Nota del editor: Aaron David Miller es investigador principal de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional y autor de “The End of Greatness: Why America Can’t Have (and Doesn’t Want) Another Great President”. Miller fue negociador en Medio Oriente en administraciones demócratas y republicanas. Las opiniones presentadas en esta nota le pertenecen exclusivamente a su autor.
(CNN) – Aunque el gran actor y exestrella de “Saturday Night Live” Bill Murray no fue contratado como asesor técnico del Comité Electoral Central de Israel, seguramente podría haberlo sido. Según los sondeos previos a las elecciones, parecía que Israel se dirigía a otra elección sin decisión mayoritaria al estilo del Día de la Marmota por quinta vez en poco menos de cuatro años.
Pero estas elecciones parecen haber logrado (las cifras definitivas no estarán disponibles hasta el final de la semana) lo que las cuatro anteriores no pudieron: una mayoría para Benjamin (Bibi) Netanyahu y sus aliados y la probable aparición del gobierno más derechista de la historia de Israel.
De hecho, la mayor estrella del nuevo firmamento político no fue Netanyahu, sino el radical Itamar Ben Gvir, cuyo bloque Sionismo Religioso es ahora el tercero más grande de la Knéset. Aquí hay cuatro cosas que debes saber sobre estas elecciones y lo que pueden implicar para el futuro.
Con Bibi o sin Bibi
Al igual que las cuatro elecciones previas, estas elecciones tenían una pregunta central, si no es que un principio organizador: ¿Estás a favor o en contra del regreso de Netanyahu? Ya sea que lo amen o lo desprecien, Netanyahu, a sus 73 años, ha sido el primer ministro que más tiempo ha gobernado en la historia de Israel.
Incluso imputado y en juicio por soborno, fraude y abuso de confianza, Netanyahu sigue siendo el político más consecuente de la escena israelí actual y está en la cúspide de lo que quizá sea su mayor triunfo: volver al primer ministerio con mayoría.
Para Netanyahu, estas elecciones eran realmente existenciales. Si no hubiera conseguido una mayoría de gobierno, que probablemente aprobaría una ley para aplazar o incluso cancelar su juicio político, podría haber tenido que afrontar las consecuencias de un veredicto de culpabilidad o un acuerdo de culpabilidad que lo hubiera alejado de la política.
Pero la victoria de Netanyahu no fue solo un titular “todo sobre mí”. Refleja y consolida las líneas de tendencia que se han observado desde hace tiempo. El Likud es el partido político más estable y duradero del sistema israelí. Netanyahu es su líder e Israel es una nación ahora más moldeada por la derecha, y quizás por sus elementos más radicales, que en cualquier otro momento de su historia.
La izquierda y el centro-izquierda de Israel, antaño dominados por el emblemático Partido Laborista, la fuerza política impulsora de las tres primeras décadas de independencia, han quedado reducidos a una sombra de lo que fueron, con apenas un puñado de escaños en la Knéset.
Y aunque el bloque de centro-izquierda y derecha del primer ministro interino Yair Lapid tuvo un desempeño respetable, quizá incluso obtuvo más votos, la fractura de la izquierda y el voto árabe dieron la ventaja al bloque de Netanyahu, más cohesionado y disciplinado.
De hecho, sin exagerar, la victoria de Netanyahu introduce ahora un culto a las personalidades: Netanyahu y Gvir, que reforzarán las fuerzas del nacionalismo radical, el populismo y una mentalidad de “nosotros contra ellos” que divide y polariza el país.
Y si el Gobierno de Netanyahu consigue restringir los poderes de la Corte Suprema de Israel, imponiendo el control sobre los nombramientos judiciales, profundizando el control de la ley judía sobre la vida pública y revocando la decisión del tribunal de anular la legislación destinada a legalizar los asentamientos en la Ribera Occidental del Jordán, la democracia israelí se verá fundamentalmente socavada, reforzando las fuerzas del antiliberalismo, el etnocentrismo y la falta de respeto por el Estado de derecho.
Está la derecha y la ultraderecha
Israel lleva años dando un giro hacia la derecha. De hecho, según la analista Tamar Hermann, del Instituto de la Democracia Israelí, un 60% del electorado israelí es de derecha; entre un 12 y un 14% se identifica como de izquierda y el resto se sitúa en el llamado centro.
Aunque las encuestas habían predicho que el Sionismo Religioso, un bloque de tres partidos radicales que encarnan colectivamente una visión racista, supremacista judía, antiárabe y homófoba, obtendría buenos resultados en las elecciones, la magnitud de su éxito fue, sin embargo, sorprendente.
El Sionismo Religioso duplicó sus cifras con respecto a las elecciones de 2021 y Gvir, la clara estrella del bloque, atrajo a nuevos votantes y, según los sondeos a boca de urna, aumentó la participación nacional en aproximadamente un 6%.
También va a ser un momento impactante para Netanyahu, que ha gestado esta impía alianza en un esfuerzo por maximizar sus posibilidades de conseguir el número mágico de más de 60 escaños para formar gobierno. No es una coincidencia que uno de los partidos de este bloque, dirigido por Bezalel Smotrich, haya elaborado un plan para reformar (léase emascular) el sistema judicial y asegurar que Netanyahu sea inmune a los enjuiciamientos.
El nuevo primer ministro está ahora en deuda con estos radicales y con los dos partidos ultraortodoxos, que tendrán una larga lista de exigencias. De hecho, el Likud obtuvo 31 escaños, los derechistas y los ultras tienen tantos o más, lo que lo convierte en una minoría dentro de su propio gobierno.
Además, Netanyahu tiene ahora un socio-rival en Gvir que, a sus 46 años, acaba de iniciar su ascenso en la política de Israel. No debería sorprender a nadie que Netanyahu intente acercarse al partido más centrista de Benny Gantz y Gideon Sa’ar para que se unan a su coalición para “salvar a la nación”, en un esfuerzo por frenar a Gvir o, como mínimo, reducir sus exigencias radicales.
¿Parálisis política?
Puede que se piense que este tipo de gobierno de derecha restrictivo no puede durar. Pero puede haber más cosas que unan a esta coalición que las que la dividan. Los dos partidos ortodoxos han estado fuera del poder y están ansiosos por asegurar el apoyo a sus escuelas e instituciones religiosas.
El bloque del Sionismo Religioso, dominado por Gvir, ve la participación en el gobierno como una forma de legitimar su movimiento, ampliar su base y sus propios horizontes políticos. Comenzó su discurso de victoria electoral declarando: “Todavía no soy primer ministro”. Y Netanyahu seguramente intentará por todos los medios mantener esta coalición unida para asegurar su tarjeta de salida de la cárcel a través de la legislación.
¿Cómo se comportará realmente este gobierno? Es seguro que, a medida que se acerca el 75º aniversario de Israel, el año que viene, no acercará al país a abordar los retos de política interior y exterior a los que se enfrenta y, casi con toda seguridad, los empeorará. En el ámbito interno, Israel estará cada vez más polarizado, con un poder judicial independiente y un Estado de derecho gravemente amenazados.
Netanyahu ha demostrado ser intrínsecamente reacio al riesgo cuando se trata de actuar en asuntos de guerra y paz. Y tratará de mantener a Gvir lejos de influir en la seguridad nacional de Israel; y hará retroceder sus demandas de disolver la Autoridad Palestina, anexionar la Ribera Occidental del Jordán y expulsar a los palestinos.
Pero habrá más asentamientos y apoyo a los colonos; más esfuerzos para consolidar el control sobre Jerusalén; las relaciones con los ciudadanos árabes de Israel probablemente se deteriorarán con menos recursos para su comunidad y si hay una confrontación seria con los palestinos en la Ribera Occidental del Jordán o en Jerusalén, las probabilidades de que se transforme en un conflicto entre judíos y árabes israelíes probablemente aumentarán.
Habrá algunas limitaciones en el comportamiento del gobierno. Sin duda, Netanyahu no está interesado en una confrontación con Hamás o Hezbolá. Querrá preservar el acuerdo de límites marítimos recientemente concluido con Líbano, mantener los Acuerdos de Abraham con los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin y sentar las bases de las relaciones con Arabia Saudita.
Netanyahu y Biden: ¿un choque inevitable?
Ni el presidente Joe Biden ni Netanyahu buscarán un enfrentamiento. La Casa Blanca publicó la siguiente declaración: “Esperamos seguir trabajando con el Gobierno de Israel en nuestros intereses y valores compartidos”. Ambos están demasiado ocupados con otros asuntos como para querer una distracción tan problemática.
Pero incluso sin estar atado al radical Gvir, las relaciones de Netanyahu con Biden habrían sido difíciles, ya que sus puntos de vista sobre los asentamientos, el trato a los palestinos en la Ribera Occidental del Jordán y la construcción en Jerusalén habrían chocado.
En cuanto a Irán, la retórica de Netanyahu se intensificará. Y si el Gobierno de Biden tiene la oportunidad de revivir el acuerdo nuclear con Irán, Netanyahu retomará su anterior campaña de 2015 para hacer causa común con los republicanos para oponerse a él.
De hecho, Netanyahu, al igual que el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman, estaría mucho más cómodo con el regreso de Donald Trump o algún republicano. En resumen, con su agenda ya llena de asuntos exteriores y domésticos, el regreso de Netanyahu, y más aún unido a un socio de coalición de ultraderecha que probablemente agite la ya tensa situación con los palestinos, es algo que Biden seguramente no quería ni necesitaba.