Nota del editor: Wendy Guerra es escritora cubanofrancesa y colaboradora de CNN en Español. Sus artículos han aparecido en medios de todo el mundo, como El País, The New York Times, el Miami Herald, El Mundo y La Vanguardia. Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran “Ropa interior” (2007), “Nunca fui primera dama” (2008), “Posar desnuda en La Habana” (2010) y “Todos se van” (2014). Su trabajo ha sido publicado en 23 idiomas. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora. Mira más en cnne.com/opinion
(CNN Español) – El 18 de agosto de 1936, Federico García Lorca fue sacado a “pasear” escoltado por las autoridades de la época y jamás regresó. ¿Qué podemos saber de esta desaparición? El informe de la Jefatura Superior de la Policía de Granada, obtenido por la Cadena Ser y el portal eldiario.es, dejó asentado, en julio de 1965, su percepción sobre la figura del gran poeta español, “socialista y masón”, y alega, sin abundar en las pruebas, supuestas “prácticas de homosexualismo”.
En el cuerpo del informe se narra que García Lorca “(…) fue sacado del Gobierno Civil por fuerzas dependientes del mismo y conducido en un coche al término de Viznar (Granada) y en las inmediaciones del lugar conocido como Fuente Grande, junto a otro detenido cuyas circunstancias personales se desconocen, fue pasado por las armas después de haber confesado”. ¿Confesado? ¿Qué puede haber confesado este hombre que se dedicaba a escribir lo que soñaba? Un país mejor. No había nada más que decir, las acciones y los propios versos de Federico transparentaban el dolor por su patria: “¡Ay, desdichada España! País de negruras, de fuego y horror. Apoteosis de la imbecilidad dirigida por curas lujuriosos, toreros, chulos, prostitutas sin alma, ladrones de frac e ignorantes de fe (…)”. Y avanza el informe policial como parlamento de una tragedia real, escrita sobre la piel del poeta, en un lenguaje hiperrealista y crudo “(…) Enterrado en aquel paraje muy a flor de tierra, en un barranco situado a unos dos kilómetros a la derecha de Fuente Grande, en un lugar que se hace muy difícil de localizar”.
Los franquistas jamás reconocieron su crimen, aunque los hechos hablan por sí solos.
El 10 de julio de 2018, la Sala de lo Constitucional de San Salvador resuelve admitir una demanda de Juan José Dalton, a pesar de la omisión del fiscal general, en pos de realizar acciones puntuales que permitan esclarecer las extrañas circunstancias que rodean el asesinato de su padre, el poeta salvadoreño Roque Dalton. Pasados más de 40 años de su desaparición física, aún se desconoce dónde están sus restos y los culpables de su muerte continúan libres, sin rendir cuentas ante la justicia.
Una nube de interrogantes acecha los últimos días del poeta. El 10 de mayo de 1975, Dalton deja de existir. Sabemos que ha pasado más de un mes arrestado por quienes fueran sus compañeros en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), uno de los cinco grupos que luego integrarían el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN. El testimonio lo ofrece uno de sus carceleros, Saúl Mendoza, en el documental “Roque Dalton, fusilemos la noche”, de la cineasta austríaca Tina Leisch. Mendoza confiesa ante la cámara haber salido a saludar a su madre, y cuando volvió, todo había cambiado.
A Roque lo sobrevive su familia y su obra, y con ella, el mito de lo que fuera su propia vida, incluyendo la aun no probada judicialmente traición de sus compañeros de lucha. Su humor borraba los límites fronterizos entre su ideología y su poesía. Lo prueba este fragmento de uno de sus poemas más conocidos del volumen: Un libro rojo para Lenin. Sobre dolores de cabeza.
(…) En la lucha por la Revolución la cabeza es una bomba/ de retardo/En la construcción socialista planificamos el dolor de cabeza/ lo cual no lo hace escasear/ sino todo lo contrario/El comunismo será/entre otras cosas/ Una aspirina del tamaño del sol.
El 3 de junio de 2019, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, a través de su cuenta de Twitter, ordenó la destitución de Jorge Meléndez de la Dirección de Protección Civil, teniendo en cuenta el supuesto vínculo de dicho funcionario con el asesinato del poeta Roque Dalton. Juan José Dalton afirmó entonces: “Es el inicio del derribamiento de los muros de la impunidad en El Salvador”. Meléndez siempre se ha declarado inocente.
Sobre el Estado ideal, expresó Cicerón “(…)es aquel en el que los mejores buscan la gloria y el honor y evitan la ignominia y el descrédito, y si no hacen el mal no es tanto por miedo a los castigos que imponen las leyes como por la vergüenza que ha dado el hombre a la naturaleza y que nos hace temer la crítica justificada”.
Pero la sabiduría del filósofo no pudo salvarlo de un final fatídico.
Ante la muerte de Julio César, la crisis política se apoderó del Imperio romano. Veleyo Patérculo cuenta en su libro “Historia romana” cómo Cicerón lideró al Senado, y ante las delicadas circunstancias que atravesaban las instituciones de la época, propuso amnistiar a los conspiradores como intento de diluir las tensiones políticas. Marco Antonio, cónsul y responsable del testamento del dictador, tomó nuevamente el poder, y fue ahí cuando las cosas cambiaron radicalmente. Octavio, sucesor de César, regresó a Italia y Cicerón intentó, sin éxito, usarlo contra Marco Antonio. Cinco meses después publicó las Filípicas, discursos en los que atacaba al cónsul. Más allá de sus maniobras políticas, fue su propia obra la que horadó su particular relación con el poder romano. En lo adelante, Cicerón fue perseguido, decapitado y expuesto públicamente. Según cuenta Dion Casio, Fulvia Flacca, esposa de Marco Antonio, tomó la cabeza de Cicerón y “escupiéndole enfurecida, le arrancó la lengua y la atravesó con los pasadores que utilizaba para el pelo”. Cicerón perdió su vida, y al mismo tiempo, pasó a la Historia como uno de los grandes políticos, filósofos, escritores y oradores del Imperio romano.
No todas las vidas acalladas con violencia resultan leyendas del pasado. Fernando Villavicencio, candidato presidencial de Ecuador hasta el 9 de agosto de 2023, periodista, investigador, fundador de dos medios digitales: Focus Ecuador y Periodismo de Investigación y autor de diez títulos, tales como El feriado petrolero, Los secretos del feriado, Ecuador made in China, fue asesinado con una cruenta ráfaga de disparos. Una vez acribillado, el cuerpo de Fernando se desvaneció dentro del automóvil.
Lo que ha sido práctica en la prensa libre y tradición literaria de la llamada no ficción, el ejercicio de la verdad y la denuncia social despertó la ira de fuerzas oscuras que no podían darse el lujo de leerlo o escucharlo hablar con total libertad. ¿Por qué deberían acallarlo? ¿A quiénes nos les convenía que Villavicencio visibilizara los procesos de corrupción, en especial, dentro del universo energético, petrolero y de las telecomunicaciones en su país?
El filósofo Bernard Williams apuntaba con agudeza que “el hecho de que haya obstáculos externos a la búsqueda de verdad es uno de los cimientos de nuestra idea de objetividad, en el sentido de que nuestras creencias responden a un orden de cosas que descansa más allá de nuestras propias resoluciones” (…)
Escamotearle la vida a un filósofo, degradar y truncar la existencia de poetas y pensadores, atentar contra la existencia de un periodista e investigador que ha pretendido cambiar su realidad desde el legítimo derecho a presentarse como candidato a la presidencia de su país, no los hará desaparecer de la historia; por el contrario. La causa por la cual han muerto esos hacedores se volverá un referente imparable en otras figuras y otras generaciones.
El maridaje entre ideología, política y literatura fue, es y será siempre muy peligroso. No todas las sociedades, no todos los gobernantes están preparados para leer y escuchar ideas diversas, críticas o revelaciones legítimas, hiladas con altura y sabiduría. Muchos buscarán matar, con los autores, sus palabras. A pesar de ello, el ser humano seguirá buscando la verdad más allá de las consecuencias, más allá del peligro, las amenazas y los asesinatos. Basados en estas mismas muertes, nacerán otras voces que iluminarán las páginas que sus verdugos obligaron a dejar inconclusas.
¿Acaso la desaparición física de un intelectual, periodista o escritor impedirá que la verdad salga a la luz? ¿Será que el hecho mismo de su desaparición lo convierte en faro, en leyenda, conformando y legitimando sus verdades, ascendiéndolo hacia el paso simbólico del que ya no hay retorno, del martirologio a la posteridad?