(CNN) – La bandera de Brasil tiene una frase grabada en medio de su globo azul con estrellas: “Orden y Progreso”. Es la misma bandera que estuvo omnipresente cuando los partidarios del expresidente Jair Bolsonaro irrumpieron en la capital de la nación. Algunos la usaron como capa mientras atacaban los edificios gubernamentales, otros la usaron como una toalla para limpiarse los gases lacrimógenos lanzados por las fuerzas de seguridad para contener a la multitud.
Los ideales de orden y progreso fueron reemplazados por el desorden y el caos de este domingo. Los hechos que se desarrollaron en Brasilia fueron impactantes y aterradores, pero no sorprendentes. Durante meses, los partidarios derechistas de Bolsonaro se han aferrado a la falsa creencia de que la segunda vuelta de las elecciones del 30 de octubre fue un robo y que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva no ganó.
El propio Bolsonaro nunca aceptó públicamente los resultados de las elecciones, se fue a Estados Unidos antes de la toma de posesión de Lula da Silva el 1 de enero y durante mucho tiempo ha sembrado dudas sobre la legitimidad del proceso electoral y las máquinas de votación electrónica en el país.
“[Bolsonaro] ha estado atizando esto durante mucho tiempo, incluso antes de las elecciones. Pero hay auditorías de las máquinas electorales, auditorías también de revisores independientes que confirman que no hubo posibilidad de robo”, dijo a CNN Christopher Sabatini, investigador principal para América Latina en Chatham House en Londres.
Bolsonaro condenó los disturbios de este domingo, pero Sabatini argumenta que el expresidente igualmente tiene algo de responsabilidad por la violencia. “Simplemente no puede darle a su gente la gasolina, los fósforos, señalarles la casa y luego afirmar que el incendio provocado no fue su culpa”, indicó.
Los edificios de Brasil que sufrieron daños fueron el Congreso, la Corte Suprema y el Palacio Presidencial de Planalto, diseñado por el famoso arquitecto brasileño Oscar Niemeyer hace más de 60 años como una utopía modernista. En su interior quedaron destruidas obras de arte de valor incalculable, como el mural “As Mulatas” del artista brasileño Emiliano Di Cavalcanti y un reloj de péndulo del siglo XII perteneciente a Balthazar Martinot —obsequiado por Francia al rey portugués João VI—.
El daño a las obras de arte es incalculable, dijo Rogério Carvalho, curador del Palacio Presidencial del Planalto, y lo mismo vale a nivel político.
El costo de lo perdido va más allá de los edificios y las reliquias destruidas. El ataque del domingo a la sede del Gobierno fue un ataque a los valores democráticos con los que Brasil se identifica orgullosamente.
Lula da Silva y los líderes del Congreso, del Senado y de la Corte Suprema de Brasil firmaron una declaración conjunta en la que acusan a los manifestantes de “terrorismo y vandalismo” y describen su comportamiento como “golpista”.
“El país necesita normalidad, respeto y trabajar por el progreso y la justicia social”, dice el comunicado. “Hacemos un llamado a la sociedad a mantener la serenidad, en defensa de la paz y la democracia de nuestra nación”.
Pero uno de los principales desafíos de Lula da Silva puede ser encontrar esa unidad con algunas facciones de las Fuerzas Armadas de Brasil entre las que el expresidente Jair Bolsonaro cultivó la lealtad. Muchos aliados de Lula han acusado a los militares de ser cómplices de los manifestantes de derecha y han pedido al presidente que destituya a su nuevo ministro de Defensa, José Múcio Monteiro.
Los militares no han respondido a estas acusaciones.
“El presidente Lula ha buscado proyectar normalidad. Por supuesto, eso es bastante difícil porque se ha hecho mucho daño al Congreso y a la Corte Suprema”, dijo a CNN Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales en la Fundación Getulio Vargas en Sao Paulo.
“La gran pregunta es hasta qué punto puede Lula restablecer una relación de confianza con las Fuerzas Armadas; mucha gente dice que tal vez no pueda confiar plenamente en las fuerzas de seguridad”, añadió Stuenkel.
Mientras tanto, Bolsonaro podría tener “responsabilidad política” por los ataques de este domingo, según el ministro de Justicia, Flávio Dino, aunque dijo que, hasta el momento, no hay fundamentos legales para investigar al expresdiente en relación con los disturbios.
“Las palabras tienen poder y esas palabras se convirtieron en odio, que se convirtió en destrucción… Es responsabilidad política porque hay líderes políticos que son responsables del discurso de odio y de la destrucción que vimos ayer (el domingo) en los edificios de los tres poderes, apuntando a un golpe de Estado”, dijo Dino durante una conferencia de prensa este lunes.
Aún así, algunos en EE.UU. y Brasil ya comenzaron a pedir la extradición del exlíder a Brasil y le exigen respuestas por el desorden y el caos causó la insurrección del domingo.