(CNN) – Safa Babikir dormía en casa de su tía en Jartum cuando la despertaron unos disparos. Al principio, pensó que era el sonido de niños jugando con fuegos artificiales. Luego, dice, “empezaron los gritos”.
Desesperada por escapar de los feroces combates en la capital de Sudán, Babikir pronto tomó la decisión de huir del país en un traicionero viaje en autobús hasta el vecino Egipto.
Esta educadora de 28 años había viajado desde Estados Unidos a Sudán para celebrar el mes sagrado islámico del Ramadán con su familia cuando, a mediados de abril, estallaron intensos combates entre las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido y las Fuerzas Armadas de Sudán (RSF y SAF, respectivamente, por sus siglas en inglés).
Más de 400 personas han muerto y miles más han resultado heridas hasta la fecha en los combates entre fuerzas leales a dos generales: Mohamed Hamdan Dagalo, líder de las RSF, y Abdel Fattah al-Burhan, jefe de las SAF. Ambos son antiguos aliados, pero las tensiones entre ellos surgieron durante las negociaciones para integrar las RSF en el ejército del país como parte de los planes para restaurar el gobierno civil.
Mientras gobiernos extranjeros evacuan a sus diplomáticos, civiles como Babikir afirman que se quedaron atrás, soportando un rápido deterioro de las condiciones y bombardeos aéreos.
Aunque ambas partes declararon este lunes una tregua de 72 horas con motivo de la festividad musulmana del Eid, el secretario general de la ONU, António Guterres, advirtió que la falta de rutas de evacuación disponibles podría provocar “un conflicto catastrófico dentro de Sudán que podría envolver a toda la región y más allá”.
Con escasas rutas para salir de Sudán, CNN habló con locales que han emprendido el penoso y peligroso viaje en autobús hacia el norte en busca de seguridad y refugio, pero a riesgo quizá de no volver a ver jamás su país ni a sus familiares.
Quedarse no era una opción
“Fue una decisión muy difícil”, declaró Babikir a CNN. “El factor más importante era que si nos quedábamos era una sentencia de muerte”.
Babikir afirma que vio camionetas con hombres armados en el aeropuerto internacional de Jartum, cerrado tras el estallido del conflicto el 15 de abril.
El cierre de uno de los principales centros de transporte de Sudán dejó a muchas personas atrapadas o luchando por encontrar rutas alternativas para salir del país.
Al principio, Babikir dice que quería reunir a sus seres queridos, que viven todos en el mismo vecindario, pero nadie podía salir de casa por miedo a ser alcanzado por una bala perdida.
Su familia, compuesta por casi 30 personas, pudo reunirse en una casa, incluidos ancianos, bebés y personas con problemas de salud. Los suministros de agua y electricidad se cortaron cuando una tubería fue alcanzada por los disparos.
“En cuanto notamos que la casa temblaba y que las ventanas de los pisos superiores empezaban a romperse, supimos que no podíamos quedarnos”, explica, y añade que una vecina murió cuando su casa quedó en ruinas.
“Aunque tomar la carretera, y el riesgo que corrimos, no fue nada fácil… quedarse era igual de inseguro… Nuestra casa habría quedado completamente destruida”.
De Jartum a Asuán
Muchos sudaneses están realizando el arduo viaje en autobús hasta Asuán, una importante ciudad del sur de Egipto con conexiones de transporte accesibles con el resto del país.
Muhammad al-Idrisi, un miembro de una tribu egipcia de Asuán que ha estado ayudando a las personas que huyen de Sudán a cruzar a Egipto, dijo que la gente está soportando un viaje de 21 horas desde la estación de autobuses de Kandahar en Jartum hasta la frontera, pasando por el cruce de Arqin hacia la estación de autobuses de Karkar en Asuán.
Según explicó a CNN, los vínculos tribales entre la población del norte de Sudán y el sur de Egipto hacen que decenas de miles de sudaneses ya trabajen y vivan en la ciudad, lo que la convierte en un destino favorable para quienes escapan de los combates.
En Sudán, los conductores de autobús evitan las zonas bajo control de la RSF, según al-Idrisi, ya que intentan evitar las escaramuzas entre las fuerzas armadas y el grupo paramilitar.
Babikir dice que vio grandes cantidades de armas, vehículos aún en llamas, edificios quemados y cadáveres mientras viajaba por el norte de Sudán.
“Creo que lo más aterrador del viaje fue pensar en quién nos enterraría si nos mataban”, afirma. “El pensamiento más sombrío que tuve fue: ¿me van a matar delante de mi familia? ¿O van a morir ellos delante de mí? Y si es así, ¿quién va a enterrar el cuerpo?”, dijo.
“No puedo expresar lo terrible que es ver que se está dejando atrás al pueblo sudanés… este conflicto no tiene nada que ver con los civiles”, continuó Babikir. “Estamos atrapados en medio de dos grupos de personas muy armadas. Imagínate… tus fuerzas especiales y tu ejército entrando en guerra unos contra otros en el mismo país que se supone que deben defender”.
Y la gente sigue viajando hacia el norte para escapar de los combates. El número de llegadas desde Sudán “aumentó en un porcentaje notable” este lunes, dijo al-Idrisi, añadiendo que las compañías de transporte se han aprovechado de la situación y han subido los precios de los pasajes a Egipto, que oscilan entre 160.000 y 200.000 libras sudanesas (entre US$ 280 y US$ 350).
Espera que el número de sudaneses que lleguen a Egipto alcance entre 50.000 y 70.000 dentro de una semana.
Solo las mujeres, los niños y los hombres mayores de 50 años tienen permiso para cruzar a territorio egipcio, añadió al-Idrisi. Los hombres de entre 18 y 49 años deben obtener un visado de entrada para pisar Egipto desde Sudán, según los requisitos oficiales de visado.
“Salir de Sudán sigue siendo difícil, sobre todo en las zonas controladas por la RSF, pero hay zonas tranquilas, por lo que es algo seguro”, dijo al-Idrisi.
“Estoy traumatizado”
Ahmad Hasan, consultor de negocios internacionales de 32 años, dice que decidió arriesgarse a seguir la peligrosa ruta porque vivía en una zona de Jartum donde “los combates eran especialmente duros”.
Hasan recuerda que estaba trabajando cuando oyó los primeros disparos, entonces decidió quedarse en la oficina con algunos de sus colegas, viviendo a base de atún y queso de los supermercados locales. Podía oír ametralladoras y aviones volando bajo cerca de su edificio. Cuando el grupo se quedó sin comida, él y sus compañeros decidieron tomar caminos separados.
Llevó a algunos de ellos a sus casas, luego alquiló una minivan hasta una estación de autobuses y emprendió un viaje de tres días hasta Asuán. Aunque se sintió aliviado al llegar a Egipto, le preocupa la seguridad de los que están atrapados en Sudán.
“Me siento atado de pies y manos por no poder ayudar realmente a la gente que conozco, allá en Sudán, y no sé qué les va a pasar realmente”, dice.
“Tengo los ojos llenos de lágrimas… Estoy traumatizado… Sinceramente, no puedo ver ninguna luz ni esperanza… Hay que obligar al ejército y a la RSF a detener la guerra inmediatamente. La gente está dañada, incluso la gente sana, no podrá sobrevivir en los próximos días”.
“Así que es un desastre en todos los sentidos en los que se pueda pensar… Nadie va a ganar nada con la guerra”.
Imad, un sudanés de 36 años que vive en Estados Unidos, dijo que sus padres viajan a Asuán desde Jartum. La última vez que supo de ellos fue el lunes, después de que llegaran a la ciudad de Dongula, en el norte de Sudán. Habían tardado 14 horas en llegar desde Omdurman, a las afueras de la capital, un viaje que debería haber durado menos de la mitad.
“Al final pudieron escapar de Jartum, que parece ser la misión final de mucha gente”, dijo Imad. “Nos pusimos en contacto con el consulado en Egipto y nos dijeron que el control fronterizo debía cooperar con ellos”.
“Nunca había experimentado tanta intensidad como en las últimas 24 horas”, añadió Imad. “La red internacional de personas que proporcionan información vital, coordinan esfuerzos y se ayudan mutuamente en el rescate de sus seres queridos no se parece a ninguna otra red de la que yo haya formado parte”. Personas de todo el mundo están colaborando para encontrar rutas seguras, organizar el transporte, crear viajes compartidos y conectarse con los planes de evacuación de las embajadas, dijo.
Babikir y su familia lograron llegar a la capital egipcia, El Cairo, tras alojarse en casa de un desconocido con docenas de sudaneses que huían del conflicto.
Sin embargo, el dolor de haber dejado atrás a su tío, que no habría obtenido visado, sigue estando a flor de piel.
“Me alivia saber que los que viajaron conmigo están vivos y que yo estoy viva, pero me rompe el corazón saber que quizá no volvamos a ver nuestro país y que quizá no volvamos a ver a nuestros familiares”.