(CNN) – Scott Lieberman, un estadounidense que vive en San Francisco, siempre supo que era adoptado de Chile. Lo que no sabía era que había sido robado cuando era un bebé.
“Viví 42 años de mi vida sin saber que había sido robado, sin saber lo que ocurría en Chile en los años 70 y 80, y quiero que la gente lo sepa (…). Hay familias ahí fuera que aún pueden reunirse”, dijo Lieberman.
Durante la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1990), muchos bebés fueron entregados a agencias de adopción. Algunos de los niños procedían de familias ricas, y se los llevaban o entregaban para proteger su reputación. Otros bebés de familias más pobres eran directamente robados, como parece que fue el caso de Lieberman.
En la última década, CNN ha documentado múltiples casos de bebés chilenos que fueron robados al nacer. Las autoridades del país afirman que sacerdotes, monjas, médicos, enfermeras y otras personas conspiraron para llevar a cabo adopciones ilegales, cuyo principal motivo era el lucro.
Las autoridades chilenas afirman que el número de bebés robados podría ascender a miles, pero la investigación del país sobre las controvertidas adopciones ha languidecido a lo largo de los años. Algunos de los que participaron en las adopciones ilegales han muerto. Muchas de las clínicas u hospitales donde supuestamente se robaron los bebés ya no existen.
Cuando Lieberman se enteró del escándalo hace unos meses, empezó a preguntarse si a él le había ocurrido lo mismo, y empezó a reconstruir la historia de dos familias engañadas, en Chile y en Estados Unidos.
Niños robados
La historia de Lieberman comienza a finales de 1979 en la ciudad de Cañete, situada en la región del Biobío, en el centro sur de Chile. Su madre, Rosa Ester Mardones, que entonces tenía 23 años, acababa de enterarse de que estaba embarazada. Como era soltera y se encontraba en una situación económica difícil, buscó ayuda, según su hija Jenny Escalona Mardones, dos años mayor que Lieberman.
Escalona contó a CNN que unas monjas católicas fueron a visitar a su madre y le ofrecieron un trabajo en Santiago, la capital, donde “haría labores domésticas en la casa de un médico”.
Una vez en Santiago, también recibió ayuda de una asistente social que, según Escalona, parecía especialmente interesada en el caso de Mardones. A lo largo del embarazo, cuenta Escalona, la asistente social hizo firmar a la madre múltiples documentos que la joven campesina no entendía del todo.
El bebé nació el 21 de agosto de 1980 en la Clínica Providencia de Santiago. Estaba sano, pero Rosa Ester Mardones apenas pudo verlo tras el parto. La asistente social asumió la custodia y se llevó al bebé, incluso antes de que su madre hubiera abandonado el hospital, cuenta Escalona.
Cuando Mardones buscó a la trabajadora social para preguntar por el bebé, fue amenazada.
“No vengas más a buscar al bebé porque, si lo haces, llamaré a la policía y te detendrán”, dijo Escalona a su madre.
“Tu hijo está ahora en Holanda o Suecia. Está en otro país. Eres una mujer pobre y soltera, y no eres capaz de criar a otro niño. De todas formas, renunciaste a la patria potestad”.
Durante la dictadura, hacer demasiadas preguntas era arriesgado. Para una mujer como Mardones, pedir ayuda a la policía hubiera sido impensable.
El bebé estaba efectivamente en otro país, pero no en Europa. Una pareja estadounidense lo había adoptado y había hecho todos los trámites para llevárselo legalmente a Estados Unidos, donde el bebé, que ahora se llama Scott Lieberman, crecería.
“Me siento más completo”
En una entrevista concedida a CNN, Lieberman, que ahora tiene 42 años, dijo que sus padres adoptivos nunca sospecharon que estaban adoptando a un bebé que había sido robado a su madre biológica.
No fue hasta finales del año pasado, cuando Lieberman, que trabaja como editor de video, leyó un reportaje sobre adopciones ilegales en Chile, que empezó a preguntarse si ese había sido también su caso.
Con la ayuda de “Nos Buscamos”, una organización chilena sin ánimo de lucro que busca reunir a niños que fueron separados de sus padres biológicos, descubrió que tenía una media hermana. Con la ayuda de MyHeritage, una empresa de genealogía en línea, Lieberman y Escalona se sometieron a pruebas de ADN que confirmaron su parentesco.
Lieberman mostró a CNN su partida de nacimiento chilena y su acta de nacimiento, así como sus documentos de adopción estadounidenses.
El 11 de abril, Lieberman voló a Chile para reunirse con su familia biológica. Su madre había muerto de cáncer de huesos en 2015, a la edad de 58 años. Nunca supo que su hijo había sido adoptado por una familia estadounidense y que volvería a su Chile natal menos de una década después.
En cambio, conoció a su media hermana en el aeropuerto de Concepción. Ella no habla inglés y el español de él es básico, pero no hicieron falta palabras. A pesar de ser desconocidos unas semanas antes, ahora se abrazaban como si se conocieran de toda la vida. Nadie, ni siquiera los que les rodeaban, tenía los ojos secos.
Al preguntarle cómo se sentía al volver a su país natal, Lieberman respondió: “Muy bien. Casi toda mi familia está aquí. Es increíble. Tanto amor”. También habían acudido miembros de su familia ampliada y más tarde se reunió también con su padre biológico.
Su hermana, Escalona, dijo sentirse “muy feliz”, pero sin palabras.
Lieberman cree que fue afortunado, sobre todo cuando piensa en esas madres e hijos que no se han encontrado.
“Ella sabía que yo existía. Hay otras madres a las que les dijeron que sus hijos habían nacido muertos. No saben que sus hijos podrían seguir vivos en otro país”, afirma Lieberman.
Lieberman pasó 12 días en Chile, donde visitó la tumba de su madre biológica junto con su hermana.
“Antes no sentía que mi vida no estuviera completa. Recibí mucho amor de mi familia mientras crecía. Tengo mucho amor de mis amigos. Pero ahora, es raro, pero me siento más completo. Me siento amado de una forma que nunca antes había sentido”, declaró Lieberman a CNN tras regresar a San Francisco desde Chile.
Escalona cree ahora que las monjas que fueron a visitar a su madre cuando se quedó embarazada, así como el médico en cuya casa trabajaba, conspiraron con la trabajadora social para robarle a su madre a su medio hermano.
Cuenta además que su madre nunca le contó nada sobre su hermano. Cree que una combinación de vergüenza, dolor y tristeza impidió que lo hiciera..
“Nunca, jamás, mi madre habló del hecho de que había tenido un hijo y que se lo habían robado. Fue una verdad dolorosa que se guardó durante muchos años. Incluso creo que el dolor se la llevó”, afirma Escalona.
Lo que Escalona sabe es por un pariente cercano que ayudó a su madre. Ese familiar estuvo con su madre durante el embarazo y conocía detalles sobre el nacimiento del bebé y cómo se lo arrebataron a su madre, dijo Escalona.
La verdad ha ayudado a Escalona a comprender cosas sobre su madre que antes parecían desconcertantes, como la decisión de su madre de vivir cerca del aeropuerto de Santiago durante los últimos años de su vida.
“Le gustaba ir al aeropuerto y nos pedía que la acompañáramos. Se sentaba a mirar a la gente, sobre todo a los que llegaban”, cuenta Escalona.
Ahora cree que su madre esperaba que su hijo volviera.
Su madre regresó a Cañete justo antes de morir, donde solía decir: “Ya no oigo los aviones”.