Nota del editor: Arick Wierson es un productor de televisión ganador de seis premios Emmy y exasesor principal de medios de comunicación del alcalde de Nueva York Michael Bloomberg. Tiene un máster en economía por la Universidade do Estado de São Paulo en Campinas (UNICAMP) en Brasil y ha trabajado en el país durante casi 30 años asesorando a clientes corporativos y políticos en estrategias de comunicación. Las opiniones expresadas en esta nota le pertenecen exclusivamente a su autor.
(CNN) – Este domingo, más de 120 millones de brasileños acudieron a las urnas para votar en una segunda vuelta de las elecciones presidenciales en la que el expresidente Luiz Inácio “Lula” da Silva protagonizó un sorprendente retorno a la política.
Con el 50,9% de los votos, Lula derrotó al actual presidente, Jair Bolsonaro, quien obtuvo el 49,1%, lo que supone una diferencia de unos 2 millones de votos.
Fue una elección muy reñida y el resultado final solo se conoció después de que se contabilizaran casi todos los votos de las 577.000 máquinas de votación electrónica del país.
Por un lado, la victoria de Lula supuso un fuerte reproche al irreverente y a menudo controvertido estilo de gobierno de Bolsonaro, que le valió el apodo en burla de “Trump del Trópico”.
De hecho, Bolsonaro no solo recibió el respaldo del expresidente de Estados Unidos Donald Trump, sino que, al igual que este, fue ampliamente criticado por su gestión del coronavirus, que provocó casi 700.000 muertes en el país, según la Organización Mundial de la Salud.
Además, la agresiva agenda antiLGBTQ de Bolsonaro, sus políticas decididamente antiambientales y sus tendencias autoritarias lo convirtieron en una especie de paria en los medios internacionales.
El regreso de Lula
Lula, que ya fue presidente en dos ocasiones, de 2003 a 2010, no llegó sin cargas a estas elecciones. De hecho, si no fuera porque su condena fue anulada por un tecnicismo jurisdiccional por su papel en la “Operación Lava Jato”, uno de los mayores escándalos de corrupción pública del mundo, Lula aún estaría cumpliendo su condena de 12 años de prisión.
Sus detractores han temido que su regreso a la función pública pueda marcar el comienzo de una nueva ola de corrupción e ineficiencia a gran escala en las empresas estatales más importantes de Brasil.
Desde el final de la dictadura militar en la década de 1980, los brasileños no se han enfrentado a dos candidatos tan contrastados, cada uno con perspectivas políticas diametralmente opuestas para el país.
Y con la victoria de Lula por poco más de 2 millones de votos, mientras que alrededor de 5 millones de votos fueron dejados en blanco o anulados a propósito por los votantes, está claro que un porcentaje considerable de la población votante no compró ninguna de sus visiones para el país.
Un Brasil profundamente dividido
Aunque todavía es pronto, los temores de que Bolsonaro pudiera no aceptar los resultados o incluso dar un golpe de Estado se están disipando rápidamente, ya que incluso los medios conservadores a favor de Bolsonaro están aceptando los resultados.
Esa es la buena noticia. La mala noticia es que, ahora, el 1 de enero, cuando Lula jure su tercer mandato como presidente, tendrá que encontrar la manera de gobernar un país profundamente dividido y con una gran desconfianza hacia el otro bando.
A diferencia de sus anteriores victorias, en las que Lula llegó al cargo con un claro mandato, obteniendo más del 60% de los votos tanto en 2002 como en 2006, esta vez Lula no solo obtuvo una victoria mínima, sino que se enfrentará a un congreso que sigue estando muy alineado con Bolsonaro.
De hecho, en la primera vuelta de las elecciones, a principios de octubre, los aliados del actual presidente asumieron una pluralidad de escaños tanto en la Cámara Baja como en el Senado.
Además, con los resultados de la segunda vuelta de las elecciones para gobernadores del domingo en todo el país, está claro que los aliados de Bolsonaro estarán en el poder en 14 de los 27 estados de Brasil, incluyendo los estados económicamente más importantes de São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais.
Una lista de cosas por hacer
Y es en este contexto en el que Lula tendrá que enfrentarse a desafíos sísmicos en múltiples frentes. Brasil ha estado en una especie de caída libre económica desde el inicio de la pandemia y aún no se ha recuperado del todo.
El hambre ha resurgido como una preocupación social acuciante, mientras que las desigualdades raciales se han exacerbado en los últimos años. La violencia urbana sigue aterrorizando a las ciudades de todo el país y la corrupción sistémica sigue desenfrenada.
Tal vez lo más importante para el resto del mundo sea el papel de Brasil en la lucha contra el calentamiento global: el país alberga gran parte de la selva amazónica. Bajo el mandato de Bolsonaro, la deforestación del Amazonas aumentó. Lula, por su parte, destacó la necesidad de proteger la selva en su discurso de victoria, afirmando que su administración “lucharía por la deforestación cero”.
Dicho esto, movilizar la fuerza política necesaria para abordar estas cuestiones en este país de 215 millones de habitantes no será nada fácil.
Pero si hay un resquicio de esperanza en la victoria de Lula es que tanto las potencias regionales como los mercados financieros parecen estar dispuestos a echar una mano para ayudar al presidente entrante en su programa de gobierno.
Lula será acogido con los brazos abiertos por muchos de los líderes de izquierda de América Latina que han sido impulsados a la victoria en los últimos años, así como por los mercados financieros mundiales, donde los inversores se muestran cautelosamente alcistas respecto a las perspectivas de crecimiento de un Brasil dirigido por Lula.
Lula haría bien en apoyarse en estas alianzas internacionales mientras empieza a formar gobierno. Pero quizás lo más importante es que el éxito de Lula, y el del país, dependerá probablemente de las habilidades políticas del presidente y de su capacidad para extender una rama de olivo a los principales líderes políticos que apoyaron a Bolsonaro, mientras busca construir una coalición que pueda ayudarle a alcanzar su agenda política.
En la derecha brasileña ya se habla de la posibilidad de impugnar a Lula, una posibilidad muy real con amplios precedentes históricos, ya que dos de los ocho presidentes que ha tenido Brasil desde la vuelta a la democracia en 1985 fueron destituidos antes de finalizar su mandato.
Es mucho lo que está en juego para Brasil. Y es mucho lo que está en juego para Lula, no solo políticamente, sino también personalmente.