Nota del editor: Jill Filipovic es una periodista radicada en Nueva York y autora del libro “OK Boomer, Let’s Talk: How My Generation Got Left Behind”. Síguela en Twitter. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.
(CNN) – Es una regla que la mayoría de nosotros aprendemos de niños: no toques a nadie. Y, sin embargo, parece que decenas de hombres no pueden cumplirla, incluso — ¿quizás especialmente? — cuando todo el mundo está mirando.
El más reciente en hacerlo fue el presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, quien tomó la cabeza de la futbolista española Jennifer Hermoso durante la ceremonia de entrega de premios a la selección y le plantó un beso en los labios. Rubiales estaba, como todos los presentes en el evento, sin duda emocionado porque la selección española había ganado el Mundial. Pero fue el único que aprovechó ese momento para violar públicamente a una jugadora.
Tras el beso, mientras el equipo se reunía en el vestuario, Rubiales rodeó a Hermoso con el brazo, anunció un viaje a Ibiza y dijo: “Allí celebraremos la boda de Jenni y Luis Rubiales”. Otras imágenes de video parecen mostrar al entrenador del equipo, Jorge Vilda, tocando inapropiadamente a una integrante del cuerpo técnico, al dejar su mano sobre el pecho de ella mientras se aparta de un abrazo.
Las respuestas al beso —tanto si la gente lo critica como si se encoge de hombros— dicen mucho sobre lo poco que respeta nuestro mundo el derecho básico de las mujeres a vivir sin ser molestadas y seguras en su propia piel.
Rubiales se disculpó por el beso, más o menos.
“Hay un hecho que tengo que lamentar, y es pues todo lo que ha ocurrido entre una jugadora y yo, con una magnífica relación entre ambos, al igual que con otras”, dijo el presidente de la RFEF en una declaración en video.
“Y bueno, seguramente me he equivocado, lo tengo que reconocer. En un momento de máxima efusividad sin ninguna intención de mala fe, pues ocurrió lo que ocurrió. Creo que de manera muy espontánea. Repito, no hubo mala fe entre ninguna de las dos partes”.
“Aquí no se entendía porque lo veíamos como algo natural, normal y para nada, repito, fue con mala fe. Pero fuera parece que se ha formado un revuelo porque, desde luego, hay gente que se ha sentido por esto dañada, tengo que disculparme”.
Hermoso, por su parte, dijo que “no le gustó” y se preguntó: “¿Qué se supone que tengo que hacer?”. Más tarde, declaró a un programa de radio que “no se lo esperaba” pero que “fue por la emoción del momento, no hay nada más ahí. Sólo va a ser una anécdota [del momento]. Estoy completamente segura de que no se va a inflar más”.
No se puede culpar a Hermoso por querer que esta historia desaparezca, porque simplemente no está en una buena posición pública: la de decir que no quería ser besada a la fuerza en los labios por un hombre que es, a todos los efectos, su jefe, y que es una quejumbrosa o una aguafiestas. Digamos que estuvo bien y es una mala feminista, que defrauda a otras mujeres justificando el mal comportamiento masculino (y, tal vez, mintiendo).
Sin embargo, Hermoso no es la primera mujer que termina por ser agarrada y besada sin su consentimiento por un hombre que busca señalar públicamente su euforia utilizando a cualquier mujer como su accesorio. Desde la famosa imagen del marinero que regresó de la Segunda Guerra Mundial y besa a una enfermera el día de la victoria sobre Japón (V-J Day) en Times Square hasta el actor Adrien Brody que abrazó a Halle Berry y se inclinó para besarla tras ganar el Oscar al Mejor Actor en 2003, hay una larga historia de hombres que aprovechan momentos muy públicos para agarrar y besar a mujeres que no han expresado ningún deseo de besarlos.
Por si hay alguna duda: a la mayoría de las mujeres, como a la mayoría de las personas, no les gusta que las obliguen a besar. La mayoría de las mujeres, como la mayoría de las personas, disfrutan besar a sus parejas románticas y a veces a sus hijos u otros seres queridos, pero no aprecian una cabeza no deseada a centímetros de la suya, un aliento no deseado caliente en su cara, unos labios no deseados chocando contra los suyos. Es una violación. Es asqueroso. Es atroz tanto si ocurre en privado como a la vista de las cámaras de televisión.
En 2005, Greta Friedman, la enfermera besada a la fuerza por el marinero en Times Square, dijo a un entrevistador: “No fue mi elección ser besada”. El marinero, dijo, “¡simplemente se acercó y me agarró!”. El momento no fue romántico; mientras sucedía, ella pensaba: “espero poder respirar”, según afirmó. “Hablo de alguien mucho más grande que tú y mucho más fuerte, cuando has perdido el control de ti misma… No estoy segura de que eso te haga feliz”.
Como señalan los historiadores, aquel famoso beso, reescrito durante décadas como romántico o jubiloso, formaba parte de una oleada de agresiones sexuales y violaciones en varias ciudades durante la posguerra a manos de los hombres que regresaban. Los hombres atacaban a mujeres y niñas, unas veces las besaban contra su voluntad, otras las manoseaban, al despojarlas de sus ropas, golpeando a sus acompañantes masculinos y, según varios reportes, las violaban.
Después de que Berry fuera besada a la fuerza por Brody ante las cámaras, ella dijo a un entrevistador que lo único que pensaba era: “¿Qué c***** está pasando ahora mismo?”. Cuando se le preguntó si se arrepentía de sus acciones, Brody le dijo a un entrevistador en 2017: “Había mucho amor en esa habitación, amor real y reconocimiento. Era solo un buen momento y… lo aproveché”.
Las reacciones como las descritas por Friedman y Berry son habituales: cuando son agredidas sexualmente o se enfrentan a tocamientos no deseados, muchas mujeres se paralizan en lugar de defenderse.
El beso de Rubiales es la cima de una montaña de acusaciones sobre mal comportamiento teñido de sexismo en la RFEF. El trato de Vilda al equipo fue, supuestamente, tan aberrante que 15 jugadoras dijeron que no pisarían el terreno de juego con la selección hasta que se resolvieran sus situaciones; otras tres jugadoras, entre ellas Hermoso, manifestaron su apoyo a las integrantes que hicieron ese boicot. Y, sin embargo, cuando las españolas ganaron la Copa del Mundo gracias a su propia habilidad y trabajo, Rubiales seguía haciendo hincapié en Vilda.
“Creo que tenemos que dar todo el mérito a estas mujeres, al equipo que dirige Jorge Vilda, y tenemos que celebrarlo por todo lo alto”, dijo.
Y, sin embargo, en lugar de dar a las mujeres españolas su momento, Rubiales lo convirtió en algo suyo al cosificar a Hermoso, tratándola como un accesorio que podía ser utilizado para mostrar su entusiasmo y señalar su virilidad. Porque ese también es el mensaje: que, cuando los hombres están demasiado excitados, simplemente no pueden evitar actuar de esa manera. Esta racionalización errónea no sólo coloca a las mujeres en una posición de vulnerabilidad, sino que también exime a los hombres de asumir la responsabilidad y la importancia de sus acciones.
Durante mucho tiempo, demasiados hombres han visto el cuerpo de la mujer como una propiedad pública, como algo sexualizado que mirar, comentar o tocar, como si existiéramos en el mundo para que ellos nos miren, evalúen y disfruten. Con demasiada frecuencia, las mujeres son tratadas como accesorios de la vida de los hombres, personajes secundarios en sus narraciones u objetos a través de los cuales los hombres pueden expresar sus emociones y sobre los que pueden depositar su carga.
Demasiada gente dice que se trata de hombres que son hombres, o de una simple manifestación de emociones humanas normales. Pero no es así. Muchos hombres que tratan mal a las mujeres parecen totalmente capaces de tratar a los hombres con respeto, y de mantener sus manos, labios y genitales para sí mismos cuando están cerca de otros hombres que no han expresado ningún interés en el contacto físico sexualizado. Es cuando esos hombres están rodeados de mujeres cuando parecen producirse los manoseos, los besos y, a veces, algo más.
No sé cuál debería ser la pena adecuada para Rubiales. Pero sí sé que acciones como la suya son mucho más que un simple beso.