Gráfico de Leah Abucayan/CNN Fotos de Getty Images y Lindz McLeod

(CNN) –  Cuando Lindz McLeod bajó del avión en el aeropuerto John F. Kennedy, sintió de inmediato una oleada de emoción y expectativa.

“Nunca había estado en Estados Unidos”, cuenta Lindz a CNN Travel. “Era realmente interesante desarraigarme e ir a un nuevo continente completamente por mi cuenta, tenía muchas ganas, lo veía como una nueva aventura”.

Era junio de 2019. Lindz, que entonces tenía 33 años, había viajado a Nueva York desde su hogar en Edimburgo, Escocia, para asistir a una conferencia de escritores.

Después de una racha de citas decepcionantes en Escocia, Lindz vio la conferencia estadounidense como el comienzo de un nuevo capítulo, centrado exclusivamente en su carrera y en las oportunidades de escritura que esperaba que se le presentaran. Su vida amorosa pasaba oficialmente a un segundo plano.

“Quizá ahora sea el momento de centrarme en mí y no preocuparme por nada de eso”, recuerda haber pensado.

“Por supuesto, el universo tenía otros planes”.

Todos los demás en la vida de Lindz pensaban que el hecho de que su amiga pasara una semana sola en la Gran Manzana era la premisa perfecta para un romance.

“Vas a conocer a alguien increíble en Nueva York”, insistían.

Lindz hizo caso omiso de sus predicciones.

“Estaba decidida a que eso no fuera cierto. Y estaba muy equivocada”.

Lindz todavía estaba en el aeropuerto cuando su teléfono zumbó con una notificación: tenía una pareja en la aplicación de citas Bumble. Aunque Lindz había renunciado a las citas, no se había molestado en borrar la aplicación y, sin saberlo, cuando el vuelo de Lindz aterrizó y quitó el teléfono de modo avión, la ubicación de su perfil cambió automáticamente de Edimburgo a Nueva York.

Mientras caminaba por el aeropuerto hacia el control de pasaportes, Lindz recorrió distraídamente el perfil de la mujer con quien había hecho “match” en Bumble: una mujer de 30 años llamada Z, que vivía en Nueva York.

“Era muy guapa”, dice Lindz.

Pero aparte de las cinco fotos llamativas, no había mucha información sobre Z: ni lista de gustos, ni descripción de una primera cita ideal, ni película favorita.

“Uno espera que la biografía contenga algo de información, y lo único que decía era: ‘Escríbeme un poema’”.

Como escritora, Lindz estaba intrigada, aunque también consideraba un poco presuntuoso no incluir ningún dato personal en tu perfil de citas.

“Pensé: ‘Bueno, eso es un poco presuntuoso quizá, pero también es interesante. Me lo guardaré para más adelante”.

El resto del día fue un torbellino de emociones, ya que Lindz conoció a un montón de escritores cordiales y afines en la conferencia.

Esa noche, tras varias copas, Lindz volvió a revisar su Bumble.

“Me pasé un poco de copas con algunos de mis nuevos colegas y pensé: ‘Sí, te escribiré un poema. Será genial. Será el mejor poema que hayas recibido en Bumble’”.

Sin pensar demasiado en el contenido, Lindz tecleó varios versos (“Era un esquema de rima ABAB tolerable, no necesariamente mi mejor trabajo”). Luego le dio a enviar.

Una primera cita perfecta

Z, a la izquierda, y Lindz, a la derecha, dicen que se conocieron y tuvieron una "conexión instantánea". Crédito: Lindz McLeod

Z.K. Abraham estaba sentada en su departamento del Upper East Side cuando la respuesta de Lindz apareció en su teléfono.

Z, una psiquiatra que había pasado la mayor parte de sus 20 años en la facultad de Medicina, había recibido unos cuantos poemas, de calidad variable, desde que un amigo creó su perfil de Bumble e incluyó esa sugerencia.

El poema de Lindz destacó enseguida.

“Leí el poema de Lindz y sentí una chispa brillante”, cuenta hoy Z a CNN Travel. “Fue muy emocionante”.

Z mostró emocionada el poema y el perfil de Lindz a su compañera de casa. Entonces escribió una respuesta y Lindz le contestó. Las dos empezaron a enviarse mensajes a través de la aplicación.

Z se interesó por Lindz, que le pareció “realmente encantadora y divertida”.

Tras unos cuantos mensajes, Z se dio cuenta de que Lindz no vivía en Nueva York, ni siquiera en Estados Unidos.

“Fue toda una sorpresa con la que me quedé, porque había estado en Escocia y había pasado tiempo allí, y me pareció muy genial”, dice Z.

Pasaron los días siguientes mensajeándose.

“Lindz era escritora y congeniamos a muchos niveles. Era tan linda y guapa. Definitivamente quería conocerla, solo para ver”.

Las dos acordaron encontrarse en un bar de Chelsea, cerca de donde Lindz se alojaba. Lindz estaba emocionada, a su pesar. Sí, se iba de Nueva York al día siguiente. Sí, había renunciado a las citas, pero pensó que valía la pena conocer a Z de todos modos. ¿Y por qué no?

Lindz llegó pronto al bar y se pidió una copa. Mientras esperaba, empezó a leer una entrada de blog recomendada por uno de sus nuevos amigos de la conferencia sobre una mala cita. Lindz pensó que sería entretenido y que podría tranquilizarla si al final no congeniaba con Z.

La entrada del blog hizo que Lindz se riera a carcajadas, tanto que cuando Z entró y se acercó a la mesa, Lindz se estaba secando las lágrimas de felicidad.

A Z le pareció encantador. Sonrió, se sentó y las dos se presentaron.

“Tengo que decir que las fotos no le hacen justicia a Z”, dice Lindz. “Así que esperaba a alguien bastante guapa. Y entonces entró ella, y era preciosa a nivel modelo. Y yo no estaba preparada para eso”.

Ambas entablaron rápidamente una conversación sobre escritura: aunque Z era psiquiatra, dedicaba su tiempo libre a la no-ficción.

“Nuestra primera cita fue la mejor primera cita que había tenido o de la que había oído hablar. Fue una conexión instantánea”, recuerda Lindz. “Estuvimos charlando como si nos conociéramos de toda la vida”.

En un momento dado, Lindz se quitó la chaqueta y dejó al descubierto un tatuaje en el antebrazo.

“Son mis versos favoritos de un poema de Robert Frost, pero están escritos con la letra de Jane Austen”, explicó a Z.

“Yo tengo a Whitman en la espalda”, dijo Z, refiriéndose al poeta estadounidense Walt Whitman.

Para Lindz, saber que tanto ella como Z tenían tatuajes literarios no hizo sino reforzar la sensación de que se trataba de un encuentro de mentes.

Pensé: “Dios mío, ¿estoy enamorada?”, recuerda Lindz hoy, riendo.

Sus conversaciones sobre escritura eran amenas, emocionantes y estimulantes, y se intercambiaban ideas. En un momento dado, Lindz fue al baño, dejando su teléfono con Z, para que su cita pudiera leer algo de su trabajo.

Solo después Lindz se dio cuenta de que había sido una apuesta arriesgada.

“Pero confié en ti instintivamente”, le dice a Z hoy. “Normalmente, nunca habría dejado mi teléfono a un desconocido”.

En cuanto a Z, dice que estaría “cien millones de perfecto acuerdo” en que fue “la mejor primera cita de la historia”.

Las dos, dice, estaban “en el momento”. Estaban disfrutando de la compañía de la otra, emocionadas por haber establecido esa conexión, sin pensar en lo que podría significar a largo plazo.

“Lo compartimentamos, porque creo que eso nos habría impedido intentar conectar en esas primeras horas en las que nos conocimos”, dice Z.

Sin embargo, más tarde, cuando estaban en el departamento de Z, ésta dijo en voz alta que era una pena que Lindz se fuera al día siguiente.

“Bueno, me voy”, dijo Lindz. “Pero no en la dirección que tú crees”.

Una de las mejores amigas de Lindz vivía en Colorado y Lindz iba a visitarla antes de volver al Reino Unido.

“En realidad voy a Denver, en lugar de volver a casa. Voy a estar allí dos semanas”, explicó Lindz a Z.

Luego hizo una pausa y respiró hondo.

“¿Por qué no vienes?”, preguntó.

Por aquel entonces, Lindz no tenía ni idea de lo lejos que estaba Denver de Nueva York (“para ser justos, no soy muy geográfica”, dice). Era la primera vez que venía a Estados Unidos y aún no se había acostumbrado a lo grande que era el país en comparación con el Reino Unido.

Y pensó: ‘me gusta Z. ¿Por qué acortar cuando no hace falta?’

A la mañana siguiente, Lindz y Z no volvieron a hablar de Denver.

“Pensé: ‘Dios mío, ya no quiere más conmigo. Vale, de acuerdo. No voy a volver a verla”, dice Lindz.

Pero se dieron un beso de despedida cuando Lindz se dirigía al aeropuerto. Lindz no podía enviar mensajes con su teléfono británico mientras estaba en Estados Unidos, así que intercambiaron correos electrónicos.

Una segunda cita inesperada

Un par de días después, Lindz recibió un correo electrónico de Z.

“¿Hablabas en serio cuando me invitaste a Denver?”. escribió Z.

“Por supuesto”, respondió Lindz. “No digo las cosas si no es en serio”.

Para entonces, Lindz había pasado dos días en Denver contándole a su amiga anécdotas de su maravillosa cita neoyorquina. También le había explicado que había invitado a Z a Colorado.

La amiga de Lindz, que era bastante relajada, aceptó que Z viniera y se quedara si quería, pero le advirtió a Lindz que era poco probable que sucediera.

“Me dijo: ‘Nadie va a volar de Nueva York a Denver por una sola cita’”, recuerda Lindz.

“Le demostré que estaba equivocada”.

Z llegó a Colorado ese fin de semana, y Lindz y ella retomaron la conversación donde la habían dejado en Nueva York.

“Condujimos por las montañas todo el fin de semana, pasamos el rato y nos divertimos: horneamos y vimos películas y cosas así”, recuerda Lindz. “Nunca estábamos a más de medio metro la una de la otra en todo momento, íbamos tomadas de la mano. Era como si ya fuéramos novias”.

Z dice que sabía que cruzar el país en avión para una segunda cita era una apuesta arriesgada. Antes de salir de Nueva York, les contó sus planes a su hermano y a su compañera de casa, y ambos dijeron que estaba loca.

Pero Z pensó que, en el peor de los casos, podría reservar otro vuelo desde Colorado. ¿No era mejor lanzarse de cabeza que arrepentirse de no haberlo intentado?

“Estaba en una fase en la que quería arriesgarme más”, recuerda Z. “Me parecía lo correcto, así que tan solo lo hice. Me sentía bien, así que me dejé llevar por mi instinto”.

En un momento de la visita de Z, la amiga de Lindz la apartó.

“Vale, lo admito”, le dijo. “Z es perfecta para ti. Son perfectas la una para la otra, pero viven en continentes distintos”.

La amiga de Lindz quería prepararla para la probable realidad de que, una vez que estuviera de vuelta en Escocia, ella y Z tomarían caminos separados.

Pero Lindz no quería oírlo. No solo eso, no lo quería creer. Sentía que era el principio de algo, no el final.

Aun así, Lindz y Z no abordaron la realidad de su situación ese fin de semana, y las dos se despidieron sin abordar realmente hacia dónde podrían ir las cosas.

“No queríamos romper el hechizo de lo que estaba pasando”, dice Lindz.

No fue hasta que Lindz estaba esperando en el aeropuerto para volver a Escocia, en la cola de seguridad, cuando su teléfono zumbó con un correo electrónico de Z.

“Me la pasé muy bien”, decía el mensaje. “No quiero que esto termine. ¿Qué te parece si vemos adónde lleva esto?”.

Romance a distancia

De vuelta en Edimburgo y Nueva York, Lindz y Z se mantuvieron en contacto.

Un par de semanas después de volver a Escocia, Lindz cumplió 34 años. Z insistió en quedarse despierta con Lindz por videollamada mientras el reloj marcaba la medianoche. Quería ser la primera en desearle a Lindz un feliz cumpleaños.

“Me pareció muy bonito”, dice Lindz.

Pasaron las semanas y las videollamadas entre Lindz y Z eran cada vez más frecuentes.

“Cuanto más hablábamos, más interesante me parecías. Sentía que no eras solo alguien con quien quería salir, sino que te estabas convirtiendo rápidamente en mi mejor amiga”, cuenta Lindz a Z hoy.

Por aquel entonces, Lindz estaba ocupada terminando un máster en escritura creativa, mientras Z estudiaba para sus exámenes finales de psiquiatría.

“A veces hacíamos una videollamada y nos sentábamos en silencio a estudiar durante seis horas, sin hablar, solo para estar ahí”, cuenta Lindz.

Tanto Z como Lindz contaron a sus seres queridos sobre su incipiente romance transatlántico.

“Mis amigos y demás me animaron mucho”, dice Z. “Sin duda, yo hablaba mucho”.

“Mi madre siempre me había dicho que debía buscarme una médico atractiva. Y luego lo hice, y me molestó mucho haberla hecho feliz de esa manera”, dice Lindz, riendo. “En realidad, me pasé toda la vida intentando no cumplir las expectativas paternas y siendo una rebelde. Y luego hice exactamente lo que ella quería”.

Una consecuencia de la larga distancia fue que la conexión intelectual de Z y Lindz, evidente desde la primera cita, se convirtió en la piedra angular de su relación.

“Cuando no estás en persona, no puedes limitarte a enrollarte constantemente o algo así. Tienes que conocer a la persona”, dice Lindz. “Y allí había un hambre real de conocernos de una forma realmente profunda”.

Las dos siguieron compartiendo sus escritos.

“Creo que con el tiempo me enamoré de ti como persona, pero en parte también me enamoré de ti como escritora”, dice Lindz a Z hoy. “Para mí, eso lo profundiza, porque llegué a conocerte también a través de tus escritos”.

Unos dos meses después de despedirse en Colorado, Z y Lindz se reencontraron. Z viajó a Edimburgo para visitar a Lindz. Z dice que fue un viaje relámpago, pero se sintió “totalmente natural y romántico estar juntas de nuevo”. Un par de meses después, Lindz regresó a Nueva York.

“Siempre teníamos la vista puesta en la próxima visita, lo cual creo que es importante si no estás en el mismo país, tienes que saber si vas a ver a otro”, dice Z.

Esta larga distancia se hizo más dura con el inicio de la pandemia. En 2020, la pareja pasó siete meses separada cuando se cerraron las fronteras.

“Pasábamos la noche en videollamada, para que ella me viera dormir y yo me despertara con ella”, cuenta Lindz.

Durante este periodo, las dos intentaron practicar lo que habían hecho en la primera cita: permanecer en el momento, disfrutar del ahora por lo que es. Pero también empezaron a hablar del futuro. ¿Intentarían vivir en el mismo país? ¿Se casarían?

Y a medida que la pandemia avanzaba, Z empezó a replantearse su carrera.

“Estaba en una fase en la que quería dejar la psiquiatría y dedicarme aún más a la escritura”, dice.

Inspirada por Lindz, Z decidió cursar un máster en escritura creativa. Presentó su solicitud y fue aceptada en un programa de la Universidad de Edimburgo.

Z se trasladó a Escocia y se fue a vivir con Lindz. Fue emocionante, pero casi un poco abrumador: hacía casi un año que no vivían en el mismo continente. Ahora compartían casa.

Pero Lindz y Z pronto se acostumbraron a la rutina, disfrutando de las cosas nuevas que aprendían la una de la otra y de explorar juntas Edimburgo, con su vasto patrimonio literario.

Construir un hogar juntas también supuso fusionar tradiciones escocesas, estadounidenses y eritreas: la familia de Z es de Eritrea, en África oriental.

“Eso influyó enormemente en mi bagaje cultural”, dice Z, que afirma que la influencia eritrea es evidente en su cocina.

Los dos también se rieron mucho de cómo el carácter naturalmente soleado y más estadounidense de Z es más inusual en Escocia.

Ha dejado perplejos a muchos cajeros escoceses al salpicar la interacción con sonrisas y preguntas amistosas.

“Siempre se muestran confundidos y un poco desesperados”, dice Lindz riendo.

Una propuesta y una contrapropuesta

Lindz y Z disfrutaron de dos propuestas de matrimonio. Crédito: Lindz McLeod

En cuanto al matrimonio, Z y Lindz estaban de acuerdo. Veían un futuro juntos, y ambos estaban de acuerdo en que “una propuesta no debería ser una sorpresa”, pero “sí cómo se propone”, como dice Lindz.

En enero de 2022, Z acababa de volver de visitar a su familia en Estados Unidos. Mientras estaba allí, descubrió en el garaje un querído globo de nieve de su infancia, que se había estropeado. Estaba molesta, ya que el globo de nieve había significado mucho para ella durante su infancia.

De vuelta a Escocia, Lindz escuchó a su compañera compartir su decepción por teléfono. Entre consuelos, Lindz le hacía preguntas.

“¿Cómo era exactamente ese globo de nieve? ¿Podrías describirlo un poco más?”.

Luego Lindz se pasó horas buscando en eBay, con la esperanza de encontrar un reemplazo perfecto.
No encontró el mismo globo, pero decidió comprarle a Z uno nuevo.

“No es perfecto, pero se parece bastante”, concluyó Lindz.

Z y Lindz tienen un gato y, para evitar que abriera los regalos de Navidad de verdad, habían colocado varias cajas envueltas como señuelo bajo el árbol. Lindz escondió el globo de nieve en una de ellas. Cuando Z regresó de Estados Unidos, Lindz sugirió que era hora de quitar el árbol y las cajas.

Cuando empezaron a hacerlo, Z tomó sin darse cuenta la caja que contenía el globo de nieve y señaló que pesaba mucho.

“Ábrela”, dijo Lindz. Z estaba confundida, pero accedió. Entonces, al quitar el envoltorio, vio el nuevo globo de nieve.

“Le dije: ‘Mira, no puedo arreglar el que estaba roto. Pero este puede ser tuyo. Puede vivir en nuestra casa y podemos prometer que lo cuidaremos mucho. Y podemos hacer nuevos recuerdos con este. Y no reemplazará lo que tenías. Pero quizá te sirva de consuelo”, recuerda Lindz.

“A ella se le saltaron las lágrimas, a mí también, me arrodillé y le propuse matrimonio”.

Z, como ella dice, “contrapropuso matrimonio” unos meses después, planeando un fin de semana sorpresa en los Scottish Borders. Z invitó a Lindz a pasar una noche en un hotel rural y luego la llevó a la casa del famoso escritor escocés Walter Scott.

“Su casa era increíble, majestuosa”, dice Z.

Cuando Z y Lindz entraron en la habitación que en su día fue el estudio de Walter Scott, rodeada de estanterías de piso a techo, Z esperó a que se marcharan los demás visitantes. Entonces se arrodilló y le pidió a Lindz que se casara con ella.

Una película de la vida real

Aquí están Z y Lindz en su casa de Edimburgo, Escocia. Crédito: Lindz McLeod

Lindz y Z siguen viviendo felices en Edimburgo. Hay planes de boda, pero no será pronto. Por ahora, la pareja concentra sus esfuerzos en renovar su casa y seguir adelante con su carrera de escritores. Ambas son escritoras publicadas, y Lindz estudia ahora un doctorado en escritura creativa, además de trabajar como editora freelance.
Son los primeros en leer el trabajo del otro y en animarse mutuamente a arriesgarse y seguir adelante.

“No se trata solo de tener pareja. Nos alentamos mutuamente en nuestro trabajo creativo”, dice Z.

Aunque por ahora la boda está en un segundo plano, la pareja ha pensado en sus futuras nupcias.

“Creo que nos gustaría una boda más pequeña”, dice Lindz. “Pero me encantaría llevar un vestido bonito”.
“A mí también”, coincide Z.

“Así que a ponerse un vestido bonito, bailar un poco y rodearse de gente a la que queremos y apreciamos”, dice Lindz.

Lindz y Z no solo tienen en común la escritura y la lectura, también son grandes cinéfilas y van al cine varias veces por semana.

“Z es la única persona que he conocido que ha visto más películas que yo”, dice Lindz.

Una de las primeras películas que recuerdan haber visto juntas fue “Magic Mike XXL”, “la mejor de las Magic Mike, la más feminista de las Magic Mike”, como dice Lindz.

“Una película hermosa”, coincide Z.

Vean lo que vean, los dos siempre conversan en profundidad después.

“Creo que somos personas a las que nos gusta deconstruir algo de verdad, queremos meternos ahí y hacer el Tetris”, dice Lindz. “Eso me gusta, es divertido”.

Hablando de películas, el año pasado Lindz tuiteó sobre su encuentro con Z. El hilo se hizo inesperadamente viral y Lindz recibió una montaña de mensajes diciendo que su historia debería ser una película.

“Quizá lo sea algún día. Hay un montón de pequeñas cosas ridículas que la hicieron parecer muy cinematográfica en su momento”, dice Lindz.

Z está de acuerdo. Cuando Lindz le propuso venir a Denver después de aquella primera cita, recuerda que pensó:
“¿Qué harían los personajes de una película? Se irían con ella”.

Hubo momentos, dice Z, en que toda la experiencia casi parecía “trascendente”. Podía imaginarse la banda sonora reproduciéndose a lo largo de su vida.

“Tenía esa especie de brillo mágico”, coincide Lindz. “Parecía irreal, surrealista. Porque era simplemente maravilloso. No esperas que ocurra algo así. No esperas que dure, esperas un poco de limerencia, no que se convierta en amor”.

“No sé, si lo viera como una película, me parecería un poco difícil de creer”.