Kyiv, Ucrania (CNN) – Yaryna Arieva y Sviatoslav Fursin no celebrarán este viernes su primer aniversario de boda.
La pareja ucraniana se casó el día en que Rusia lanzó un ataque a gran escala contra su país. Un año después, Ucrania sigue en guerra. Los misiles rusos siguen cayendo del cielo y la gente sigue muriendo.
No hay mucho que celebrar, dicen. “Ha pasado un año y todos los recuerdos empiezan a volver”, dijo Arieva a CNN en su casa de Kyiv con Fursin.
Arieva relató que, durante meses, evitó ponerse un traje que se había comprado pocos días antes de la invasión porque le traía recuerdos de los momentos más oscuros de su vida.
“No son los recuerdos que uno quiere tener en la cabeza todo el tiempo”, dijo.
Arieva, de 22 años, y Fursin, de 25, se apresuraron a casarse en el monasterio de San Miguel de las Cúpulas Doradas el 24 de febrero, meses antes de su boda prevista para mayo. Querían estar juntos, pasara lo que pasara. Desde entonces, el lugar se ha convertido en uno de los preferidos de los dignatarios extranjeros que visitan Kyiv en sus viajes de apoyo. Recientemente, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se fotografió allí con el líder ucraniano, Volodymyr Zelensky, durante su visita sorpresa del lunes.
“Recuerdo la ceremonia de mi boda y esa sensación de no saber nada. Ese futuro impredecible y realmente aterrador”, dijo Arieva.
Ese mismo día recogieron sus armas y se alistaron como voluntarios en la unidad local de la fuerza de defensa territorial, la rama de voluntarios de las Fuerzas Armadas de Ucrania, decididos a defender su ciudad. Arieva es concejala electa de la ciudad de Kyiv, un cargo gubernamental no remunerado a tiempo parcial que le supuso la entrega de un arma.
Fursin fue enviado inmediatamente al frente. Dijo a CNN que vio un autobús lleno de voluntarios y simplemente se subió, sin saber a dónde se dirigía.
Él y otros voluntarios estaban formando la segunda línea de defensa al norte de Kyiv, en Irpin, Hostómel y otras zonas que rápidamente se convirtieron en campos de batalla clave.
“La primera noche no estábamos preparados. No teníamos trincheras, nada”, dijo.
Fursin fue puesto al mando de un grupo de 10 personas, en su mayoría otros hombres muy jóvenes. ¿Sus cualificaciones? Era el único de los 11 que había empuñado antes un arma automática.
“El comandante observó cómo manejaba el arma y me dijo: ‘Llévate a esta gente y hagan refugios y posiciones de emboscada y piensen por dónde van a huir’”, relató Fursin. “Estábamos cavando trincheras. Cavando, cavando, cavando, toda la noche”.
Arieva, mientras tanto, estaba de vuelta en la base de su unidad de defensa territorial en Kyiv, intentando ser útil.
“La primera noche que estuve esperando a mi marido, cuando partió para su primera batalla, creo que fue la noche más aterradora de mi vida, porque, por supuesto, no podía llamarle porque él tenía que apagar el teléfono”, dijo.
“Yo no era religiosa, pero en ese momento recé a todos [los] dioses que conozco para que volviera sano y salvo”.
El siguiente mes y medio es confuso.
Fursin seguía yendo a misiones. La mayor parte del tiempo se dedicó a vigilar puestos de control y a formar una segunda línea de defensa, pero en un par de ocasiones se encontró cara a cara con tropas rusas y recibió formación para disparar misiles antitanque. Se niega a entrar en detalles más allá de decir que utilizó sus armas durante ese tiempo. “Nos dijeron que no habláramos de ello”, afirma.
Arieva, por su parte, trabajaba en una minúscula oficina con otras ocho personas, de 7 de la mañana a 10 de la noche todos los días. Había tres mesas pequeñas en las que apenas cabían las computadoras, por no hablar de la gente. Las barritas Bounty y Snickers, los cigarrillos y los consumibles de tabaco se convirtieron en moneda de cambio durante ese tiempo.
Ambos admiten que la experiencia fue dura.
“En nuestros sueños, cuando nos lo imaginábamos, éramos tan heroicos y fuertes. Y la realidad era que nos lavábamos una vez a la semana porque allí no había duchas y no era muy agradable, [con] la falta de sueño y a veces de comida”, dijo ella.
Aún así, recuerdan la época con orgullo y cariño.
“Todos olvidaban quiénes eran, si eran muy famosos o muy, muy ricos o políticos muy [influyentes], simplemente se ayudaban unos a otros, estaban juntos fumando y sin saber qué estaba pasando”, dijo Arieva.
Arieva dijo que dejó de fumar pocos días antes de que empezara la guerra, pero su determinación no duró.
“Me dije que lo dejaría el día de la victoria, pero puede que tenga que intentarlo antes”, dijo.
Vida civil
Cuando las tropas rusas se retiraron de la región de Kyiv a principios de abril, el tiempo de Arieva y Fursin en la defensa territorial llegó a su fin. Los militares decidieron que era necesario profesionalizar las unidades de voluntarios y solo se permitió permanecer en ellas a los que tenían experiencia militar previa.
Fursin y Arieva tuvieron que abandonar el cuerpo.
“Fue duro volver a ser civiles, porque no queríamos que nos protegieran, queríamos hacer algo”, dijo ella.
Intentaron disfrutar de las pequeñas cosas, como el primer capuchino desde el comienzo de la guerra.
“Fue lo más sabroso. Ese capuchino con espuma, esa belleza, ese sabor, [la guerra] nos ha hecho valorar mucho más las cosas”, dijo.
Para Fursin, la invasión del año pasado fue la segunda de su vida. Creció en Crimea y vivía en la península ucraniana cuando Rusia se la anexó por la fuerza en 2014. Su abuela estaba demasiado enferma para viajar en ese momento, así que se quedaron.
“Recuerdo cómo ha cambiado el lugar después de aquello. Solíamos bromear diciendo que te vas a dormir a un país y te despiertas en otro”, cuenta.
Cuando la familia de Fursin abandonó por fin Crimea, se instaló en Irpin. Apenas tres años después, su hogar fue invadido de nuevo por las tropas rusas.
La pareja describe el shock que supuso volver a Irpin tras su liberación a principios de abril. La ciudad, al norte de Kyiv, se convirtió en la línea de frente durante la batalla por la capital. Fue aquí donde las fuerzas ucranianas consiguieron repeler el ataque.
La casa de la familia seguía en pie, pero resultó gravemente dañada, con las ventanas destrozadas y la mitad del edificio calcinado.
De vuelta al mundo civil, la pareja empezó a trabajar como voluntaria, llevando alimentos y suministros básicos a los asentamientos liberados al norte de Kyiv. La demanda era tan abrumadora que a veces tenían que hacer varios viajes al día.
“Recuerdo Katyuzhanka, porque llevábamos mucho pan, macarrones, salsa para pasta y pilas, y había muchísima gente esperando. Repartimos todo lo que teníamos y tuvimos que volver y traer más pan porque más de la mitad [de la gente] no consiguió nada y no tenían ni una rebanada de pan en ese pueblo”, dijo Arieva.
Aún recuerda a la gente compartiendo historias aterradoras de la vida bajo la ocupación y rompiendo en llanto al oír a extraños hablar en ucraniano.
“Era realmente… difícil escuchar estas historias, es doloroso”, dijo.
Poco a poco, la vida volvió a la normalidad. Era primavera y Kyiv estaba en plena floración. Realmente parecía una renovación, decían.
En mayo celebraron su boda oficial en el ayuntamiento y una pequeña fiesta, sobre todo porque el depósito estaba pagado y no era reembolsable. Arieva por fin pudo presentar a su marido a su bisabuela de 97 años.
Ambos habían perdido su trabajo justo al comienzo de la invasión. Arieva trabajaba para la Committee of Voters de Ucrania, una organización de observadores, y Fursin para una cooperativa de viviendas en Irpin.
Cuando empezaron a quedarse sin dinero, decidieron centrarse en el trabajo y en sus estudios.
Durante el verano, Fursin se graduó por fin en la universidad. Empezó la carrera en Crimea, pero cuando su familia huyó de la península ocupada en 2019, tuvo que empezar de nuevo. Ahora trabaja de forma intermitente en proyectos de desarrollo de software.
Arieva, por su parte, decidió centrarse en aprender a programar. La tecnología es el único sector que sigue creciendo en Ucrania, porque permite trabajar a distancia.
Pero su plan de trabajar y estudiar a distancia se desbarató cuando Rusia lanzó una oleada de ataques contra la infraestructura energética de Ucrania en otoño. Trabajar se volvió imposible rápidamente.
“Teníamos dos horas de electricidad, luego cinco horas sin electricidad, luego tres horas de electricidad, era realmente desmoralizante”, dijo Arieva.
“Lo peor de todo era que las calles no estaban iluminadas. Y no toda la gente usaba sus linternas o tenía chalecos [reflectantes] para ser vistos en la carretera. Y cada semana veía un accidente automovilístico desde mi balcón y algunas personas morían”, añadió.
En otoño, adoptaron un gato y lo llamaron Kus, “mordisco” en ucraniano. Incluso ahora, meses después, los brazos de Fursin están cubiertos de arañazos de gato.
Conforme se acercaba la Navidad, la pareja y sus familias decidieron cambiar la fecha en que celebrarían las fiestas navideñas.
En lugar del 7 de enero, que marca el nacimiento de Jesús según el calendario juliano, aún utilizado por la Iglesia ortodoxa rusa, lo celebraron el 24 de diciembre, que marca el nacimiento de Jesús según el calendario gregoriano.
“Así que tuvimos dos Navidades en 2022”, dijo Arieva.
La Iglesia Ortodoxa de Ucrania anunció en otoño que permitiría a sus iglesias celebrar la Navidad en diciembre.
“Tiene más sentido. Es más simbólico y me gusta mucho. Y también me parece bien que ya no lo celebremos con los rusos”, dijo Arieva.
La familia no preparó los 12 platillos habituales para la cena de Navidad, porque ese día solo hubo electricidad por seis horas. Con la bombona de gas de emergencia cocinaron Kutia, el platillo tradicional navideño ucraniano a base de hojuelas de trigo o arroz, pasas, nueces, miel y semillas de amapola.
A medida que se acerca el primer aniversario de la guerra, y de su boda, Arieva y Fursin reflexionan sobre cómo les ha cambiado el año.
Arieva dice que es una persona completamente diferente. “Me he vuelto menos ingenua y menos infantil. Y quizá eso me ha hecho un poco más fuerte. Porque lo que no nos mata, nos hace más fuertes, por supuesto”, dijo.
“Solo cuando ves esto, entiendes el valor de la vida. Y para mí, esto es el 100%”, dijo Fursin. “Por lo que hemos pasado juntos, entiendo que [somos] completamente diferentes. Y que [sigamos] queriéndonos, eso, para mí, es quizá la mayor señal de que es amor verdadero”, afirmó.
– Yulia Kesaieva, Ingrid Formanek, Dasha Markina-Tarasova y Mark Phillips, contribuyeron con este reportaje.