(CNN) – Faltaban pocos días para Navidad cuando una tormenta de nieve azotó Buffalo, en Nueva York, con los vientos feroces, la nevada intensa y el frío peligroso que ya habían afectado a buena parte de Estados Unidos.
Entonces se fue la electricidad en la cercana Williamsville, lo que dejó a Demetrice y Danielle y a sus cuatro hijos —Aayden, de 8 años, Aubree, de 4, Jordynn, de 2, y Judah, de 9 meses— sumidos en un frío que empeoraba rápidamente.
La temperatura bajaba entre 1 y 1,5 grados Celsius, aproximadamente, cada 10 minutos, recordaría Danielle más tarde.
“Las condiciones empeoraban muy deprisa”, dijo, y como solo tenían aparatos eléctricos, ni siquiera podían recurrir a la estufa para calentarse.
Si solo hubieran sido adultos, se habrían acurrucado ese viernes, dijo Danielle a “CNN This Morning”. Pero claro, en esta familia no había solo adultos.
Así que Demetrice y Danielle metieron los artículos esenciales en bolsas de viaje y se subieron todos al coche.
Y arrancaron por la carretera.
Sin embargo, pronto la ráfaga ártica que ya se había cobrado vidas a su paso por el país hizo que fuera imposible conducir.
“Nunca había visto nada igual”, dijo Danielle el lunes. “Era como mirar una cartulina blanca (…). Incluso los coches, con las luces encendidas, no se veía nada”.
No había señales de tráfico amarillas.
Ni conos de tráfico naranjas.
Ni un solo semáforo.
“Había que atravesar los cruces rezando”, explicó la madre.
“Una crisis de proporciones épicas”
El poder de esta tormenta, como Danielle se estaba enterando, no se parecía a lo que Buffalo —endurecido durante generaciones por la “máquina de nieve” del lago Erie— estaba acostumbrado.
Pronto, las subestaciones eléctricas se congelarían y la gente aquí moriría, según los funcionarios del condado Erie. Caerían 110 cm de nieve. La gobernadora Kathy Hochul, originaria de esta región, la llamaría “una crisis de proporciones épicas” y la “tormenta más devastadora de la larga historia de Buffalo”.
Pero antes de todo eso, fueron las carreteras las que pasaron rápidamente de ser vías de escape a trampas heladas. Y en una de ellas, cerca de un túnel bajo la pista del aeropuerto, estaban Aayden, Aubree, Jordynn y el bebé Judah, junto con sus padres, intentando encontrar un lugar cálido donde quedarse.
Danielle y Demetrice “intentaron mantener la calma el mayor tiempo posible” porque no querían “asustar a los niños”, dijo la madre.
Pero las alarmas se estaban encendiendo.
Alguien más que intentaba huir de la tormenta de nieve también lo sintió.
Un informe de un automovilista que estaba teniendo un ataque de pánico en un túnel bajo el aeródromo llegó a los Bomberos del Aeropuerto de Buffalo, dijo el jefe adjunto del Departamento de Bomberos del Aeropuerto de Búfalo, Joel Eberth, a “CNN This Morning”.
A salvo en su cálida estación de bomberos, los bomberos Mike Carrubba y Mark Wolhfiel, junto con Eberth, se prepararon, según el relato de este último y un comunicado de la Autoridad de Transporte de la Frontera del Niágara.
Luego, hicieron lo que hacen los héroes: salieron corriendo hacia la tormenta mortal.
“Prometo que no los dejaremos”
Demetrice y Danielle se atascaron en una rotonda cercana al túnel del aeropuerto. En total, más de tres docenas de viajeros —muy probablemente invisibles los unos para los otros— estaban allí también, un puñado de los cerca de 500 automovilistas que quedaron atrapados la noche del viernes al sábado en las carreteras del condado Erie.
“Tardamos mucho en salir”, dijo Eberth refiriéndose al lugar del túnel del aeropuerto.
El de la familia de Danielle y Demetrice fue uno de los primeros vehículos a los que llegaron los rescatistas.
Cuando Carrubba se acercó a su ventanilla, Demetrice la abrió de golpe.
“Por favor, no nos dejes”, imploró el padre.
“No te preocupes, hombre”, respondió el bombero, recordando el intercambio. “Te prometo que no los dejaremos”.
Pero el rescate no pudo comenzar de inmediato.
Carrubba se adentró en el túnel, donde hasta 30 automovilistas estaban atrapados en el otro extremo.
Todos necesitaban salir.
Había que planearlo.
En el refugio del túnel, los rescatistas formaron un convoy: camionetas delante, todoterrenos detrás, con Carrubba a la cola —no lejos de Demetrice, Danielle y sus hijos— a pie para guiar la marcha y asegurarse de que nadie se quedaba atrás, según explicó a CNN este lunes.
Por fin se puso en marcha el lento desplazamiento hacia un lugar seguro.
Los que iban a la cabeza se acercaron a la estación de bomberos.
Pero unos 12 metros tormenta adentro, la mitad trasera tuvo que detenerse.
Simplemente no lo consiguieron.
‘Nunca los dejaré’
La visibilidad era nula, dijo Carrubba, y la nieve llegaba a 1,5 metros de altura.
Demetrice volvió a suplicar al bombero: “Por favor, no nos dejes”.
“Nunca los dejaré”, recuerda que le prometió a cambio.
Mientras el padre se inquietaba, Carrubba cambió su plan de desastre.
“Había llegado la hora de la alarma”, dijo.
Llamó a otra agencia y les dijo que necesitaban un vehículo todoterreno.
“Iremos en cuanto podamos”, dijeron, recordó Carrubba.
Pasaron otros 45 minutos.
Finalmente, con el camión de ayuda ya en su sitio, el convoy reanudó su camino de vuelta a la estación de bomberos, un faro que seguía a salvo en medio de la tormenta.
Una segunda misión crítica: magia
Aayden, Aubree, Jordynn y Judah, junto con sus padres y otras 36 personas, fueron puestos a salvo ese día, según informó la autoridad de transporte.
Al ser los únicos niños pequeños rescatados, su familia pudo pasar la Nochebuena en la estación de bomberos.
Allí, el mayor de los hermanos, que nunca vaciló en creer en la magia de estas fechas, envió involuntariamente a los bomberos a una segunda misión, quizá más importante que el rescate que les salvó a él y a su familia de la épica tormenta.
Los bomberos fueron de caza por la estación y aceptaron entregas de otras personas que trabajaban cerca en las fiestas para reunir suficientes golosinas para “asegurarse de que Papá Noel hiciera una visita”.
Efectivamente, cuando la familia se despertó en la estación de bomberos la mañana de Navidad, era tal y como Aayden había predicho:
“Papá Noel vino”, dijo Demetrice.
Durante su estancia, Aayden también preguntó si podía ponerse un uniforme de bombero de verdad e incluso le dieron un uniforme y una camiseta del departamento, según la autoridad de transporte. Y aprendió cómo los equipos de primera respuesta ayudan a las personas en peligro.
Pero puede que sean los adultos para quienes los regalos y las lecciones de estas vacaciones perduren mucho más allá de esta tormenta.
“Fue una experiencia increíble para nuestros bomberos”, dijo Eberth, “y definitivamente nos hizo mejores personas”.
Demetrice añadió: “Esos chicos estuvieron increíbles en la estación de bomberos. Nos trataron con nada más que amor”.