Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continua en su profesión hasta la fecha. Tiene posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Social, así como estudios posuniversitarios en Relaciones Internacionales, Economía Política e Historia Latinoamericana. Dávila Miguel es columnista de El Nuevo Herald en la cadena McClatchy, y analista político y columnista en CNN en Español. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) – Han pasado cincuenta y dos años desde que la Seguridad del Estado detuviera al poeta cubano Heberto Padilla. Fueron treinta y ocho días de reclusión entre las celdas de Villa Marista y el hospital militar Carlos J. Finlay, donde fue internado dos veces, por desmayos y alucinaciones, para un total de veinticinco días. La detención tuvo repercusión internacional: cartas de protesta de célebres intelectuales, cientos de artículos de prensa, y el posterior distanciamiento de aquellos escritores y artistas de izquierda, hasta ese momento solidarios con la Revolución cubana, que encontraron en la exuberante autocrítica de Padilla el 27 de abril de 1971, la temible sombra de un estalinismo tropical.
Fidel Castro, dirigió personalmente todo el proceso contra L’enfant terrible de la Revolución cubana, como le llamaban ya en Francia. El máximo líder ganó fácilmente aquella partida, pero al mismo tiempo condenaba a los escritores cubanos a ser militantes “revolucionarios” para poder ser publicados, es decir obedientes.
Ya el proceso cubano había dejado de ser verde como las palmas. Ahora, en otra vuelta de tuerca, se alejaba de París y Nueva York acercándose a Moscú. Era natural. El año anterior, La Zafra de los 10 Millones —un intento utópico de sacar a Cuba de la bipolaridad entre potencias— había fracasado. En 1968, Fidel apoyó la invasión soviética de Checoslovaquia, e intervino los últimos 52,000 negocios privados en la isla. Che Guevara había sido ejecutado en Bolivia, marcando el fin de la guerrilla en Latinoamérica y entre el embargo económico de Estados Unidos, y la endémica ineficiencia económica, el barco del socialismo cubano navegaba a buen paso hacía la protección de la URSS. Debíamos pues, tener un acento eslavo en la conquista tropical del socialismo.
A partir del caso Padilla, las cosas no volverían a ser nunca las mismas. Los intelectuales extranjeros, se alejaron de la Cuba revolucionaria renunciando, no sin dolor, al pedazo de cielo que les había proporcionado aquel sueño; los cubanos entraron, todos calladitos, y dándose perfecta cuenta, a la nueva etapa que el escritor Ambrosio Fornet catalogó con un dulce nombre. Por su parte Fidel Castro, en solo 35 días de tarea, se había librado de aquellos abejones culturales que le molestaban ya desde 1968: Delfín Prats, Norberto Fuentes, Antón Arrufat y Heberto Padilla, todos con importantes premios literarios pero que no le sirvieron de nada ante Alejandro conquistando Bactria. Había comenzado el “Quinquenio Gris” al decir de Fornet. Y no solo para los escritores premiados, sino para todos aquellos que pusieran sus dedos sobre un teclado soñando escribir la gran obra de su vida. Tendría que ser un texto revolucionario. Aunque en realidad sería muy conservador: repleto de fe, y confianza en el partido, con un protagonista luminoso que mostrara el inevitable camino del partido al socialismo.
Y después de estos cincuenta y tres años de soledad ya pasados, uno sobre el otro, ignorándose en cada uno de ellos lo que sucedió exactamente aquel 27 de abril, aparece: la película filmada aquella noche, por lo menos fragmentos. Pavel Giroud la obtuvo no se sabe de qué manera y no ha dicho de dónde, ni cómo.
Padilla: y la culpa del “hombre nuevo” se llama el documental de Giroud, que será exhibido en Miami próximamente. Nos presenta con pulcra edición y acertada narración cinematográfica lo que sucedió aquella noche, cuando cayó la noche para los escritores cubanos, y pone en contexto a los intelectuales de izquierda, como Julio Cortázar, Álvaro Vargas Llosa, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir. Que renunciaron al buen sueño de una revolución que fuera comunista, tropical, y cultural al mismo tiempo, evaluada desde sus apartamentos en París.
Yo estaba aquella noche allí. La Seguridad vigilaba la entrada, con los nombres de los convocados y yo no lo era. Pero pude contemplar desde muy cerca el grupo de asistentes, casi todos con caras de estupor, escuchando a Padilla.
Aquella noche, hace 53 años, noté en las palabras del poeta, —que se salía en verdad dramáticamente Fuera del Juego— , un tono conocido, aquellas inflexiones peculiares ¿De quién eran? Ahora, viendo el documental de Giroud, me parece estar de nuevo estar allí, pegado a una reja exterior, disimulado por el seto de plantas, y reviviendo las mismas impresiones: Heberto Padilla, casi desaforado en su autocrítica y acusaciones a César López, Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz Martínez y Norberto Fuentes, hablaba como Fidel Castro en sus discursos. No he podido decidir todavía si era su última, clandestina y a la vez pública burla al máximo líder o si sencillamente quería asegurar con ella – al incorporarlo –un mejor perdón. Y en ese mismo ritmo combatiente, Padilla estuvo seguro de que sus “amigos” estarían de acuerdo con las culpas que les achacaba.
Todos los acusados estuvieron después sentados junto a él, en la mesa del holocausto. Menos uno, que luego regresó. Me acuerdo muy bien de aquella noche, aunque esta parte no aparece suficientemente señalada en el filme de Giroud.
Norberto Fuentes regresó al salón donde se celebraba el espectáculo, pidió de nuevo la palabra y de nuevo sentado al lado de Padilla, negó categóricamente la acusación de contrarrevolucionario, afirmó que sí tenía opiniones sobre la Seguridad del Estado sobre conductas erradas del gobierno, y que las seguía teniendo. Que quiso discutirlas, pero lo echaron a un lado. Se declaró un revolucionario. Armando Quesada, entonces director del semanario Caimán Barbudo lo interrumpió: “No, eso es falso”. A lo que Fuentes respondió: “No, eso no es falso y tengo pruebas. Estoy dispuesto a demostrar que eso no es falso.”
Cualquiera puede reprochar que una persona haya sido revolucionaria, y que lo afirme con orgullo, pero lo que es difícil decir es que esa persona es deshonesta ni cobarde. Fuentes fue el otro protagonista de la noche, sus declaraciones echaron por tierra el guion pactado de Padilla con la Seguridad del Estado. Tal vez fue por eso por lo que Martínez Hinojosa, funcionario del Consejo Nacional de Cultura dijo más tarde : “creo que realmente esta noche hermosa se ha estropeado con la intervención de Norberto Fuentes”
El documental de Pavel Giroud es una obra que muestra por primera vez un controvertido episodio, ya histórico, de Cuba.
Han pasado 53 años de aquella tensa noche. Cuántos episodios faltarán por aclarar para llegar, tal vez, al Justo tiempo humano de la nación cubana. Y, ¿eso, será posible?
Nota: Norberto Fuentes publicó en 2018 su libro “Plaza sitiada”, donde reúne su versión y los documentos referentes a aquella noche. Fuentes, consultado sobre el tema dijo “Todo lo que tenía que decir sobre ese episodio, está en mi libro Plaza Sitiada. Bastante voluminoso por cierto”.