Nueva York (CNN) – Stockton Rush, CEO de OceanGate y una de las cinco personas que viajaban en el submarino desaparecido en el Atlántico Norte, se ha ganado una reputación como una especie de Jacques Cousteau moderno: amante de la naturaleza, aventurero y visionario.
Rush abordó su sueño de explorar las profundidades marinas con un brío infantil y una antipatía hacia las normas, una pauta que se ha evidenciado desde el domingo por la noche, cuando su submarino, el Titan, desapareció.
“Creo que fue el general MacArthur quien dijo que se te recuerda por las reglas que rompes”, dijo Rush en una entrevista en video con el youtuber mexicano Alan Estrada el año pasado. “Y he roto algunas reglas para hacer esto. Creo que las he roto con la lógica y una buena ingeniería detrás”.
La próxima frontera
Rush, que se graduó en ingeniería aeroespacial en Princeton en 1984, dijo que en realidad nunca superó su sueño infantil de querer ser astronauta, pero su vista no era lo suficientemente buena, según una entrevista que concedió a Smithsonian Magazine en 2019.
Después de la universidad, se mudó a Seattle para trabajar para McDonnell Douglas Corporation como ingeniero de pruebas de vuelo en el programa F-15. Obtuvo un MBA de la UC Berkeley en 1989, según la biografía de su empresa.
Alimentó su sueño de viajar al espacio durante años, imaginando que se uniría a un vuelo comercial como turista.
Pero en 2004, según declaró a Smithsonian, su sueño cambió después de que Richard Branson lanzara el primer avión comercial al espacio.
“Tuve la epifanía de que eso no era para nada lo que yo quería hacer”, declaró Rush a la revista. “No quería ir al espacio como turista. Quería ser el capitán Kirk en el Enterprise. Quería explorar”.
Romper las reglas
Rush fundó OceanGate en 2009 con la misión declarada de “aumentar el acceso a las profundidades oceánicas a través de la innovación”.
Como CEO, Rush supervisa las “estrategias financieras y de ingeniería” de la empresa con sede en Everett, estado de Washington, y aporta una “visión para el desarrollo” de sumergibles tripulados, según su biografía.
Actualmente, OceanGate explota tres sumergibles destinados a la investigación, la producción cinematográfica y los “viajes de exploración” que incluyen visitas al lugar donde se hundió el Titanic, a más de 4.000 metros bajo la superficie del océano. Un lugar en esa misión de ocho días cuesta US$ 250.000 por persona.
Rush, que tiene 61 años, dijo que cree profundamente que el mar, más que el cielo, ofrece a la humanidad la mejor oportunidad de sobrevivir cuando la superficie de la Tierra se vuelva inhabitable.
“El futuro de la humanidad está bajo el agua, no en Marte”, dijo a Estrada. “Tendremos una base bajo el agua (…) Si destrozamos este planeta, el mejor bote salvavidas para la humanidad es bajo el agua”.
En su afán explorador, Rush se ha mostrado a menudo escéptico, cuando no desdeñoso, ante las normativas que podrían frenar la innovación.
La industria submarina comercial es “obscenamente segura”, declaró a Smithsonian, “porque tiene todas esas normas. Pero tampoco ha innovado ni crecido, porque tiene todas esas normativas”.
Incluso dentro de OceanGate, las advertencias de los empleados sobre seguridad parecen haber sido ignoradas.
David Lochridge, exdirector de operaciones marinas de OceanGate, dijo en una presentación judicial que fue despedido injustamente en 2018 por plantear preocupaciones sobre la seguridad y las pruebas del Titan. El caso se resolvió fuera de los tribunales, y los términos del acuerdo no fueron revelados.
Otro exempleado, que habló bajo condición de anonimato, compartió las preocupaciones de Lochridge. Ese empleado dijo que cuando los contratistas y los empleados plantearon los problemas, Rush se puso a la defensiva y evadió las preguntas en las reuniones de personal.
OceanGate no ha respondido a la solicitud de comentarios de CNN.
La NASA y MacGyver
En los últimos días, a medida que los equipos de búsqueda rastrean el océano en busca de señales del Titan y su tripulación, algunos aspectos del diseño de la nave y la tecnología de a bordo, como el mando al estilo de un control de videojuego que el piloto utiliza para dirigirla, han suscitado preocupación.
Cuando el corresponsal de la CBS David Pogue viajó en el Titan el año pasado, informó que las comunicaciones se cortaron y el submarino estuvo perdido en el mar durante más de dos horas. También preguntó a Rush por los componentes “al estilo MacGyver” de la nave, como el mando de plástico estilo PlayStation y las luces LED que Rush compró en una tienda de vehículos recreativos.
Rush rebatió la descripción de Pogue en esa entrevista, argumentando que algunos elementos podían ser menos sofisticados siempre que las piezas clave, como el contenedor a presión, fueran sólidas. Rush afirmó que el contenedor a presión se había construido en coordinación con Boeing, la NASA y la Universidad de Washington. Una vez que se tiene la certeza de que el contenedor a presión no va a colapsar, dijo, “todo lo demás puede fallar”.
“No importa. Los propulsores pueden fallar. Las luces pueden fallar. Todo eso puede fallar. Seguirás estando a salvo. Y eso te permite hacer lo que llaman cosas de MacGyver”, afirmó.
Pogue, en una entrevista con USA Today el miércoles, recordó sus impresiones sobre el Titan. “Algunos de los lastres son tubos de construcción viejos y oxidados. Había ciertas cosas que parecían ser sacrificios de calidad”.
“La enfermedad de la profundidad”
El turismo extremo es una industria lucrativa y de alto riesgo. Y no hace más que crecer. Con el dinero suficiente, los turistas pueden alcanzar la cumbre del Everest, viajar en cohete al espacio, correr ultramaratones de varios días atendidos por chefs con estrellas Michelin o sondear las profundidades de los océanos que hasta ahora han estado vedadas a la humanidad.
“Lo que he visto con los ultrarricos es que el dinero no es problema cuando se trata de experiencias”, afirma Nick D’Annunzio, propietario de la empresa de relaciones públicas TARA, Ink. “Quieren algo que nunca olvidarán”.
En ese sentido, Rush tiene algo en común con sus clientes. En su entrevista con Smithsonian en 2019, relató su atracción casi espiritual por las profundidades marinas. Lo llamó “la enfermedad de la profundidad”.
“Fui hasta los 75 pies (22 metros). Vi cosas geniales. Bajé a 100 pies (30 metros) y vi más cosas geniales. Y yo estaba como, ‘Guau, ¿cómo será al final de esta cosa?’”.
– Celina Tebor y Sam Delouya de CNN contribuyeron con este reportaje.