Nota del editor: Esteban Campanela es un periodista argentino. Estudió en la Universidad del Salvador en Buenos Aires. Trabajó en medios argentinos como La Nación y TyC Sports. Actualmente es el jefe de buró de CNN en Español en Buenos Aires.
(CNN Español) – Lionel Messi fue directo a la copa del mundo. La miró y la besó como a ese amor de toda la vida que nunca pudo ser, pero fue. Es el final perfecto para el jugador perfecto. Mbappé quiso ser Pelé, pero Messi fue Maradona. Y más todavía. Fue Lionel Andrés Messi, el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos.
Tal vez a muchos extranjeros les sorprenda el dato, pero hace muchos años que el tango ya no es el género musical que más se escucha en Argentina. Sin embargo, describe como pocos el ADN nacional. En el tango se sufre, se pelea, se pierde todo “por una cabeza”. Sin sufrir, no podía ser. El 2 a 0 era un escenario demasiado sencillo para un equipo y un pueblo que está acostumbrado a luchar para disfrutar. Los dos goles de Mbappé casi transforman el sueño en pesadilla. Empezaron a resonar ecos de derrotas ancestrales. La final perdida de Brasil 2014, las finales de Copa América de 2015 y 2016 y más. El desgaste del equipo durante todo el partido se empezaba a sentir y el golpe anímico era gigante. Para colmo, Di María, el socio perfecto de Messi, ya no estaba en el campo de juego.
Llegó el alargue nuevamente. Y Lionel Messi se puso el traje de héroe otra vez. Tras un ataque empujado por el enorme alma de la Scaloneta, el rosarino envió como pudo la pelota adentro del arco, una vez más. Ahora sí era. Ese sí era el final perfecto, si Argentina iba a ser campeón del mundo, tenía que definir el partido con un gol de su número 10.
Pero no.
No iba a ser tan fácil. Otro penal para Francia le daba al villano de esta película una nueva oportunidad de robarse el amor de la más deseada por todos. Y no falló. Mbappé no falla, es una máquina con una ambición deportiva sin límites. Tercer gol para él y a la definición desde los once metros.
Entonces, otra vez la incertidumbre. Y el destino volvía a cargar el equipaje de Messi con kilos y kilos de presión. Esa caminata desde la mitad de la cancha debe haber sido la más larga de toda su vida. Tras una corta carrera, definió suave, al otro lado del arquero. Si Argentina no iba a ser campeón del mundo, no iba a ser por responsabilidad del 10.
Messi fue el “mesías” en el desierto de Qatar, guiado por el dios del fútbol desde arriba. Siete goles en esta Copa del Mundo, primera vez que alguien convierte en octavos, cuartos, semifinales y final. Ya con el pitazo inicial rompió un récord más. Con 26 partidos en mundiales, se convirtió en el jugador con más participaciones. Además, en Qatar y a los 35 años, jugó absolutamente todos los minutos. Probablemente ningún otro crack en la historia lo intentó tanto como él. Esa es la enseñanza de Messi para todos. Lo importante es intentar, dejarlo todo. Lo único que depende de uno mismo es la actitud, la resiliencia, poner siempre la otra mejilla. Por eso los argentinos ya estaban agradecidos.
En el país de la grieta y de las divisiones, este equipo consiguió apoyo unánime. La otra enseñanza es que los objetivos importantes se consiguen entre todos. En el fútbol, como en la vida, siempre necesitamos ayuda de los demás. Y los compañeros de Messi ahí estuvieron. Emiliano Martínez tuvo los brazos de los 45 millones de argentinos con él. Un arquero gigante que tuvo la actuación más decisiva de un guardameta desde que tenemos memoria. Dybala, Paredes y Montiel tuvieron en sus piernas la sangre que bombeaban absolutamente todos los corazones albicelestes del planeta. Entonces, sí. Terminó la película con ese guion único e irrepetible. Todo el camino recorrido, las lágrimas sobre lágrimas, el sufrimiento, las desilusiones, las broncas, las injusticias, todo eso quedó atrás.
“Primero hay que saber sufrir, después amar”, dice la letra de “Naranjo en Flor”. El tango se baila de a dos. Lo bailaron enamorados Messi y la copa del mundo. Y un día, Argentina fue feliz. Chan, chan.