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Nota del editor: Frida Ghitis, (@fridaghitis) exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y columnista de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.

(CNN) – Cuando un avión propiedad del jefe mercenario ruso Yevgeny Prigozhin cayó en picada en un aparatoso siniestro al noroeste de Moscú la semana pasada, los observadores en Rusia y en todo el mundo recordaron inmediatamente dos hechos indiscutibles. En primer lugar, que Prigozhin había desafiado abiertamente al presidente de Rusia, Vladimir Putin y, en segundo lugar, que innumerables personas que desafiaron a Putin habían muerto de forma prematura y violenta.

En la búsqueda por comprender lo ocurrido, había otro hecho claro: el Kremlin no era el lugar adecuado para buscar respuestas directas y creíbles. La palabra del Kremlin no es, digamos, una buena fuente de verdad independiente y fiable.

De hecho, cuando el portavoz de Putin tachó de “mentira absoluta” las afirmaciones de que el Estado había mandado matar a Prigozhin, parecía una declaración pro forma, una que ya hemos oído antes cuando los críticos de Putin, uno tras otro, tienen finales macabros.

Putin y su círculo íntimo llevan décadas en guerra contra la verdad, más reciente y notoriamente en relación con Ucrania, de la que han afirmado falsamente que está gobernada por nazis y que, a pesar de las evidentes pruebas de lo contrario, no es un país real.

Frida Ghitis.

Los dictadores, autócratas y hombres fuertes tienen una larga historia de lucha contra la verdad en pos de sus objetivos. Lo mismo ocurre con los aspirantes a autócratas, individuos a los que les gustaría disfrutar de los beneficios de un poder enorme y duradero, y que están dispuestos a quebrantar todo tipo de normas para adquirirlo y conservarlo.

En uno de los momentos de pantalla dividida más notables de la historia, el accidente de Prigozhin compitió por el protagonismo informativo con una oleada de detenciones relacionadas con los esfuerzos del expresidente Donald Trump por revertir el resultado de las elecciones de 2020 que perdió: su propia negación de la verdad y la realidad.

El mundo está inmerso en una deriva autoritaria global. De diferentes maneras, tanto Putin como Trump son actores clave de ese fenómeno. Y cada uno de ellos se enfrenta a una decidida oposición a sus esfuerzos.

Los esfuerzos de Putin por rehacer el mundo a su antojo, su misión alimentada por la falsedad de someter a Ucrania al dominio de Moscú, se ha estrellado contra la realidad de que Ucrania es, de hecho, un país, y no está dispuesta a someterse a sus caprichos. Y Trump, que aún vive en un país donde existe un poder judicial independiente, se está topando con el hecho de que, por mucha libertad que se tenga para gritar mentiras por un micrófono y tratar de engañar al país, no existe el derecho de la Primera Enmienda para tratar de intimidar a los funcionarios electorales o subvertir las normas electorales.

La semana pasada, Trump se entregó en la cárcel de Atlanta, donde se le acusa de un plan criminal para esencialmente robar las elecciones de 2020. Trump ha negado todas las acusaciones de esta y otras tres acusaciones penales.

En su propio contexto, y dentro de los límites de su poder, el hombre fuerte ruso y el aspirante a autócrata estadounidense han ido a la guerra contra la verdad y están siendo golpeados por ella. Pero no están ni mucho menos derrotados.

Hoy en día, el mundo está vigilando con cautela a Putin y la guerra que lanzó contra Ucrania con falsos pretextos, al tiempo que observa con alarma cómo los múltiples casos penales de Trump no han logrado erosionar su prestigio entre los republicanos.

El expresidente Donald Trump camina para hablar con los periodistas antes de partir del Aeropuerto Internacional Hartsfield-Jackson de Atlanta, el jueves 24 de agosto de 2023, en Atlanta. Alex Brandon/AP

Sin duda, los políticos estiran la verdad. Pero esto es de una magnitud diferente. Los autócratas y los aspirantes a autócratas llevan siglos diciendo mentiras.

En el siglo XX, una Unión Soviética en decadencia era famosa por un sistema en el que, como señaló el escritor disidente Alexander Solzhenitzyn, el gobierno mentía, el pueblo sabía que el gobierno mentía, el gobierno sabía que el pueblo lo sabía, pero todo continuaba. Más allá de sus fronteras, Moscú tejió un tapiz de engaños, atrapando a innumerables creyentes.

Ni Trump ni Putin son novatos en el arte de conjurar grandes victorias yendo a la guerra contra la verdad. Son maestros del “gaslighting”, y les ha funcionado bien durante mucho tiempo.

Trump construyó su imagen pública manipulando la cobertura mediática de su perspicacia empresarial. Luego, mientras se preparaba para convertirse en presidente, difamó a los medios legítimos calificándolos de “noticias falsas”, para poder mentir impunemente y desestimar las pruebas de sus falsedades. Lo abrazó una cadena tan deshonesta que más tarde pagó US$ 787 millones para zanjar un caso de promoción de las mentiras electorales de Trump y sus aliados.

Su administración empezó a mentir desde su primer día en el cargo. En su primer día completo en el cargo, el 21 de enero, Trump inventó fantasías sobre el tamaño de la multitud en su inauguración; su asesor justificó las mentiras como “hechos alternativos”. A lo largo de su mandato, los verificadores de hechos del diario The Washington Post registraron 30.573 “falsedades”, culminando con sus esfuerzos, que continúan hoy en día, por afirmar que ganó las elecciones de 2020. De manera aplastante, faltaba más.

Putin no tiene menos experiencia en distorsionar la realidad. Muchos creen que se aseguró sus primeras elecciones presidenciales en Rusia culpando a los terroristas chechenos de las explosiones en los departamentos de Moscú en 1999, que muchos están convencidos de que fueron llevadas a cabo por el Kremlin (aunque nunca se ha demostrado de forma concluyente). La crisis y su respuesta de tipo duro contribuyeron a consolidar su imagen de hombre fuerte que protegería a Rusia.

A lo largo de los años, Putin ha convertido a Rusia en un proveedor mundial de desinformación, otra palabra para designar las mentiras deliberadas y políticamente motivadas.

Putin negó haber interferido en las elecciones estadounidenses de 2016, una operación dirigida casualmente por la Internet Research Agency de Prigozhin. Esa operación, como concluyó la investigación del fiscal especial Robert Mueller, acusando a Prigozhin entre otros, fue parte de un esfuerzo del Kremlin para sembrar la discordia en Estados Unidos a través de “lo que llamaron guerra de información”. Prigozhin, que tenía predilección por decir verdades, admitió más tarde haberlo hecho.

También contradijo el pretexto de Putin para ir a la guerra contra Ucrania. Imaginen la furia de Putin.

La muerte de Prigozhin se produce precisamente dos meses después de su motín, un desafío a la autoridad de Putin.

Las fechas simbólicas importan en la Rusia de Putin. La periodista Anna Politkovskaya, feroz crítica de Putin, fue asesinada el día del cumpleaños de Putin, por ejemplo. Putin lanzó la guerra a gran escala en Ucrania en torno al octavo aniversario de su invasión de Crimea en 2014.

Putin negó tener algo que ver con el asesinato en 2015 de Boris Nemtsov, un político popular que había criticado su intervención de 2014 en el este de Ucrania. Negó cualquier implicación en el envenenamiento en 2020 de su crítico Alexei Navalny, que más tarde engañó a un agente de inteligencia ruso para que confesara por teléfono haciéndose pasar por su jefe, y de muchos otros que perecieron repentinamente tras desafiar las opiniones de Putin.

Cuando se les pregunta quién mató al hombre que aún idolatran, los afligidos seguidores de Prigozhin, incluso con sus rostros difuminados para una entrevista en CNN, solo pueden decir “sin comentarios”.

Es comprensible. Hay que tener cuidado antes de decidir cruzarse con un hombre poderoso en guerra abierta contra la verdad, que rompe reglas y normas como algo natural, en pos de sus propios intereses por encima de todo.