Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.
(CNN) – Los acontecimientos que se desarrollaron en Rusia durante el fin de semana paralizaron y desconcertaron al mundo. Todavía hay mucho que desconocemos, después de que el jefe de los mercenarios rusos Yevgeny Prigozhin enviara a sus fuerzas del Grupo Wagner camino a Moscú en lo que parecía el inicio de un intento de golpe de Estado o incluso de una guerra civil. La efímera rebelión provocó una furibunda reacción de su mecenas, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, el zar moderno conocido por mantener la cabeza fría.
Por algo las declaraciones oficiales más comunes en todo el mundo fueron del tipo “Estamos siguiendo los acontecimientos”. Y sin embargo, bajo la espesa niebla de la rebelión, algunas cosas eran claramente visibles. O, ¿debería decir, invisibles?
En un breve y airado discurso a la nación este lunes por la noche, Putin afirmó que el motín terminó porque “toda la sociedad rusa se unió y reunió a todo el mundo”. Apuntando a la “solidaridad civil”, insistió en que la “rebelión armada habría sido suprimida de todos modos”. Pero esos comentarios no concuerdan con lo que presenció el mundo entero.
¿Dónde estaban las multitudes de partidarios de Putin? ¿No goza la presidencia de Putin de índices de aprobación siempre estratosféricos?
A lo largo de mis muchos años en el mundo de las noticias, he sido testigo de múltiples golpes, intentos de golpe e insurrecciones. Varias veces, cuando trabajaba en CNN, me despertó una llamada telefónica con instrucciones de que me dirigiera a Moscú ese mismo día porque se estaba produciendo un golpe de Estado. El despliegue rápido a Rusia se convirtió casi en rutina. La palabra “putsch” entró en mi vocabulario.
En 1991, me encontraba en Moscú con Wolf Blitzer y un equipo de legendarios, valientes y brillantes periodistas de CNN cuando la KGB, en colaboración con el ministro de Defensa y otros altos cargos soviéticos, intentó deponer al presidente soviético Mijail Gorbachov, que trataba de reformar la Unión Soviética en un esfuerzo inútil por evitar su colapso. Los golpistas encarcelaron a Gorbachov en su casa de vacaciones de Crimea.
Los golpistas también impusieron un toque de queda, pero el pueblo lo ignoró. Cientos de miles de personas salieron a las calles, construyendo barricadas y desafiaron a los tanques.
Nuestra oficina de CNN en Moscú estaba repleta de acción. Los equipos iban y venían. Trabajamos sin descanso, como siempre hacemos con las noticias de última hora. El mundo podía ver en CNN, en tiempo real, lo que estaba ocurriendo en Rusia en tiempo real. Se estaba haciendo historia.
El personal local estaba más tenso que nadie. Para nosotros, era una noticia importante, un punto de inflexión geopolítico. Para estos rusos, era su vida, su país.
Esta vez, los rusos parecían en gran medida desentendidos con la rebelión de Wagner. Por increíble que parezca, incluso los moscovitas bromeaban con comprar palomitas de maíz para seguir el drama, al igual que los ucranianos.
El golpe de 1991 fue sofocado por el pueblo ruso, dirigido por el recién elegido presidente de Rusia, la república más importante de la Unión Soviética. Boris Yeltsin se subió a un tanque, desafiando a los que querían detener la transformación de Rusia.
Gorbachov regresó a Moscú; Yeltsin y las fuerzas de la democracia habían salido victoriosos. Pocos días después, Ucrania declaró su independencia.
Grandes multitudes han ayudado a derrotar golpes de Estado en otros lugares. En 2016, los tanques rodaron por las calles de Ankara, la capital turca. Los militares anunciaron que la administración del presidente Recep Tayyip Erdogan había “perdido toda legitimidad”. El pueblo turco estaba, y sigue estando, profundamente dividido respecto a Erdogan. Pero incluso muchos de sus oponentes rechazaron la idea de un golpe militar. Los manifestantes salieron corriendo, tumbándose delante de los tanques, subiéndose a ellos para obligarlos a detenerse. Erdogan sobrevivió.
Del mismo modo, los partidarios también salvaron al hombre fuerte de Venezuela, Hugo Chávez, en 2002, después de que los líderes militares lo obligaran a dimitir.
No debe pasar desapercibido que los golpes fallidos no debilitaron a Erdogan ni a Chávez. Erdogan purgó el ejército, el mundo académico, los tribunales y la policía, eliminando a sus críticos. El golpe le dio la excusa que necesitaba para consolidar su dominio. Lo llamó “un regalo de Dios”. Ahora ha iniciado su tercera década en el poder. Chávez también se mantuvo en el poder hasta su muerte, poco más de una década después, y su sucesor, Nicolás Maduro, gobierna Venezuela en la actualidad.
Es posible que Putin aproveche la experiencia para reforzar su control y tomar venganza.
Pero si quiere eliminar a los supuestos leales que no lo apoyaron, puede que le tome mucho tiempo.
No solo los rusos de a pie parecían desinteresados en defender a su presidente, incluso después de que éste hiciera un llamamiento a los ciudadanos para que unieran sus fuerzas en un encendido discurso el sábado por la mañana en el que denunció la “traición” de Prigozhin, sin nombrarlo, y advirtió que “Rusia está luchando ferozmente por su futuro” contra “una amenaza mortal para nuestro Estado, para nosotros como nación”.
Los mercenarios de Prigozhin entraron a la ciudad clave de Rostov del Don, sede del mando sur de Rusia, que dirige la operación en Ucrania, sin oponer resistencia. La población estrechó la mano de los combatientes de Wagner y les llevó comida y agua.
La marcha de Wagner hacia Moscú pareció encontrar poca resistencia por parte de los militares o de la población. Y más tarde ese mismo día, cuando el drama parecía terminar tan repentinamente como había empezado, y Prigozhin ordenó a sus fuerzas que retrocedieran y se marcharan, algunos de los habitantes de Rostov parecían francamente decepcionados, animando calurosamente a sus invasores que se marchaban.
Al igual que la invasión no provocada de Ucrania por Putin puso de manifiesto la incompetencia del otrora respetado Ejército ruso, la rebelión de Prigozhin reveló la vacuidad del apoyo de Putin.
Y, sin embargo, cualquiera que piense que la debilidad de Putin anuncia un futuro de democracia y paz para Rusia y sus vecinos haría bien en aplazar sus planes de poner el champán a enfriar.
Putin prácticamente ha aplastado a la oposición liberal y democrática. Sus líderes más destacados han sido asesinados, encarcelados o exiliados. Un gran número de rusos, incluidos los críticos de Putin, han abandonado el país.
Prigozhin, que fue aclamado, es un criminal convicto. Claro, reveló que la invasión de Ucrania se lanzó con falsos pretextos, que Ucrania y la OTAN no eran una amenaza para Rusia. Pero su principal crítica es que el ejército corrupto ha sido incompetente y que debería luchar más y mejor contra Ucrania.
Rusia, un país con armas nucleares, es ahora más inestable de lo que era antes del pasado fin de semana. Es probable que Putin intente tomar medidas enérgicas y demostrar que sigue teniendo el control. Pero, ¿cuánto apoyo tiene? ¿Cuántos otros aspirantes a hombres fuertes conspirarán para superarlo? Al mismo tiempo, la perspectiva de cambio abre otras vías, incluso más positivas.
En todos los golpes de Estado, revoluciones y levantamientos de los que he sido testigo, la realidad ineludible es que no sabemos cómo acabarán.
Rusia sigue siendo un enigma, y los acontecimientos que acaban de producirse siguen envueltos en el misterio. Si incluso el pasado reciente sigue siendo un misterio, el futuro es aún más desconocido.