(CNN) – La emoción de hacer historia no debería amargarse. Es el momento, la hazaña magnífica, única en la vida, lo que debería ser la causa de que el tiempo se detuviera; las cámaras enfocando a cámara lenta a las triunfadoras que levantan el premio ganado, los teletipos cayendo del cielo como por arte de magia, el talento extraordinario eclipsando todo lo demás. Pero ése no es el mundo en el que vivimos.
El mes pasado, España ganó por primera vez la Copa Mundial Femenina de la FIFA y, apenas dos semanas después, poco se habla de su éxito.
El equipo, talentoso pero joven, no podía desafiar a los pesos pesados del deporte, sobre todo porque muchas de las mejores jugadoras del país se habían quedado en casa tras haberse negado un año antes a jugar con su país hasta que mejoraran las normas dentro de la selección nacional.
Incluso inmediatamente después de la victoria, los pensamientos se desviaron hacia las jugadoras que habían quedado fuera. Pero había llegado el momento de celebrar un triunfo a pesar de todo. No obstante, todo duró muy poco.
En ese embriagador y limitado espacio de tiempo, las jugadoras españolas tuvieron la libertad de soltarse en la victoria de sus vidas. Al menos hasta la ceremonia de entrega de medallas. Entonces llegó el beso, el momento que ha eclipsado y se ha convertido en el momento, ensombreciendo el fútbol y la sociedad española, captando la atención del mundo y poniendo el foco en el consentimiento, el poder y el derecho.
Sin embargo, buscando algo de luz en la oscuridad, las mujeres españolas tienen ahora la atención del mundo. Por lo que ha sucedido y dónde ha sucedido, sus voces son más fuertes ahora que el pasado mes de septiembre, cuando 15 jugadoras escribieron a la Federación Española de Fútbol exigiendo cambios radicales en el cuerpo técnico.
Se les escucha; se escribe sobre ellas, se habla de ellas, el presidente del Gobierno les da las gracias. “La España que viene es feminista. Os guste o no”, publicó el sábado en las redes sociales. “Haz de esto un punto de inflexión”, decía un mensaje en las redes sociales de la oficina de Derechos Humanos de la ONU a principios de semana.
Las jugadoras del pasado y del presente están siendo escuchadas. La batalla de décadas por la igualdad en el fútbol femenino, y en la sociedad, tiene un camino por recorrer, pero nada cambia en silencio. Cuando hay debate, cuando hay indignación, hay posibilidades de avanzar. La lucha tiene más aliados, puede haberse hecho un poco más fácil.
Pero ante una audiencia mundial, un hombre poderoso se comportó de forma inapropiada y, sin embargo, sigue en su puesto. A pesar de todas las discusiones, de todos los acontecimientos cambiantes, el ojo de esta tormenta no pasará porque una cosa ha permanecido constante: la negativa a ceder del jefe del fútbol español, Luis Rubiales.
Han pasado muchas cosas en las dos semanas transcurridas desde que España venció a Inglaterra bajo los focos de Sydney. ¿Cuándo acabará? ¿Por dónde empezar? ¿Por el principio, cuando Rubiales puso las manos sobre la cabeza de Jenni Hermoso y la besó en los labios tras recoger la medalla de campeona? ¿O avanzar hasta el hecho de que las campeonas del mundo jugarán a finales de este mes pero no tienen jugadoras de renombre dispuestas a vestir los colores de la selección?
Las imágenes de Rubiales besando a Hermoso han sido vistas por millones de personas y emitidas en los noticiarios de todo el mundo, creando titulares y desatando protestas.
Un día después de la final, Rubiales admitió que se había equivocado, y el viernes volvió a decir que había cometido “algunos errores evidentes” como conclusión de su desafiante discurso de 30 minutos de la semana pasada, en el que, a pesar de las expectativas, se negó repetidamente a dimitir y fue aplaudido por algunos de los asistentes.
El beso, según él, fue consentido, una afirmación que Hermoso rechaza firmemente, ya que el jugador lo calificó de “acto impulsivo, sexista, fuera de lugar y sin ningún consentimiento por mi parte”.
Es una historia que ha tenido evoluciones diarias, a veces cada hora. Desde el discurso de Rubiales la semana pasada, la FIFA, el organismo rector del fútbol mundial, suspendió al directivo de 46 años de participar en actividades relacionadas con el fútbol durante 90 días, una decisión anunciada menos de 24 horas después de que la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) amenazara con emprender acciones legales contra Hermoso y otras personas, agravando la crisis y convirtiéndola en un desastre de relaciones públicas para la federación.
En el transcurso de un fin de semana, el equipo español ganador de la Copa Mundial Femenina se negó a jugar con la selección hasta que Rubiales fuera destituido, y 11 miembros del programa nacional español de fútbol femenino anunciaron conjuntamente su dimisión.
También ha habido elementos de surrealismo: esta semana la madre de Rubiales se declaró en huelga de hambre para apoyar a su hijo y fue hospitalizada brevemente. Pero más allá de los titulares, se trata de una historia que simboliza los problemas del fútbol femenino y de la sociedad, de mujeres que no son respetadas ni escuchadas.
“Todos queremos lo mismo, ¿verdad? Que haya respeto hacia nuestra profesión, el mismo que ha habido durante años, y sigue habiendo, por la parte masculina”, dijo la española Alexia Putellas, dos veces Balón de Oro, en una entrevista televisiva con TUDN.
El Gobierno español está intentando destituir a Rubiales, los 19 presidentes autonómicos de la federación española le han pedido que dimita, pero no lo ha hecho.
Las deportistas -campeonas del mundo-, mientras tanto, han visto ensombrecidos sus logros, arrastrados por una corriente de polémica que no ha sido obra suya.
“Acabamos de ganar el Mundial, pero nadie habla mucho de eso porque han pasado cosas que ojalá no hubieran pasado”, dijo Aitana Bonmatí tras ser nombrada mejor jugadora del año de la UEFA.
El 20 de agosto, España se impuso a Inglaterra por 1-0 y puso fin a un Mundial que ha batido récords de audiencia global, mostrando lo mejor de un deporte que ha triunfado a pesar de los obstáculos arraigados en el sexismo, la desigualdad y la falta de oportunidades en este deporte dominado por los hombres.
En la final compitieron dos países que en su día prohibieron a las mujeres jugar al fútbol. En Sydney, ese domingo por la noche, Inglaterra y España, finalistas por primera vez, simbolizaron no solo un cambio en el orden mundial dentro del fútbol femenino, sino también que el mundo había cambiado a mejor.
Pero esos segundos en el podio de presentación fueron un recordatorio, por si hiciera falta, de que hay mucho que no ha cambiado. Los problemas existen, aunque no se vean, aunque no se mencionen en los periódicos nacionales ni sean noticia internacional.
Hay muchas batallas en curso en todo el mundo dentro del fútbol femenino. Tras no llegar a un acuerdo con la Liga F femenina española sobre mejores condiciones y salarios, los sindicatos que representan a las jugadoras convocaron una huelga el viernes durante las dos primeras jornadas de la temporada.
La destitución o dimisión de Rubiales no solucionaría todos los problemas a los que se enfrentan las futbolistas, pero la solidaridad mostrada en las últimas semanas es positiva.
“El fútbol debe responder y estar a la altura de este momento crítico, no solo en España, sino en todo el mundo”, fue el mensaje publicado este sábado por el sindicato mundial de futbolistas FIFPRO en sus cuentas de redes sociales.
El pasado fin de semana, varios equipos de fútbol mostraron su apoyo a Hermoso, algunos usando pulseras o desplegando pancartas. Incluso Jorge Vilda, el seleccionador español cuyo puesto está amenazado, condenó el comportamiento de Rubiales. Cada día que pasa, Rubiales parece una figura cada vez más aislada.
La seleccionadora femenina de Inglaterra, Sarina Wiegman, dedicó su premio a la mejor entrenadora del año de la UEFA a la selección española. “Todos conocemos los problemas que rodean a la selección española y realmente me duele como entrenadora, como madre de dos hijas, como esposa y como ser humano”, dijo Wiegman.
“Se acabó”, dijo Putellas, ganadora de la Copa del Mundo, en respuesta al discurso de Rubiales la semana pasada. También puede ser un nuevo comienzo.