos de la historia.
Testigos de grandes homenajes en todos los países y territorios que forman el Reino Unido. Ella muere en Escocia, en su hogar favorito, el Castillo de Balmoral, donde era especialmente querida. Tienen lugar preciosos homenajes en Edimburgo, y a miles de ciudadanos, desde niños a ancianos, los vimos haciendo fila por horas para ver su féretro en la Catedral de St. Gilles, donde sus 4 hijos hicieron guardia de honor.
Fue muy emocionante ver a la princesa Ana, su única hija (de quien se dice que está destrozada) hacer una reverencia cuando el ataúd de su madre entró en el palacio familiar de Holyroodhouse. Y, al día siguiente, la dramática imagen del féretro llegando en la noche, en medio de la lluvia londinense, al entrar por última vez por las rejas del Palacio de Buckingham —que fue su hogar principal, como monarca, por 70 años y 214 días— donde el ataúd pasó su última noche antes del funeral oficial, personalmente me hizo sentir al borde de las lágrimas.
Y todo esto me lleva a comentarles sobre los profundos sentimientos de tristeza que deben haber acompañado a Isabel II desde hace poco más de un año, cuando perdió a su queridísimo esposo, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo, quien falleció a los 99 años, el 9 de abril de 2021. Recordé aquellas imágenes, sola en un banco de la capilla de St. George, en Windsor, en medio de la pandemia, una imagen de la mayor soledad y dolor. Y es obvio que el declive físico de la soberana comenzó entonces. Un corazón roto podía acelerar lo peor…
Adelgazó mucho y la enorme tristeza que trató de superar, viéndosele sonriente y aparentemente alegre con sus coloridos vestidos y sombreros, que quizás ocultaban la soledad y el dolor de haber perdido el amor de su vida. ¡Porque desde que era una adolescente —hasta el último de sus días, juntos durante casi 74 años— creería que Isabel estaba locamente enamorada de su guapo príncipe azul!
Desde mi punto de vista, solo hay que ver las fotos cuando estaban juntos para notar el amor y admiración que la reina sentía por su esposo. Su muerte, según muchos, le rompió el corazón sin duda, pero aun así la reina siguió adelante, cumpliendo con su deber, tal como Felipe de Edimburgo, creo, hubiera esperado de ella.
Y ahora, al final de todo, vemos que sus 4 hijos y muchos nietos (ojalá el acercamiento para el evento de William y Harry haya causado la reconciliación que ella, me parece, tanto deseaba) han sido bien entrenados en este sentido del deber. Y los actos de su último adiós así lo están demostrando. ¡Incluyendo las sentidas palabras y genuina tristeza de su hijo mayor, el nuevo rey Carlos III, a quien todos le han demostrado hasta ahora un gran cariño y una cálida bienvenida! Bienvenida que también ha sido genuinamente extendida a Camila, ahora reina consorte, nombrada así por la propia Isabel II, reconociendo la felicidad que esta mujer —que fue tan odiada hace 20 años— ahora comparte con su hijo Carlos.
Y aunque estos días el protocolo es estricto, y la típica pompa británica ha estado presente, existen profundos sentimientos y maravillosas emociones en todo lo que está sucediendo. Incluyendo ver a toda la familia caminando tras el féretro de la soberana desde Buckingham hasta el Westminster Hall, donde miles ciudadanos ya están pasando a rendir homenaje a su monarca.
¡Veremos un funeral de Estado que la propia Isabel II planeó y organizó con todo detalle! Y que en sus últimas voluntades fue muy generosa con las personas que le quisieron. Y un momento en que la unidad de ciudadanos y territorios es primordial —igual entre simpatizantes y no simpatizantes de la monarquía— que se han unido por su admiración a la reina. A una mujer que desde los 25 años —recién casada y destrozada por la súbita muerte de su padre, el rey Jorge VI, de quien hereda el trono— vivió para cumplir la promesa que hizo, de dedicar su vida, “ya fuera larga o corta, a servir a su pueblo” y cumplir con su deber.
Admiración que es palpable y guió por todos estos años los sentimientos de millones de ciudadanos. Esta es una historia de afectos hacia una reina que nunca causó escándalos y amaba profundamente a la familia que se los daba continuamente. Una mujer que conoció la felicidad del amor igual que las lágrimas. Y quien hasta el último momento mostró gran dignidad, mano a mano con esa sonrisa abierta que vamos a echar de menos.
Por todo eso, con profunda admiración y tristeza le damos las gracias “Thank you ma’am!”.
God Save the Queen!