(CNN) – Incluso en la confusión, el mensaje acaba siendo de unidad.
Tras semanas en las que Polonia y otros miembros de la OTAN presionaron abiertamente a Alemania para que permitiera el envío de tanques Leopard 2 a Ucrania, finalmente parece que Estados Unidos y algunos de sus aliados de la Unión Europea enviarán vehículos blindados, una medida impensable hace meses, a la primera línea de combate contra Rusia.
Se trata de una decisión sustancial, en parte porque estas, a diferencia de los sistemas de defensa antiaérea o los misiles antitanque, no son armas defensivas. Al igual que los sistemas de artillería y cohetes que los precedieron, están pensados para golpear con fuerza a las tropas rusas en una ofensiva terrestre. Pero a diferencia de esos sistemas, su objetivo inequívoco es que Ucrania recupere territorio. Esto es nuevo, y feroz, y retrata a una OTAN sin miedo.
La decisión conjunta de Estados Unidos y Europa de enviar tanques a Ucrania no es la exhibición de democracias díscolas que podría parecer.
A lo largo de las semanas de disputas y discusiones en torno a la reticencia de Berlín a ayudar a Kyiv, algunos en Moscú habrán oído algo distinto a la desunión: un Occidente que contempla el envío de su armamento más agresivo a un Estado al que hace un año consideraba incapaz incluso de discutir seriamente su ingreso en la OTAN.
Una alianza del tamaño, y las diferentes historias, de la OTAN siempre tendría algunos desacuerdos sobre cómo manejar la mayor guerra terrestre en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Polonia ha experimentado el dominio soviético, y muchos de sus ciudadanos pueden recordar cómo se sintió aquella versión del imperialismo ruso. Alemania, bajo los nazis, soltó por última vez sus tanques en el peor episodio de derramamiento de sangre del continente hasta la fecha. Muchos altos cargos de su encumbrado Partido Socialdemócrata (SPD), donde milita el canciller Olaf Scholz, han estado peligrosamente cerca del Kremlin. Habría sido sorprendente que todas estas potencias europeas hubieran estado de acuerdo desde el primer día.
Pero los planes de Estados Unidos de enviar 30 tanques Abrams a Ucrania, en gran medida simbólicos, según dos funcionarios estadounidenses familiarizados con las deliberaciones, han envalentonado a Alemania lo suficiente como para retirar sus objeciones al envío de los tanques Leopard. Ello ha proporcionado un paraguas de la OTAN a la operación, aunque se tardará meses, quizá años, en poner en marcha el tanque de combate estadounidense, de gran complejidad logística.
El servicio y mantenimiento de estos tanques en las enormes extensiones de Ucrania supondrá un gran reto. Pero la voluntad de Washington de asumir esta tarea dice mucho de su compromiso con la guerra y de cómo ve las perspectivas de una victoria más amplia de Ucrania.
Esta última oleada de ayuda occidental dice dos cosas. En primer lugar, a estas naciones no les preocupa traspasar las “líneas rojas” rusas. Se está desmoronando la antigua creencia de que algunos elementos de la ayuda de la OTAN a Ucrania podrían suponer un riesgo de provocar demasiado a una potencia nuclear.
En segundo lugar, estos miembros de la OTAN están menos preocupados por la posibilidad de ser atacados por la propia Rusia en un futuro inminente: están entregando armas que necesitarían urgentemente en caso de que se produjera un conflicto de este tipo. La decisión de Países Bajos de enviar toda su artillería Cesar; la decisión de Noruega de enviar gran parte de sus Leopard; ambas son prueba de ello. Estos miembros de la OTAN creen que el conflicto decisivo con Rusia será en Ucrania, con Ucrania. Y eso podría sugerir que creen que Moscú no ganará.
Los inventarios occidentales pueden reconstruirse o reponerse, pero lleva tiempo, quizá décadas. Y los miembros de la OTAN están prometiendo equipos a tal ritmo que el último anuncio no está en funcionamiento antes de que llegue el siguiente.
Hace apenas un mes, Estados Unidos prometió a Ucrania sistemas de defensa antimisiles Patriot, y todavía no han llegado. Ahora el tanque M1 Abrams puede estar en camino. Puede que los efectos prácticos no se noten a tiempo para una ofensiva de primavera por cualquiera de los dos bandos, Rusia o Ucrania. Pero el mensaje es palpable mucho antes. La ayuda occidental parece interminable, constante y creciente.
Y esto se dejará sentir dentro de los muros del Kremlin. El Ejército de Rusia se esfuerza por elaborar un plan estratégico en torno a su liderazgo en constante cambio, y por convertir en ganancias sustanciales el uso brutal de su personal de combate a como un recurso interminable y prescindible.
Para quienes rodean al presidente de Rusia, Vladimir Putin, el coloso de la ayuda de la OTAN es ineludible y seguramente pesa a la hora de determinar la perdurabilidad de su apoyo. Esto no va a desaparecer.
Sin embargo, hay que ser cautos. Es tan precario que Occidente crea que Rusia ya no tiene líneas rojas como que ceda al chantaje nuclear que tanto ha perseguido a Rusia en su invasión.
Moscú puede parecer relativamente impotente en estos momentos, pero la suerte de esta guerra ha cambiado antes y puede volver a cambiar.
Quizá las semanas de debate público sobre la escalada de la ayuda pretendan mostrar a Moscú que Occidente es cauto y respetuoso con lo que queda del ego del Kremlin.
Pero aquí nos adentramos en un terreno imposible de imaginar hace un año, con la mejor tecnología de ataque de la OTAN pronto en manos ucranianas, y Rusia aparentemente solo capaz de quejarse por frustración.