Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) – La fotogenia revolucionaria, el imaginario de la Revolución cubana, consta de ingredientes enfáticamente masculinos, que la estandarizan como canon. Un hombre subido a un tanque de guerra penetra La Habana de manera triunfante, rodeado de otros hombres vestidos de verde olivo. Ni una sola mujer los acompaña en esas primeras instantáneas.
Sin las mujeres cubanas hubiera sido imposible escalar al Segundo Frente, asaltar cuarteles, o simplemente, rescatarlos tras el desembarco del yate Granma. A pesar de ello, las mujeres aquí no son las protagonistas. No lo fueron nunca en el universo que nos vio crecer.
¿Acaso los héroes, los mártires y los símbolos revolucionarios salieron de la nada? ¿Quiénes fueron las esposas, hermanas, madres, hijas y abuelas de los líderes cubanos que ascendieron al poder el primero de enero de 1959?
¿Por qué durante la etapa socialista no tuvimos una primera dama en Cuba? ¿Dónde están las candidatas propuestas para la presidencia de la República de Cuba? Ante el panorama machista oficial, asaltan muchas interrogantes, ¿acaso no somos confiables?, ¿nos consideran débiles?, ¿qué los hace retroceder ante nosotras? Nuestras madres no pudieron evitar que decidieran sobre nuestra instrucción, educación, adoctrinamiento, que nos apartaran de cualquier religión, vocación, y les arrebataran su capacidad de autodeterminación.
Muchos jóvenes, siendo menores de edad, sin consentimiento de sus madres y padres, fueron enviados, a través del servicio militar obligatorio, a las guerras de Angola y Etiopía, por citar solo dos ejemplos.
Si una madre no estaba de acuerdo con alguna de estas determinaciones, no podía abandonar el país con sus hijos. Se necesitaba autorización de los dos padres o debía esperar por un permiso de salida que solo era otorgado al cumplir la mayoría de edad.
Lo que aquí cuento ilustra, en mi modo personal de ver en la historia, una forma de esclavitud contemporánea.
El asesinato de la joven Leidy Bacallao, de 17 años, a las puertas de la subestación de la Policía de Camalote, localidad del municipio camagüeyano de Nuevitas –a 500 km al este de La Habana–, es uno de los más claros ejemplos de la inmovilidad e insensibilidad de las autoridades cubanas ante los feminicidios. Según periodistas independientes y activistas con acceso a la denuncia, en la medianoche del sábado 4 de febrero, la joven se encontraba en una fiesta, departiendo con amigos. Allí, se apareció su expareja sentimental, lanzándole amenazas que fueron subiendo de tono. El hombre tenía denuncias por agresiones anteriores. Leidy se dirigió a la estación de policía más cercana pidiendo auxilio y el hombre, casi cuatro décadas mayor que ella, la siguió. Machete en mano, Hidalgo entró en la estación de policía, sacó a la víctima y en plena calle cometió el feminicidio ante la vista de las autoridades, quienes pudieron evitar su muerte, pero no intervinieron a tiempo.
A la presidenta de la Red Femenina de Cuba, Elena Larrinaga, activista por los derechos humanos y la libertad en Cuba, quien vive desde hace décadas en Madrid, le hemos preguntado qué diferencia la situación de violencia contra las mujeres en Cuba con el resto del mundo: “El problema existe al igual en el resto de los países del mundo. La enorme diferencia que constato es la protección institucional, personal, familiar y social que ampara a las víctimas en España, frente a la impunidad con que se ejerce la violencia en Cuba en todos los ámbitos. Allí las víctimas carecen de apoyo y protección”.
La violencia de género es un abecé de la vida diaria en Cuba y un reflejo del diseño jerárquico estructurado por esa sociedad como modo de control a sus ciudadanas y ciudadanos, y en el que, lamentablemente, las mujeres, niñas y niños, son sus principales víctimas.
La Comisión Económica para la América Latina y el Caribe (Cepal) reveló que, a diario y como promedio, 12 mujeres son víctimas de feminicidio en la región. Es desconcertante confirmar que dichas estadísticas no incluyen datos sobre Cuba.
¿Quiénes controlan dichas estadísticas? El Gobierno cubano tiene el poder de controlar cada uno de estos informes enviados a las organizaciones internacionales. ¿Cuáles son las organizaciones internas que nos pueden ayudar a esclarecer estos datos? Uno de estos centros de estudios debiera ser el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex). Sin embargo, durante varias entrevistas concedidas a la prensa argentina, su directora, Mariela Castro Espín, insistió en que en Cuba “no tenemos feminicidios […] porque Cuba no es un país violento”.
Paradójicamente, Castro Espín pidió el año pasado que se incluyera el feminicidio en el Código Penal recién impuesto. Mientras, Teresa Amarelle Boué, secretaria general de la organización que agrupa a mujeres cubanas mayores de 14 años, la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), dijo al plenario sentirse satisfecha con que el género sea solo considerado un agravante en la norma forzada.
Las únicas cifras oficiales con las que se cuentan vieron la luz en 2019, dentro del Informe Nacional sobre la Implementación de la Agenda 2030. Fue allí donde el Gobierno cubano reconoció, por primera vez, la existencia de feminicidios. En 2016: de 0,99 femicidios por 100.000 adolescentes y mujeres cubanas de 15 y más años, aunque solo incluía a feminicidas parejas y exparejas.
Mientras, la Encuesta Nacional de Igualdad de Género, aplicada en 2016 en todas las regiones del país, indica que, en los 12 meses previos a la indagación, el 26,7 % de las mujeres cubanas sufrió violencia dentro de sus relaciones de pareja y un 39,6 % a lo largo de toda su vida.
Ante la falta de transparencia de las organizaciones estatales, se han creado importantes articulaciones civiles independientes, que, desde la persecución y la clandestinidad, se movilizan para intentar clarificar la situación sobre la violencia de género en Cuba. Por citar dos ejemplos: la Alianza por la Inclusión (ACI) y la Red Femenina de Cuba (RFC). Esta última se encargó de elaborar la Agenda 2020 Violencia de Género Cuba . La asociación feminista de acompañamiento a mujeres en situaciones de violencia de género YoSíTeCreoenCuba, por su parte, aseguró que 11 mujeres han sido víctimas de feminicidios en lo que va 2023. En 2022, 33 feminicidios, dos de ellos vinculados a la llamada violencia vicaria o violencia por sustitución cometida contra sus hijos; y, desde 2019, tras la apertura de su observatorio de feminicidios: 124 y siete intentos de feminicidios.
Esta colectiva de mujeres cubanas insiste en que el número puede ser mayor, sus cifras se basan solo en los casos que el propio núcleo feminista ha logrado verificar dentro de un contexto hostil, enfrentadas a riesgos propios del acompañamiento a dichas mujeres acosadas y a la constante vigilancia del Estado. La revista feminista Alas Tensas insiste en la necesidad de crear espacios de refugio para mujeres violentadas. La plataforma YoSiTeCreoEnCuba impulsa la instauración de una Ley Integral contra la Violencia de Género en Cuba, intentando con ello lograr que, de una vez y por todas, se atienda la problemática de manera integral.
Lo cierto es que cuesta mucho convencer a un policía de las amenazas de un esposo, un amante, un padre, un amigo, un colega o un desconocido. Esto es lo primero que te dice un agente de la ley en Cuba cuando intentas denunciar un abuso: “Es tu palabra contra la de él”. Al escuchar esta afirmación que frena cualquier investigación, seguimiento de las autoridades, previniendo y evitando feminicidios a lo largo y ancho de la isla, la pregunta es:
¿A quién se refieren las autoridades cuando lo citan a “él”, solo al hombre en cuestión, o al Estado como ente maltratador?