(CNN) – En sus violentos primeros años, la Tierra era un infierno fundido que expulsó la Luna tras una ardiente colisión con otro protoplaneta, según sospechan ahora los científicos. Más tarde, pasó de ser una extensión acuosa a una gigantesca bola de nieve que casi extinguió toda la vida existente.
Después, huracanes con olas de hasta 90 metros de altura azotaron el océano recién descongelado. Pero eso no es nada comparado con el caos y los fuegos artificiales celestiales de los 9.000 millones de años anteriores al nacimiento de nuestro planeta.
El próximo libro del documentalista de ciencia e historia Dan Levitt, “What’s Gotten Into You: The Story of Your Body’s Atoms, From the Big Bang Through Last Night’s Dinner”, evoca una serie de imágenes sorprendentes y a menudo contundentes al trazar el camino que nuestras células, elementos, átomos y partículas subatómicas recorren hasta llegar a nuestros cerebros, huesos y cuerpos. El libro sale a la venta el 24 de enero.
“Ahora sabemos que el origen del universo, la formación de los elementos en las estrellas, la creación del sistema solar y de la Tierra y la historia temprana de nuestro planeta fueron increíblemente tumultuosos”, declaró Levitt a CNN.
Sin embargo, las explosiones, colisiones y temperaturas casi incomprensibles fueron esenciales para la vida.
Una perturbación en la órbita de Júpiter, por ejemplo, puede haber enviado una lluvia de asteroides a la Tierra, sembrando el planeta con agua en el proceso. Y el hierro fundido que forma el núcleo de la Tierra ha creado un campo magnético que nos protege de los rayos cósmicos.
“Sucedieron tantas cosas que podrían haber ido por otro camino”, dijo Levitt, “en cuyo caso no estaríamos aquí”.
Reconstruir el épico viaje paso a paso de nuestros átomos a lo largo de miles de millones de años, dijo, lo llenó de asombro y gratitud.
“A veces, cuando miro a la gente, pienso: ‘Vaya, son unos organismos increíbles y todos nuestros átomos comparten la misma historia profunda que se remonta al big bang’”, afirmó. Espera que los lectores reconozcan “que incluso la célula más simple es increíblemente compleja y digna de gran respeto. Y todas las personas también lo son”.
Un misterio estelar
Nuestros cuerpos contienen unos 60 elementos, entre ellos el torrente de hidrógeno desatado tras el big bang y el calcio forjado por estrellas moribundas conocidas como gigantes rojas. A medida que Levitt reunía las pruebas de cómo estos elementos y otras moléculas orgánicas más complejas llegaron hasta nosotros, iba entretejiendo la tumultuosa historia del propio proceso científico.
En un principio, no se propuso establecer un paralelismo entre las turbulencias del universo y los cambios en el mundo científico, pero lo cierto es que se trataba de algo natural. “Desde que vivían nuestros bisabuelos se han derribado muchas certezas científicas”, afirma. “Eso forma parte de la gracia del libro”.
Cuando Levitt terminó su primer borrador, se dio cuenta con sorpresa de que parte de la confusión científica se debía a diversos tipos de prejuicios recurrentes. “Quería meterme en la cabeza de los científicos que hicieron grandes descubrimientos: ver sus avances tal y como los hicieron y entender cómo fueron recibidos en su momento”, comentó. “Me sorprendió que, casi siempre, la reacción inicial ante teorías revolucionarias fuera el escepticismo y el rechazo”.
A lo largo del libro, señaló seis trampas mentales recurrentes que han cegado incluso a mentes brillantes, como la opinión de que es “demasiado raro para ser verdad” o que “si nuestras herramientas actuales no lo han detectado, no existe”.
Al principio, Albert Einstein odiaba la extraña idea de un universo en expansión, por ejemplo, y tuvo que ser persuadido con el tiempo por Georges Lemaître, un sacerdote y cosmólogo belga poco conocido pero persistente. Stanley Miller, el “padre de la química prebiótica”, que simuló ingeniosamente las condiciones de la Tierra primitiva en frascos de vidrio, fue un feroz opositor a la hipótesis de que la vida podría haber evolucionado en las profundidades oceánicas, alimentada por enzimas ricas en minerales y respiraderos sobrecalentados. Y así sucesivamente.
“La historia de la ciencia está plagada de grandes declaraciones de estadistas de edad avanzada sobre certezas que pronto serían anuladas”, escribe Levitt en su libro. Por suerte para nosotros, la historia de la ciencia también está llena de radicales y librepensadores que se deleitaron en hacer trizas esas declaraciones.
Destrucción constructiva
Levitt describe cómo muchos de los saltos adelante se produjeron gracias a investigadores que nunca recibieron el debido reconocimiento por sus contribuciones. “Me atraen los héroes anónimos con historias dramáticas que la gente no ha oído antes”, dijo. “Así que me alegró que muchas de las historias más apasionantes del libro resultaran ser de personas de las que no había oído hablar”.
Se trata de científicos como la investigadora austriaca Marietta Blau, que ayudó a los físicos a ver algunos de los primeros indicios de partículas subatómicas; el médico y filósofo neerlandés Jan Ingenhousz, que descubrió que las hojas iluminadas por el sol pueden crear oxígeno mediante la fotosíntesis; y la química Rosalind Franklin, que contribuyó decisivamente a descubrir la estructura tridimensional del ADN.
La chispa luminosa de las nuevas ideas suele saltar de forma independiente en todo el mundo. Para su sorpresa, Levitt descubrió que múltiples científicos habían elaborado hipótesis plausibles sobre cómo podrían haber empezado a ensamblarse los componentes básicos de la vida.
“Nuestro universo está repleto de moléculas orgánicas, muchas de las cuales son precursoras de las moléculas de las que estamos hechos”, explica. “Así que alterno entre pensar que es tan improbable que existan criaturas como nosotros y pensar que la vida debe existir en muchos lugares del universo”.
Sin embargo, nada de nuestro viaje desde el big bang ha sido sencillo.
“Si intentamos imaginar cómo evolucionó la vida a partir de las primeras moléculas orgánicas, tiene que haber sido un proceso irregular, lleno de caminos retorcidos y fracasos”, afirma Levitt. “La mayoría de ellos no debieron ir a ninguna parte. Pero la evolución tiene una forma de crear ganadores a partir de innumerables experimentos durante mucho tiempo”.
La naturaleza también tiene una forma de reciclar los componentes básicos para crear nueva vida. Un físico nuclear llamado Paul Aebersold descubrió que “cambiamos la mitad de nuestros átomos de carbono cada uno o dos meses, y sustituimos un 98% de todos nuestros átomos cada año”, escribe Levitt.
Como una casa en constante renovación, siempre estamos cambiando y sustituyendo partes viejas por otras nuevas: nuestra agua, proteínas e incluso células, la mayoría de las cuales aparentemente reemplazamos cada década.
Con el tiempo, nuestras propias células se irán apagando, pero sus partes se volverán a ensamblar en otras formas de vida. “Aunque muramos, nuestros átomos no”, escribe Levitt. “Giran por la vida, el suelo, los océanos y el cielo en un carrusel químico”.
En otras palabras, al igual que la muerte de las estrellas, nuestra propia destrucción abre otro extraordinario mundo de posibilidades.
Bryn Nelson es un galardonado escritor científico y autor del libro “Flush: The Remarkable Science of an Unlikely Treasure”. Vive en Seattle.