(CNN) – El amor derramado sobre Brendan Fraser fuera de los festivales de cine infla las expectativas de “The Whale” ridículamente fuera de proporción, en una película basada en una obra de teatro que ocurre casi en su totalidad dentro de un departamento solitario.
Lastrada no por su protagonista obeso mórbido, sino más bien por sus actores secundarios, Fraser merece elogios por su actuación enterrada bajo el maquillaje, pero eso no es suficiente para mantener la película a flote.
En cierto sentido, el enfoque en un hombre triste, solitario y autodestructivo tiene mucho en común con la película de 2008 del director Darren Aronofsky “The Wrestler”, que también obligaba al protagonista a enfrentarse a su propia mortalidad.
Aquí, la atención se centra en Charlie, interpretado por Fraser, que es tan corpulento —nunca se menciona la cifra de 272 kilos de la que se habla en los materiales de prensa— que jadea y le cuesta recuperar el aliento, y solo puede caminar con un andador. Incapaz de aventurarse al exterior, depende de los repartos de comida y de una atenta enfermera (Hong Chau, como la coprotagonista más interesante), que lo reprende de manera amena por disculparse constantemente con ella.
Charlie imparte cursos literarios universitarios por Internet, pero oculta su apariencia a sus alumnos aburridos. Su vida de ermitaño se ve interrumpida por un misionero (Ty Simpkins), que llama a su puerta en un momento poco oportuno, cuando Charlie está sufriendo uno de varios episodios peligrosos.
“Yo no voy a hospitales”, le dice Charlie, lo que me trae a la memoria la película “Leaving Las Vegas”, en el sentido de que el personaje central afirma sin remedio desde el principio que no tiene intención de enfrentarse o tratar la enfermedad que lo está matando poco a poco.
Sin embargo, Charlie tiene algo más en mente: ya que se acerca a la hija que ahora está en edad de ir al bachillerato (Sadie Sink de “Stranger Things”) y a la que abandonó cuando era niña, claramente deseoso de hacer las paces con ella antes de que sea demasiado tarde. Sorprendido por su tamaño, le dice sobre su peso: “Dejé que se me fuera de las manos”, para más tarde dar detalles sobre la tragedia que precedió a ese arco.
Incluso teniendo en cuenta su legítimo agravio, la hija se une a una larga lista de adolescentes mal escritas en el cine, aparentemente desprovistas de cualquier mecanismo entre la rabia y las lágrimas.
La película es una adaptación de Samuel D. Hunter a partir de su obra de teatro, “The Whale” que deriva en realidad su título del libro “Moby Dick”, aunque la convincente enormidad del físico de Charlie aporta obviamente otro significado. Lo que la película no consigue es la sensación de esperanza que se pretende encontrar en una historia que cuenta los días a medida que su salud parece empeorar.
Los festivales de cine pueden producir una especie de euforia colectiva, pero al ver “The Whale”, es difícil no sentirse desconcertado por la prolongada ovación que recibió la película en Venecia, incluso teniendo en cuenta el comprensible aprecio asociado a la especie de regreso de Fraser —en un sorprendente alejamiento de sus días de galán en “The Mummy”— y la difícil logística que ello implica.
Por conmovedora y desgarradora que sea la situación de Charlie, “The Whale” no logra trascender la línea que separa el teatro del cine. Aunque es fácil apoyar a Fraser a que gane premios, en la búsqueda anual de películas merecedoras de galardones, considere ésta como otra que no lo logró.
“The Whale”, clasificada R, se estrena en los cines estadounidenses este 9 de diciembre.