(CNN) – Sobre la punta de la montaña, al otro lado de la frontera, estaba la tierra prometida, el territorio neutral España: un escape, una segunda oportunidad, un futuro.
Detrás de ellos estaba la Francia ocupada por los nazis, y la certeza de que les esperaba el encarcelamiento o la muerte.
Durante la Segunda Guerra Mundial, una ruta peligrosa a través de las montañas de los Pirineos fue el medio para que cientos de miles de combatientes de la resistencia, civiles, judíos, soldados aliados y prisioneros de guerra fugitivos escaparan de sus perseguidores nazis.
Para muchos, la travesía por campos rocosos y glaciares congelados fue el tramo final de un viaje largo y tenso a través de la Europa en guerra, escondiéndose del Ejército de Alemania, la policía secreta de la Gestapo y las fuerzas paramilitares de las SS.
Este mes, la ruta que comienza en los Pirineos de Ariege en Francia volvió a resonar con los pasos de 87 personas que hicieron el recorrido desde Francia hasta España, un grupo que incluyó a los descendientes de quienes escaparon hace décadas y que caminaron para honrar a sus familiares.
El Freedom Trail, o Ruta de la Libertad en español ––cuyo ascenso final se realiza en un camino en zig-zag a través de una capa de hielo–– es un “homenaje ambulante”, como lo define el inglés Paul Williams, guía de montaña y guardián de la historia local.
Comulgando con el pasado
Reconocida formalmente por un decreto presidencial de Francia en 1994 para conmemorar el aniversario número 50 del desembarco del Día D en Normandía que comenzó la liberación del país, la ruta recuerda a aquellos que huyeron a España durante la guerra.
Entre los excursionistas anteriores se encuentra Luke Janiszewski, un joven de 25 años originario de Baltimore.
“No había nazis persiguiéndome, no estaba caminando por mi vida”, le dijo a CNN. Sin embargo, agregó: “Traté muchas veces de pensar ‘Vaya, mi bisabuelo hizo esto con X cantidad de comida’, y lo impulsaban ideas como ‘Necesito llegar a la España neutral y regresar a Inglaterra, así que haré lo que tenga que hacer’”.
El teniente Richard Christenson era el piloto de un B-17 que fue derribado sobre el norte de Francia y lo secuestraron sobre los Pirineos en medio de la guerra. Sin embargo, logró regresar a casa para vivir el resto de sus días con Ruth, su esposa.
Su hija Kathryn, de 81 años, quien escribió un libro sobre su fuga, y sus nietos Marie, de 52, y Tim, de 54, se unieron a sus bisnietos Luke y Jake para hacer la caminata en 2018, en el aniversario número 25.
“Nunca había estado en Europa”, dijo Tim, y agregó que en otro contexto no hubiera viajado únicamente para ver las montañas. “Pero volver sobre los pasos del abuelo ‘Oh, en un abrir y cerrar de ojos’”, le dijo a CNN.
“Me sentí un poco en comunión con él, ¿sabes?”, reflexionó Luke, quien nunca conoció a su bisabuelo.
Ese reencuentro con el pasado cobró vida durante una cena antes de la caminata, donde los Janiszewski conocieron a los descendientes de la familia local que salvó al teniente Christenson.
Al sentarse con ellos, Tim reflexionó sobre cómo se desarrolló este drama humano en medio de la llegada de Estados Unidos para poner fin a la Segunda Guerra Mundial.
“Llegamos y liberamos Francia, pero tu abuelo o tu bisabuelo salvaron a mi abuelo mientras él intentaba ayudarlos. Es solo esta hermosa red y conexión lo que te hace sentir unido en uno con todos”.
Héroe local
Cada año, durante el segundo fin de semana de julio, esta travesía crea sus propios recuerdos. Este año estuvo dedicado, en particular, a Paul Broué, un miembro de la resistencia francesa y uno de los fundadores de la Freedom Trail Association (FTA, por sus siglas en inglés).
Nacido el 9 de julio de 1923, escapó a través de los Pirineos en julio de 1944. Este año habría cumplido 100 años, pero murió en 2020.
Broué fue la encarnación de las historias locales de la época de la guerra, no solo de los “pasajeros” de guías de montaña, sino también de las familias que se escondieron, guiaron y murieron para ayudar a hombres como Christenson.
Aproximadamente el 50% de los fugitivos británicos y estadounidenses pasaron por esta zona de las montañas, según Guy Seris, un coronel francés retirado que ahora es presidente de la FTA, que organiza la caminata de cuatro días y 64 kilómetros.
Seris también es un hombre local, originario de Seix, una ciudad en las exuberantes colinas boscosas que es la primera parada en el sendero, y donde el alcalde local organiza una cena “vin d’honneur” para celebrar la ocasión.
“La ciudad y la gente de Seix lo ven como un honor, debido al papel que desempeñó la comuna durante la guerra”, dijo Seris a CNN.
Este año, en su discurso a los caminantes, enfatizó que aquellos con la edad suficiente para haber luchado en la guerra o “haberla vivido o en su mayoría haber escuchado hablar de ella en casa”, tenían el deber de contárselo a las generaciones más jóvenes.
Son esos recuerdos los que los caminantes se llevan consigo a España. Los dos países están unidos por la vida compartida en las montañas: una vida de bosques de pinos y rebaños de vacas con campanillas que una frontera no puede separar.
Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, las rutas de escape de las montañas en la región se utilizaron en sentido contrario, cuando los refugiados republicanos cruzaron a Francia para huir del gobierno del general Franco hacia el final de la Guerra Civil española.
Aunque Franco simpatizaba con Alemania, España se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial, en gran parte debido a su dependencia de las importaciones estadounidenses. Y así, se hizo la vista gorda con los que cruzaban los Pirineos.
Los militares aliados que escapaban y lograban regresar serían retenidos en la ciudad española más cercana, trasladados a un campo de prisioneros y liberados poco después.
Un momento que pone la piel de gallina
Frank McNichol, teniente segundo de la Fuerza Aérea de EE.UU., estuvo detenido brevemente en la ciudad española de Isaba cuando hizo el cruce en 1944, después de que su avión fuera derribado durante un bombardeo.
Su hijo, Joseph McNichol, de 64 años, un policía jubilado de Florida, contó que hizo una peregrinación en 2016 para ver la celda donde había estado encarcelado su padre.
“Era feriado en esa parte de España, pero nuestro hotel llamó al alcalde, a quien conocían, y le explicaron la situación”, dijo McNichol.
“Estuvo más que feliz de venir esa mañana y abrir la alcaldía y mostrarme la habitación, que era solo una vieja y polvorienta sala de almacenamiento”, recordó.
McNichol dijo que solo tenía siete años cuando su padre murió por una insuficiencia hepática provocada por hepatitis, probablemente contraída durante su tiempo en Francia.
“Nunca tuve una conversación adulta con mi padre sobre nada, ni siquiera sobre este tema”, se lamentó.
Reflexionando al ver la celda en el pequeño pueblo de España, después de haber cruzado la frontera 72 años después del día en que su padre estuvo allí, dijo: “Me pone la piel de gallina solo hablar de eso”.