El expresidente Donald Trump, favorito para las elecciones presidenciales republicanas de 2024, saluda a sus seguidores en junio en Grimes, Iowa. Crédito: Scott Olson/Getty Images/Archivo

Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista de asuntos mundiales. Es colaboradora semanal de opinión de CNN, columnista del diario The Washington Post y de World Politics Review. Las opiniones expresadas en este comentario le pertenecen únicamente a su autora. Ver más opiniones en CNN.

(CNN) – Fue otro momento sorprendente en la aparentemente interminable saga legal del expresidente Donald Trump, favorito para la candidatura presidencial republicana de 2024.

Un juez de Nueva York declaró el lunes pasado a Trump y a sus hijos adultos responsables de “violaciones persistentes” de la ley estatal. El juez Arthur Engoron determinó que incurrieron en fraude bancario y de seguros y en otras fechorías, canceló la certificación comercial de la Organización Trump y sentó las bases para un juicio en el que el Estado pide US$ 250 millones en concepto de indemnización por daños y perjuicios.

Si la feroz decisión del juez en el caso civil fue notable, no fue particularmente sorprendente dado todo lo que hemos aprendido en los últimos años.

El juez determinó que Trump infló extremadamente las valoraciones de sus empresas y sus casas para garantizar préstamos y realizar otros negocios. El juez ordenó la disolución de los negocios de Trump en Nueva York. Esta semana comenzó un juicio para estudiar la cuantía de los daños y perjuicios en la demanda de la fiscal general de Nueva York, Letitia James.

Por supuesto, Trump criticó la sentencia, diciendo que su empresa había “sido calumniada y difamada por esta cacería de brujas políticamente motivada”. (La empresa de Trump, por cierto, ya había sido condenada por fraude fiscal en Nueva York en un caso no relacionado).

El historial de casos civiles y penales de Trump es tan largo que los periodistas se han esforzado por mantenerse al día, publicando rutinariamente artículos que resumen, catalogan y recopilan el asombroso volumen de escándalos y acciones judiciales, todos ellos relacionados con comportamientos del expresidente que van de inquietantes a escandalosos.

Trump, como sabemos, es el primer presidente anterior o actual en la historia de Estados Unidos acusado de un delito penal.

No solo ha hecho historia, sino que es improbable que su récord, ¡que Dios nos ayude!, sea superado. Ha sido acusado en cuatro casos. Y eso sin contar los dos procesos de juicio político, otro récord, durante su presidencia. (Se declaró inocente en los cuatro casos penales y niega haber cometido delito alguno).

Lo único realmente sorprendente de todo esto es que Trump siga gozando de tanto apoyo. Sigue siendo la principal opción para la candidatura de su partido, con el 52% de los republicanos y los votantes independientes de tendencia republicana respaldándole, según una encuesta reciente de CNN.

El expresidente Donald Trump, favorito para las elecciones presidenciales republicanas de 2024, saluda a sus seguidores en junio en Grimes, Iowa. Crédito: Scott Olson/Getty Images/Archivo

Ya nada de lo que haga o diga Trump puede escandalizarnos: ni sus llamamientos apenas velados a ejecutar a un general estadounidense, ni sus continuas afirmaciones de que ganó unas elecciones que perdió por un amplio margen, ni siquiera sus amenazas de castigar a sus críticos si gana la reelección.

Pero ¿cómo es posible que un hombre así no solo sea el principal candidato de un partido antaño conservador y de valores tradicionales, sino que además pocos de los que le desafían en las primarias se atrevan a explicar la verdad de que estuvo a punto de destruir la democracia estadounidense… y sigue en ello?

El resumen de las fechorías de Trump está lleno de transgresiones grandes y pequeñas. A lo largo de los años, estafó a pequeñas empresas, fontaneros, electricistas, incluso camareras, que trabajaban para él, negándose a pagar lo que decían que les debía.

Utilizó su supuesto fondo de beneficencia, la Fundación Trump, para resolver problemas legales. Incluso se llevó US$ 20.000 de las donaciones para comprar un retrato suyo de 1,8 metros de altura, según The Washington Post. La fundación se disolvió y Trump pagó US$ 2 millones a organizaciones benéficas como parte de un acuerdo legal.

También está la Universidad Trump, considerada un fraude por los aspirantes a estudiantes que pagaron decenas de miles de dólares para aprender del supuesto genio de los negocios. Trump pagó US$ 25 millones para resolver una demanda colectiva, insistiendo en que no hizo nada malo.

Luego están las mujeres. Incluso las acusaciones de mujeres que afirman que Trump abusó sexualmente de ellas no han hecho nada para erosionar su apoyo entre los votantes que se describen a sí mismos como cristianos evangélicos.

Cuando un jurado en un juicio por difamación declaró que Trump había cometido abusos sexuales contra la escritora E. Jean Carroll, los abogados del expresidente trataron de que se anulara el veredicto, argumentando que Carroll no acusó a Trump de abusos, sino de violación. El juez aclaró entonces que “el jurado consideró que el señor Trump, de hecho, hizo exactamente eso”. En otras palabras, el juez de la demanda civil dijo que Trump violó a Carroll.

La lista continúa. Los casos más graves siguen pendientes. Trump está acusado de intentar anular las elecciones de 2020, de realizar un manejo ilegal de documentos secretos de seguridad nacional, de intentar subvertir las elecciones en Georgia.

El hecho de que conserve su control sobre el Partido Republicano es una prueba del talento general de Trump, su habilidad como demagogo, y del éxito de la estrategia que puso en marcha desde el principio, diseñada para desacreditar y socavar a cualquiera que intentara señalar sus mentiras.

En su primera rueda de prensa tras ganar las elecciones de 2016, Trump reprendió a Jim Acosta, de CNN, cuando el periodista intentó hacerle una pregunta. Vociferó: “¡Ustedes son noticias falsas!”.

Poco a poco, Trump convenció a sus partidarios de que si alguna vez escuchaban un comentario negativo o una noticia inquietante, se trataba inevitablemente de fake news, noticias falsas. Sus aliados en los medios de derechas, en particular Fox News y sus estrellas, magnificaron el esfuerzo. Y para cuando Fox se vio obligada a llegar a un acuerdo y pagar US$ 787 millones por mentiras sobre las elecciones, se habían multiplicado los medios de derechas más pequeños, que promovían las peligrosas fantasías de Trump y sus vengativas teorías de la conspiración.

El grueso de los líderes del Partido Republicano se ha alineado, bien por miedo a disgustar a los seguidores de Trump, bien porque ellos también son verdaderos creyentes. Pocos están dispuestos a señalar que el currículum de Trump es poco presidencial o que sus problemas legales son de su propia cosecha.

Si algo va mal, no es culpa de Trump. Nunca.

¿Malas noticias? Culpa a los medios de noticias falsas. ¿Acusaciones penales federales? Debe ser un Departamento de Justicia politizado. ¿Investigación condenatoria, miles de páginas de pruebas? Debe ser un fiscal “trastornado”. ¿Diecinueve personas, incluido Trump, acusadas en Georgia? Debe ser otro fiscal “racista”. O quizá el problema es que un juez nacido en Indiana que investiga uno de los casos de Trump es “mexicano”.

Sea cual sea el caso, sea cual sea la circunstancia, no es culpa de Trump. Él siempre es la víctima, y sus seguidores, asombrosamente, parecen creerlo.

Después de décadas sin afrontar consecuencias, parece que la montaña de problemas legales amenaza con derribarse sobre el expresidente. Pero su fuerza política parece intacta.

En su fallo del lunes pasado, Engoron echó por tierra los “absurdos” argumentos legales de Trump, citando incluso la orden de un juez anterior en otro caso fulminante sobre el “historial de abuso del proceso judicial” de Trump.

No es sorprendente que el tribunal haya considerado que Trump cometió fraude, o que un antiguo asesor leal le llame ahora la amenaza más grave para la democracia estadounidense. Lo más inquietante y decepcionante es cuántos millones de personas creen su versión de los hechos, independientemente de las pruebas. O simplemente no les importa.